CANTO Y VIDA
En su sexta edición, La Ciudad de las Ideas se
consolida como un evento de gran relevancia en México, el cual busca proyectar
mentes brillantes y corazones generosos.
Aunque para mi gusto son demasiados ponentes extranjeros, y quisiera ver
que participaran más nacionales, no dejo de reconocer que el objetivo final de
sus organizadores se cumple año con año.
Dentro de
las ponencias en esta oportunidad, me sorprendió la del autor y compositor Eric
Whitacre, cuyo logro más conocido a nivel mundial es la creación del coro
virtual “Lux Aurumque”, mismo que por cuarto año consecutivo nos ha cautivado
con la interpretación en la red, de
voces provenientes de todos los puntos del orbe.
En esta
ocasión Whitacre recogió el sentir de los más de ochocientos participantes de
su coro virtual, que resumió en tres
puntos: 1) El deseo de comunicarse con otros seres humanos; 2) El desafío de
lograr algo que tal vez ni ellos mismos se plantearon llevar a cabo, y 3) Sentir
que pertenecen a algo superior, que está por encima de su propia persona.
Estos
conceptos invitan a la reflexión frente a dos problemas que parecen dispararse a nivel
mundial: La depresión y el suicidio. Es
casi imposible querer abordarlos como tópicos separados, cuando a todas luces
guardan una estrecha relación. Ahora
bien, partiendo de esa lógica, habría qué buscar un origen común para ambos.
El
postmodernismo se sitúa como un fenómeno propio del tercer milenio, aún cuando
sus orígenes reales están dados desde mediados del siglo pasado. Como bien lo señala Kenneth J. Gergen,
vivimos una época en la cual nada es mal visto, o sea, hay tolerancia para
cualquier conducta, cualquier actitud, lo que nos ha llevado a toparnos con no
pocos problemas. Comenzando allá por
los años sesenta con el consumo de la marihuana, y poco después con la
utilización de la píldora anticonceptiva, arrancó una corriente de pensamiento
que induce conductas permisivas en casi todos los aspectos de la vida.
Hoy en
día una transexual puede dejarse crecer el bigote, un varón puede depilarse
todo el cuerpo, o una jovencita puede teñirse el cabello de mil colores. Cualesquiera de ellos enfrentarán poco o
ningún rechazo por su conducta. Claro
que hablando de derechos humanos es un gran logro, sin embargo el niño que viene
creciendo en un ambiente de tanta libertad, dentro del cual no se marcan
límites para su proceder, termina por sentirse aislado.
No se da esa identidad que proporciona el grupo,
ni enfrenta mayores desafíos por vencer, “puesto que todo está bien”.
Quizás ello contribuya en gran medida a que
este jovencito comience a deprimirse, y a refugiarse en la pantalla de su
aparato electrónico. Como bien lo
menciona en un reciente artículo la maestra Rosaura Barahona, es alarmante la
manera dolorosa al extremo como una
joven veracruzana entabla un monólogo con su pantalla antes de quitarse la
vida, mostrando “al mundo” que la habrá visto en redes sociales cómo planeaba
suicidarse, hasta que finalmente lo lleva a cabo.
Necesitamos asumir que el costo emocional de un sistema que no pone
límites en lo absoluto, se paga a un precio muy elevado, sobre todo tratándose
de nuestros niños. Quizá puedan surgir
grupos, como los ha habido de “darketos” y “punks”, pero finalmente son tribus
urbanas que cubren a medias ese tan necesario sentido de pertenencia, dado que
crecen de manera marginal dentro del grueso de la sociedad. Son los inadaptados que siguen causas que
otros no comprenden, y aun cuando en su momento de estos grupos surgió un Sartre,
un García Lorca o un Oscar Wilde, los tiempos actuales propician más la
recepción de contenidos que la creación, por lo que la creatividad no se da con
tanta soltura como en otros tiempos. Inclusive tenemos cierto temor a elaborar
un criterio propio; estamos más sujetos a lo que digan otras personas o los
medios para formar nuestra propia opinión.
Retomando
las necesidades a las que llegó Whitacre con su encuesta: El ser humano tiene
como necesidad fundamental el sentido de pertenencia; hacerse de conductas o
signos externos que provean para él una identidad; sentir que hay un grupo que lo acepta y lo protege.
Lo
segundo, ese plantearse un desafío para crecer es algo que de se contrapone a lo que muchas veces sienten
los hijos, que les allanamos demasiado el camino demasiado antes de que lo pisen, sin tener
oportunidad de probarse a ellos mismos.
Y finalmente, asunto clave en estos tiempos: De alguna manera el
consumismo va de la mano con “tener para ser”, dejando de lado el concepto de
algo que va más allá del bolsillo, que nos impulse a trabajar con pasión por una causa que está por
encima de nosotros mismos.