domingo, 24 de febrero de 2013

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza


LENGUA E IDENTIDAD
En esta semana acaba de celebrarse el Día Internacional de la Lengua Materna.   En lo personal la ocasión me llevó a preguntarme hasta qué punto se ha venido perdiendo ésta en nuestro mundo actual.   Una buena parte de casos  ocurren cuando  las lenguas o dialectos se  extinguen a consecuencia de la aculturación  secundaria a la migración de grupos humanos del campo a la ciudad o al extranjero.  Otra importante pérdida se produce entre quienes conformamos la gran masa urbana y que hablamos un idioma manera cotidiana, por diversos factores.
   Hace algunos meses, cuando tuve oportunidad de visitar la región de Toulouse, en  el sur de Francia, conocí muy de cerca la historia de un anciano granjero, el último hablante de occitano.  Me impresionó descubrir que una lengua iniciada allá por el siglo XI entre Francia y España esté a punto de extinguirse para siempre, puesto que más allá de este personaje, ya no hay otro hablante.   Las autoridades escolares de la región han buscado preservar de alguna manera la lengua, pero en su expresión natural se habrá perdido a la muerte del último de sus hablantes.  
   Algo similar sucede con diversas etnias en nuestro país, que se vienen perdiendo con el tiempo y la incorporación al mundo laboral;  de manera lamentable muchas de esas lenguas no han sido debidamente documentadas, y se habrán perdido para siempre.
   Sin embargo hay otro gran renglón que no estamos atendiendo de la mejor manera, y es el relativo a la lengua materna frente a las herramientas tecnológicas que la distorsionan, la rediseñan y la globalizan, para  encajar dentro de un moderno arquetipo de comunicación.   Hay diversos recursos inéditos que contribuyen a expresar nuestros estados de ánimo, un ejemplo de ellos son los emoticones que utilizamos para  ilustrar nuestros mensajes electrónicos, y mediante los cuales podemos manifestar una determinada emoción.  Sin embargo tienden a volverse lugares comunes carentes de autenticidad, que no dicen mucho de nosotros mismos  a la hora de expresarnos.
   De alguna manera el mundo se presenta ante nosotros  tan interesante como sepamos mirarlo, y una ventana magnífica para apreciarlo es a través de la palabra, tanto oral como escrita.  La palabra podrá presentarnos condiciones del intelecto o de la sensibilidad que de otra manera no habríamos captado.  A través de la forma escrita nos hermanamos con personajes de otras latitudes y otros tiempos, para intercambiar con ellos nuestro sentir o nuestros personales puntos de vista.  Sin embargo cuando la lengua se va perdiendo, o estereotipando, o generalizando,  comienza a desarrollarse una pérdida de individualidad que finalmente nos lleva al hastío.
   Al  desaparecer la originalidad en la expresión de nuestros estados internos, la vida pierde gran parte de su atractivo.  Ahora que esto digo me parece encontrar una explicación a un fenómeno tan común en el cine y la televisión que nunca he acabado de entender.  La mayor parte de las historias están salpicadas de manera grosera y no justificada con grandes dosis de genitalidad, se habla de órganos genitales, de actos sexuales, de sus variantes, y en fin, detrás de  cualquier argumento se deja ver una notable exaltación de una función  de por sí natural a toda especie viva.  Ahora empiezo a entender que en aquella pérdida de comunicación a través de la palabra, el principal órgano para mantenernos en contacto con nuestros semejantes esté comenzando a ser la piel, y nada más.
   La lengua materna representa en buena medida nuestras raíces; nos mantiene conectados con nuestros ancestros, de suerte que podemos entender de dónde venimos y por qué somos como somos.  A la vez que nos facilita entrar en comunicación con nuestra descendencia.  Si se pierde la lengua materna llegará un punto de aislamiento total, como nos presenta Bradbury  en su novela Farenheit 451,  misma que tiene por escenario de fondo un mundo en el que los libros está prohibidos, y los habitantes de aquel mundo se van olvidando de razonar, de manifestar sus puntos de vista, y de mostrar rasgos de personalidad propios .
   La lengua materna es parte de nuestra idiosincrasia.  Preservarla es mantenernos en este mundo como parte de una comunidad que comparte intereses.  La Globalización tiende a borrar fronteras geográficas y culturales, en cierto modo provocando una desazón interna, la no contar con suficientes elementos para fincar una identidad.
   Poder transmitir a las futuras generaciones las historias que nos contaron nuestros padres y abuelos  nos garantiza que la identidad  se conserve.
   Caminos para cuidar nuestra lengua materna son procurar los libros; comunicarnos de manera verbal directa, poniendo atención en nuestro interlocutor y en lo que decimos.   Evitar caer en lugares comunes, y  finalmente trabajar porque  nuestro idioma no se distorsione.
  De ello dependerá nuestra identidad como personas y como naciones, no lo olvidemos.

COSAS NUESTRAS por Jorge Villegas

Redes
¿Permite usted que su hijo juegue con armas de fuego?
¿Que se apunte a la sien? ¿Que juegue a la ruleta rusa con una pistola?
Riesgo igual de serio corren si navegan sin la  supervisión en las redes sociales.
Son herramientas extraordinarias de comunicación, de eso no tenemos duda.
Pero igual son jungla de depredadores y de pederastas.
Abundan las historias de niños y niñas engañados, abusados.
Un adulto sin escrúpulos los seduce desde el anonimato virtual.
Las redes sociales no son para los niños y vale vigilar sus contactos.
jvillega@rocketmail.com

ASAS DE FUEGO EN EL SOL

Un video recién publicado por la NASA. Imágenes que despiertan nuestra capacidad de asombro y nos recuerdan, una vez más, la magnificencia de la naturaleza.

AVENIDA JUÁREZ de Efraín Huerta

        AVENIDA JUÁREZ
Uno pierde los días, la fuerza y el amor a la patria,
el cálido amor a la mujer cálidamente amada,
la voluntad de vivir, el sueño y el derecho a la ternura;
uno va por ahí, antorcha, paz, luminoso deseo,
deseos ocultos, lleno de locura y descubrimientos,
y uno no sabe nada, porque está dicho que uno no debe saber nada,
como si las palabras fuesen los pasos muertos del hambre
o el golpear en el oído de la espesa ola del vicio
o el brillo funeral de los fríos mármoles
o la desnudez angustiosa del árbol
o la inquietud sedosa del agua...

Hay en el aire un río de cristales y llamas,
un mar de voces huecas, un gemir de barbarie,
cosas y pensamientos que hieren;
hay el breve rumor del alba
y el grito de agonía de una noche, otra noche,
todas las noches del mundo
en el crispante vaho de las bocas amargas.

Se camina como entre cipreses,
bajo la larga sombra del miedo,
siempre al pie de la muerte.
Y uno no sabe nada,
porque está dicho que uno debe callar y no saber nada,
porque todo lo que se dice parecen órdenes,
ruegos, perdones, súplicas, consignas.
Uno debe ignorar la mirada de compasión,
caminar por esa selva con el paso del hombre
dueño apenas del cielo que lo ampara,
hablando el español con un temor de siglos,
triste bajo la ráfaga azul de los ojos ajenos,
enano ante las tribus espigadas,
vencido por el pavor del día y la miseria de la noche,
la hipocresía de todas las almas y, si acaso,
salvado por el ángel perverso del poema y sus alas.

Marchar hacia la condenación y el martirio,
atravesado por las espinas de la patria perdida,
ahogado por el sordo rumor de los hoteles
donde todo se pudre entre mares de whisky y de ginebra.

Marchar hacia ninguna parte, olvidado del mundo,
ciego al mármol de Juárez y su laurel escarnecido
por los pequeños y los grandes canallas;
perseguido por las tibias azaleas de Alabama,
las calientes magnolias de Mississippi,
las rosas salvajes de las praderas
y los políticos pelícanos de Louisiana,
las castas violetas de Illinois,
las bluebonnets de Texas...
y los millones de Biblias
como millones de palomas muertas.

Uno mira los árboles y la luz, y sueña
con la pureza de las cosas amadas
y la intocable bondad de las calles antiguas,
con las risas antiguas y el relámpago dorado
de la piel amorosamente dorada por un sol amoroso.
Saluda a los amigos, y los amigos
parecen la sombra de los amigos,
la sombra de la rosa y el geranio,
la desangrada sombra del laurel enlutado.

¿Qué país, qué territorio vive uno?
¿Dónde la magia del silencio, el llanto
del silencio en que todo se ama?
(¿Tantos millones de hombres hablaremos inglés?)
Uno se lo pregunta
y uno mismo se aleja de la misma pregunta
como de un clavo ardiendo.
Porque todo parece que arde
y todo es un montón de frías cenizas,
un hervidero de perfumados gusanos
en el andar sin danza de las jóvenes,
un sollozar por su destino
en el rostro apagado de los jóvenes,
y un juego con la tumba
en los ojos manchados del anciano.

Todo parece arder, como
una fortaleza tomada a sangre y fuego.
Huele el corazón del paisaje,
el aire huele a pensamientos muertos,
los poetas tienen el seco olor de las estatuas
—y todo arde lentamente
como en un ancho cementerio.

Todo parece morir, agonizar,
todo parece polvo mil veces pisado.
La patria es polvo y carne viva, la patria
debe ser, y no es, la patria
se la arrancan a uno del corazón
y el corazón se lo pisan sin ninguna piedad.

Entonces uno tiene que huir ante el acoso de los búfalos
que todo lo derrumban, ante la furia imperial
del becerro de oro que todo lo ha comprado
—la pequeña república, el pequeño tirano,
los ríos, la energía eléctrica y los bancos—,
y es inútil invocar el nombre de Lincoln
y es por demás volver los ojos a Juárez,
porque a los dos los ha decapitado el hacha
y no hay respeto para ninguna paz,
para ningún amor.

No se tiene respeto ni para el aire que se respira
ni para la mujer que se ama tan dulcemente,
ni siquiera para el poema que se escribe.
Pues no hay piedad para la patria,
que es polvo de oro y carne enriquecida
por la sangre sagrada del martirio.

Pues todo parece perdido, hermanos,
mientras amargamente, triunfalmente,
por la Avenida Juárez de la ciudad de México
—perdón, Mexico City
las tribus espigadas, la barbarie en persona,
los turistas adoradores de Lo que el viento se llevó,
las millonarias neuróticas cien veces divorciadas,
los gángsters y Miss Texas,
pisotean la belleza, envilecen el arte,
se tragan la Oración de Gettysburg y los poemas de Walt Whitman,
el pasaporte de Paul Robeson y las películas de Charles Chaplin,
y lo dejan a uno tirado a media calle
con los oídos despedazados
y una arrugada postal de Chapultepec
entre los dedos.

VIDEO TIERNÍSIMO DE CACHORRITOS

Un video para ver con ojos de niño:

CONTRATEXTO por María del Carmen Maqueo Garza


RUTINA
Se vuelve una rutina, sales de casa, pones doble chapa.
   En automático repasa tu mirada la calle a ambos lados antes de tomar la calle. 
   Si tienes carro propio te colocas el cinturón y aseguras las puertas antes de arrancar; si no lo tienes comienzas a sentirte vulnerable al primer paso.
   En automático, antes del primer alto verificas  que los seguros estén puestos.  Claro, si viste alguna figura sospechosa antes de salir de casa, das una o dos vueltas a la manzana  esperando a que se marche.
   En automático antes de salir de casa, cada día, sacas y metes plásticos de débito o crédito de tu cartera…    No llevas mucho efectivo, aunque claro, es conveniente dejar aparte algún billete… para  estar prevenidos en caso de un asalto.   Te lo dicen una y otra, y otra vez los correos electrónicos.
  Se vuelve una rutina, nadie sonríe, el que algún desconocido salude nos torna suspicaces.
 Volteas la vista a uno y otro lado antes de bajar del carro, y cuando vuelves; antes de entrar o salir del almacén; no se diga en los bancos.
   En automático piensas mal de cualquier cosa, de cualquier gente, antes de pensar de otro modo.   Desconfías hasta de tu propia sombra.
   Nos tornamos una gran masa humana llena de temores reales o inventados.
   Se vuelve una rutina vivir como en una selva, sintiéndonos presa y predador al mismo tiempo.   El sobresalto es parte del diario ir y venir, cada día, cada semana, cada mes.
    En automático llegamos al borde de la cama sintiendo la muerte reptar muy cerca, como mala sombra en las entrañas de la noche.

DANZA DE SOMBRAS

Gracias Osvel, por compartir