DECIDIR SOBRE LA VIDA
Un tema por demás controversial acaba de
ventilarse. En Bélgica se está analizando* una iniciativa de ley que busca
aprobar la eutanasia en niños, sin límite de edad, y sin la necesidad de contar
con el consentimiento de sus padres.
Sabemos
que en algunos países del Primer Mundo el asunto de la eutanasia ha ganado
terreno, particularmente en lo que va de este milenio. En los adultos se considera legal siempre y
cuando se realice con el consentimiento expreso del paciente, y en Holanda es
legal para niños, marcando como
requisito que tengan arriba de doce años de edad.
Sin lugar
a dudas hay enfermedades que traen aparejado gran sufrimiento para el enfermo y
sus familiares, siendo muchas de las veces insuficientes los métodos paliativos
que ofrece la Medicina para erradicar condiciones inherentes a la enfermedad,
particularmente el dolor. La decisión final dependerá entonces de
elementos personalísimos como principios religiosos, morales y familiares,
entre otros.
A quienes
nos ha tocado lidiar con niños enfermos sabemos que existen padecimientos que
producen una calidad de vida progresivamente menor, en muchos casos con un
terrible dolor físico para el pequeño.
Además quienes somos padres sabemos que no hay mayor dolor que ver
sufrir a un hijo y no ser capaces de ayudarlo.
Pero de esto a estar de acuerdo con la legalización de la eutanasia hay
un gran trecho.
En el
caso belga que actualmente se discute en
el Parlamento hay algo que en lo personal me preocupa. ¿Qué tan confiable es el
criterio de un pequeño para que él sea capaz de determinar si se pone fin a su propia
vida en un momento dado?... Es una pregunta para la que yo no hallo respuesta,
como tampoco la hallo en los casos de niños transgénero en quienes algunas
corrientes norteamericanas inician medidas farmacológicas o quirúrgicas
encaminadas a modificar el sexo anatómico con el que nacieron, partiendo de que
los pacientes consideran que vinieron al mundo en el envase equivocado.
¿Puede un
menor de nueve o diez años tener los elementos de juicio para determinar que no
quiere ser niño sino niña, de suerte que todo un equipo médico comience a intervenir en edades tempranas para
modificar su anatomía de manera radical?
En cierta
forma el mundo actual parece subestimar el valor de la vida humana. Por citar algunos casos, un embarazo no
deseado es visto como un mero accidente, y como tal se trata, eliminándolo.
Corremos riesgos al conducir, al enfrentar situaciones que implican peligro de
muerte, como si la excitación provocada por la carga de adrenalina justificara
morir en el intento. O bien, ante un
estado que es percibido como insoportable, se recurre a la terminación de la
vida, ya sea por vía del suicidio, o en casos de enfermedad mediante la asistencia
para provocar la muerte, o para evitar los elementos que permitan prolongar la
existencia.
Pero,
vuelvo a insistir, una cosa es que el adulto decida para sí mismo, y otra muy
distinta es lo que ocurra para el menor.
Al margen de las doctrinas religiosas, un menor mayor de doce años que
opta por la terminación de su vida con el consentimiento de sus padres,
podríamos decir que está más orientado, que un menor de cualquier edad que por
sí mismo esté en condiciones de decidir que se le induzca la muerte a su
persona, ante una situación que él encuentra insostenible.
Difícilmente un pequeño “desea” morir, o acaso piensa en la muerte. En él siempre, o a lo largo de una enfermedad
por difícil que resulte enfrentarla,
existe la esperanza de que las cosas vayan a mejorar. En mi experiencia con pacientes pediátricos
solamente en contados casos terminales
el escolar o adolescente está consciente de lo que sucederá un poco más
delante.
Entonces:
¿Se va a inducir al niño a que ahora asuma que su condición no tiene remedio?
¿Tiene el chico los elementos de juicio para saber hasta dónde sucede qué? ¿No
va a existir después de sucedidas las cosas, un sentimiento de culpa inagotable
en los padres y manejadores por haber propiciado una situación a todas luces irreversible?...
Tal
parece que es una muestra más de esa prisa que tenemos por vivir, por
experimentar, por disfrutar, y cuando eso ya no es posible, por terminar con la
situación que nos está impidiendo el disfrute.
Detrás de tal iniciativa se adivina un trasfondo de hedonismo que busca
determinar que la vida, para ser tal, implica satisfacciones y deja fuera
cualquier otro tipo de experiencias, lo que no necesariamente es cierto. Dentro de situaciones de dificultad, o
incluso de dolor físico, se dan condiciones de crecimiento interior que no se
darían en otro escenario.
Sigamos
de cerca esta iniciativa, termómetro del estado del mundo.
*Para hoy domingo 12, cuando se publica este texto la ley ha sido aprobada por el Parlamento belga.