domingo, 1 de mayo de 2011

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza


MOMENTO CRÍTICO
Cada nuevo acontecimiento trágico que se va presentando en nuestro México  genera diversas reacciones: Las autoridades aprovechan para grandilocuentes discursos afirmando que no tolerarán  más violencia; los ciudadanos nos sentimos cada vez más desamparados, y en un afán de exorcizar los demonios que rondan  enviamos correos electrónicos, chistes, caricaturas, artículos periodísticos y demás… Pero finalmente las cosas, lejos de mejorar siguen su curso natural hacia el agravamiento, y el país cada vez  empina más la popa, y todos nos sacudimos entre el miedo, la zozobra y la inercia propia del hundimiento.
   Claro, colateralmente a todos esos mensajes devastadores surgen otros que hablan de nuestra grandeza como seres humanos y de nuestra capacidad  como pueblo; son oleadas de brisa fresca que momentáneamente aplacan los candentes ánimos que nos abrasan, y sentimos, al menos por un momento, que respiramos mejor.  Sin embargo su efecto pronto se ve anulado por una nueva oleada de tragedias provenientes de muy diversos puntos del territorio nacional.
   En pocas palabras, los acontecimientos del exterior son los que nos mueven de un lado al otro, y nosotros de alguna manera nos dejamos mover sin oponer mayor resistencia.  Y aquí radica precisamente el punto que pretendo hoy compartir: Hemos establecido un círculo que va del hecho trágico a la indignación, de aquí a la quejumbre, y de aquí a la inacción.  Inclusive he escuchado a jóvenes universitarios decir que no tiene caso asistir a las marchas por la paz, pues nada cambia y sólo se exponen a que les den un tiro en el camino.
   Es buen momento para volver los ojos a la naturaleza de donde provenimos; visualizar la organización que diversas especies vivas guardan para  el cumplimiento de una tarea.  Podríamos comenzar con los hormigueros, dentro de los cuales prevalecen dos cosas, una es el trabajo constante de cada hormiga, y otra es la defensa de la hormiga reina, y de aquéllas en estado larvario.   Quienes hayan tenido la acuciosidad de observar una hilera de estos laboriosos insectos, verán que cada elemento va cargando un peso en mucho superior al propio, y si la carga se le cae, no cejará hasta volver a colocarla sobre su cuerpo para seguir la marcha.  Van las hormigas una atrás de la otra, primero en un sentido y luego en el opuesto, y la tarea colectiva finalmente se cumple.
   Y ni qué decir de especies superiores como sería el caso de los elefantes, organizados en cuadrillas de seis o siete elementos, cuya prioridad es conseguir agua y alimento, y proteger a las crías.   Un paquidermo de esta especie atacará con  fiereza en  contra de otro ser vivo que  se perciba como amenaza para el grupo.  Y así del mismo modo, podemos recorrer felinos, cánidos, o aves como los gansos, que se organizan en grupos para la supervivencia colectiva.
   A los humanos, y en especial a los mexicanos, nos ha faltado ese espíritu de grupo.   Hemos crecido en un ambiente individualista, que nos impele a ver primero por nosotros, luego por nosotros, y al final, si algo queda, por los más cercanos.  No prevalece la solidaridad familiar o grupal; no se ha dado la lealtad absoluta,   y no nos interesa ni nos mueve en mayor grado el interés colectivo.   El sistema escolar, salvo honrosas excepciones, imbuye en el escolapio el pensamiento del logro personal, entendido éste muchas veces como el triunfo a toda costa, valiéndose de cualquier tipo de recursos.
   Entonces, bajo estas condiciones de un capitalismo entendido de una forma poco funcional, se nos viene una crisis de seguridad pública, y ahora sí que cada quien “jala para su rancho”, y el bienestar colectivo se va por el caño.   Y llegamos al estado de cosas que hoy padecemos, en donde lo que pasa es culpa de todos menos mía, y de igual modo la solución es responsabilidad exclusiva de otros, nada más.
   Por ahí circula un correo consolador que dice que gracias a la inseguridad que vivimos las familias conviven más porque los jóvenes ya no salen, y nos acordamos más de Dios porque le pedimos que no nos peguen un tiro en la esquina…. Yo diría, la situación actual  nos obliga a revisar las estrategias de organización, no para el ataque sino para el trabajo; no para la salvaguarda sino para la formación de nuestros hijos.   Examinar en serio si este modelo capitalista mal entendido no es en buena parte la causa de que cada cual se lance a hacer dinero del modo que sea, yendo contra quien fuere… Y analizar si esa actitud “muy mexicana” nuestra, de atribuir a otros la causalidad y la eventual solución de los problemas, no es uno de los  factores que nos ha colocado hoy a todos en tan graves aprietos.

  
  

COSAS NUESTRAS de Jorge Villegas

Niños
El concepto de infancia es invención relativamente nueva.
En el remoto pasado, los niños eran simplemente adultos pequeños.
Los explotaban en las minas de Gales, en los muladares de París.
Las Meninas de Velázquez son princesitas vestidas como enanas.
En nuestro tiempo se acreditó a los infantes como capullos en formación.
Urgidos de protección en sus derechos, alejados del trabajo formal.
Pero la rueda de la historia ya dio la vuelta entera.
Los niños son otra vez adultos chiquitos involucrados en crímenes abominables.
jvillega@rocketmail.com

AURORA BOREAL DESDE SIBERIA: Por Valentine Zhiganov*

ORACIÓN POR LA PAZ

Señor Jesús, tú eres nuestra paz.
Mira nuestra patria dañada por la violencia,
y dispersa por el miedo y la inseguridad.
Consuela el dolor de quienes sufren.
Da acierto a las decisiones
de quienes nos gobiernan.
Toca el corazón de quienes olvidan
que somos hermanos,
y provocan sufrimiento y muerte.
Dales el don de la conversión.
Protege a las familias,
a nuestros niños,
adolescentes y jóvenes;
a nuestros pueblos y comunidades,
que como discípulos misioneros tuyos,
ciudadanos responsables,
sepamos ser promotores
de justicia y de paz,
para que en tí nuestro pueblo tenga
una vida digna.  AMÉN
María reina de la paz, ruega por nosotros.
Tomada de: 
http://www.vicariadepastoral.org.mx/6_cem/Cristo_nuestra_paz/nuestra_paz_15.htm

MR. BEAN en el ballet sobre hielo

ERNESTO SABATO

Ayer 30 de abril se nos fue un gran pensador. Ernesto Sábato, a cuya memoria desde este espacio, dedicamos unas líneas:
   Hace más de 10 años en el informe de UNICEF sobre el estado mundial de la infancia 2000, escribió:
El vórtice donde los valores ya no valen, por Ernesto Sábato
Comisión de Personalidades por la Infancia y la Adolescencia de América Latina y el Caribe, Septiembre de 2000.

El tremendo estado de desprotección en que se halla expuesta la infancia nos demuestra palmariamente que vivimos un tiempo de inmoralidad. Este hecho aberrante nos absorbe como un vórtice, haciendo realidad las palabras de Nietzsche: “Los valores ya no valen”.
Para todo hombre es una vergüenza, un crimen, que existan doscientos cincuenta millones de niños explotados en el mundo. Se los ve hurgando en la basura para encontrar algo de comer. O buscan en la oscuridad dónde tender su cuerpito. ¡Qué vergüenza! ¡Adónde hemos llegado! Estos niños son forzados a prostituirse o se ven obligados a trabajar desde los cinco, seis años en oficios insalubres, en jornadas agotadoras por unas monedas, cuando tienen suerte, porque muchos chiquitos trabajan en regímenes de esclavitud o semiesclavitud, sin protección legal ni médica. Sufren enfermedades infecciosas, heridas, amputaciones y vejaciones de todo tipo. Se los encuentra en las grandes ciudades del mundo tanto como en los países más pobres. En América Latina, quince millones de niños son explotados. En nuestras propias ciudades son rematados por cien o doscientos dólares, secuestrados y muertos para vender sus órganos a los laboratorios del mundo.
¡Tanto es el daño, tan cruel el suplicio al que los hemos arrojado! Y esta llaga abierta sobre las calles del mundo nos advierte que algo de la humanidad del hombre se ha eclipsado.
Tan mal se los ha tratado que en sus ojitos, en lugar del candor con que la creación ha dotado a la infancia, late el miedo y la desconfianza radical, y para siempre, de quien no ha encontrado padres en su niñez. A estos millones de niños no sólo les ha faltado el amparo de su familia, sino que tampoco contaron con nosotros, los hombres y mujeres que presenciamos con indiferencia su desamparo. La intemperie de esos primeros años la arrastrarán como una herida abierta por el resto de sus días.
Son niños y niñas que no conocen aquel sentimiento de grandeza que vislumbramos quienes gozamos un horizonte pleno de posibilidades. Ellos, los niños abandonados de hoy, en nada creen, ¡tanto han sido golpeados! Y hacia delante ninguno de nosotros está en condiciones de prometerles siquiera una vida digna.
No podemos cruzarnos de brazos admitiendo, a la vez, la perversidad de un sistema cuyo único milagro ha sido el de concentrar en una quinta parte de la población mundial más del ochenta por ciento de la riqueza, mientras millones de chiquitos en el mundo mueren de hambre en la más sórdida de las miserias.
Por eso, a los hombres del poder les decimos, les pedimos, ¡les exigimos!, el cumplimiento de las promesas que sucesivamente han venido asumiendo. El cuidado de la infancia no puede ser entendido como una tarea más, sino como la decisiva y única posibilidad de recuperar a una humanidad que se siente a sí misma desfallecer. Nada es más importante que alentar este impulso, todo lo que podamos hacer por los niños y niñas del mundo es imprescindibles. Es urgente. Los gobiernos deben comprender que del cuidado de la temprana infancia pesa el destino; es ésta una tarea decisiva para la consolidación de la democracia y el futuro de la humanidad.
La falta de gestos humanos en el uso del poder genera una violencia a la que no podremos combatir con armas, únicamente un sentido más fraterno nos podrá salvar. El objetivo fundamental que los jefes de Estado deben plantearse es el deber de asumir con la mayor gravedad el bienestar de los niños y las niñas, protegiéndolos, y preparándolos para construir, junto a sus hermanos y hermanas, un universo a la medida de la grandeza humana.
En la mirada de nuestros niños está el único mandato al que debemos responder. La orfandad de esa mirada es un crimen que nos cuestiona como humanidad.
Haciendo propias las palabras de Dostoievski: “Cada uno de nosotros es culpable ante todos, por todos y por todo”, salgamos a defender los derechos de los chiquitos desamparados, sin el cuidado que esos años requieren.
Nuestra responsabilidad es insoslayable.
Estos chicos nos pertenecen como hijos y han de ser el primer motivo de nuestras luchas, la más genuina de nuestras vocaciones.

PAQUIMÉ