domingo, 20 de julio de 2014

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

UNA GOTA Y EL MAR
Rick Warren es un pastor evangélico norteamericano cuyo libro más conocido se intitula en español “Una vida con propósito”.  Nada queda más apropiado para lo que quiero tratar en esta ocasión, que dicho concepto cuyo significado cobra hoy singular vigencia.
Por muy diversas razones estamos viviendo en un mundo iconoclasta, que ha roto con los paradigmas de la época tradicional.  Pasamos de ser una sociedad productora a una de consumo, fenómeno al que se ha sumado la globalización, para convertirnos en una sociedad  prácticamente sin fronteras geográficas ni ideológicas, en la  que “todo se vale”.
Y como todo se vale, hemos dejado de asombrarnos ante fenómenos sociales que en otros tiempos habrían provocado desde escozor hasta espanto.  Y como todo se vale y está bien, se va generando un clima de tolerancia que no  siempre resulta ser tan sano.
Si alguien fuma tabaco, está bien; si prefiere marihuana, también.  Si uno se vuelve adicto a alguna otra sustancia química, “no problem”.  Si bajo los efectos del alcohol atropella y mata a alguien, no hay bronca, llegan las palabras a recomponerlo todo: Si el peatón hubiera tenido más cuidado, no lo habrían matado.
Si tienes niños y les pegas, está bien, y si los abusas sexualmente también, en un mundo exageradamente enfocado a lo sexual.   Si se mueren por causa de ese abuso, pues ni modo.  ¡Vaya! Con que hayas enfocado tu celular para capturar la acción propia o ajena en un video  que de inmediato subes a la red, sientes que has cumplido, y esperas muchos “likes”.
Y ya en Internet el video se vuelve viral, y todos lo miran, y comparten, y luego maldicen, y con mostrar gráficamente su enojo,  cada cual siente que ha cubierto  su personal cuota de civilidad, y que el mundo va a componerse  gracias a esa participación activa  en el “chat”.
Y así vamos por la vida, registrando, señalando, condenando, para suponer que somos mejores personas por haberlo hecho.   Nos tornamos pasivos, indiferentes, técnicos y fríos frente al dolor humano, el cual se concreta a ser imágenes, estadísticas, notas y opiniones que a la vuelta de una semana han caducado.
Cada nueva tragedia va desplazando a la de ayer, la de antier, la de hace una semana, hasta que se esfuma en el vacío del tiempo. ¿Quién se acuerda hoy de las niñas secuestradas en Nigeria por Boko Haram? ¿En qué quedó la tragedia humanitaria dela Guardería ABC? ¿O las Muertas de Juárez…? Ya nadie sabe, a nadie le importa, ahora surgen noticias nuevas y frescas, y hay que actualizarse.
Hemos ido generando círculos en torno nuestro, sin percatarnos de que esos círculos nos constriñen y aprisionan en una soledad cada vez mayor.  Hemos dejado de contactarnos con otros seres humanos, de rozar sus vidas, de sentir su pálpito, de compartir sus penas y alegrías.   Estamos cada vez más distantes, encapsulados en nuestra zona de confort,  nada dispuestos a correr riesgos, a contaminarnos con la presencia de otros.
Ese aislamiento nos torna cada vez más egoístas, quizás hasta el punto insano de creer que lo único que está bien sobre el planeta somos nosotros y nuestros puntos de vista.  Y en aquella soledad progresiva comenzamos a morir.
Comienza a morir nuestra curiosidad innata, nuestra capacidad de asombro.  Comienzan a morir nuestros afectos, nuestros aprecios.  Comienza a morir nuestra empatía, la posibilidad de compartir y dar.   Nos vamos convirtiendo en tiranos cada vez más grandes en nuestro pequeño espacio personal. Desde nuestra tribuna electrónica somos dioses poderosos, únicos para determinar qué está bien y qué esta mal en el mundo, sin ser cuestionados ni confrontados.
“Desesperación silenciosa” o “distracción sin propósito”,  nombre con que Rick Warren llama a la ruleta rusa en que llegamos a convertir nuestra vida si no la orientamos hacia un fin superior, que justifique todo emprendimiento.  El fin superior él lo entiende como Dios, pero para los no creyentes puede ser cualquier otro principio, siempre y cuando esté por encima de la propia persona, de manera que nos permita trascender.
Cuando nos proponemos llevar a cabo una pequeña buena acción a favor de un ser vivo o de una causa, percibimos un especial calor interno que no se sentiría en otras circunstancias.  Momentáneamente hallamos un significado a nuestros actos, una razón superior  para lo que hacemos  y por la que nos esforzamos.  Además de que habremos ido más allá de nuestras propias fronteras personales para mejorar el mundo, en un ápice, sí, pero con nuestra aportación el mundo será mejor que sin ella.

Termino con las palabras de Teresa de Calcuta: “A veces sentimos que lo que hacemos es tan solo una gota en el mar, pero el mar sería menos si le faltara esa gota.”

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