VALENTINES Y VALIENTES
Hay fechas que en lo personal no me dicen mucho, sobre todo
cuando implican la creación de
necesidades de consumo que mueven a hacer gastos superfluos, en particular
ahora que son tiempos que demandan, más que nunca, planeación y contención en nuestra economía
familiar.
Una de
tales fechas es el Día de San Valentín, en parte por lo antes expuesto, y en parte
porque en su sentido último el
amor es un milagro cotidiano que se manifiesta en las pequeñas cosas, ésas que
se dan entre dos seres humanos a lo largo de la diaria convivencia, y que jamás se anuncian con bombos y platillos. Hechos que, de manera paradójica, son como
eslabones de una larga cadena, que a la
vuelta del tiempo adquiere una singular fortaleza.
Tal es mi
resistencia a ciertas fechas, que mi hermana Mónica me calificó de
“anticonsumista contumaz”, apelativo con el que me sentí muy identificada. Pero, por
más que quiera sustraerme al mercado de
consumo, hay que comprar lo
necesario para el hogar, y fue de este modo como el día previo a San Valentín me hallé detrás del carrito de supermercado surtiendo la nota.
Mientras
me aproximaba al departamento de frutas
y verduras, llamó mi atención una pareja
de adultos mayores que parecían muy
entretenidos seleccionando tomates uno a uno.
Debo confesar que a determinados personajes
me apasiona observarlos sin ser descubierta, y tal fue el caso de esta pareja
que atrajo mi mirada como un imán, y a
la que observé tanto como me fue posible, luego de lo cual, apelando a las leyes de atracción tan en
boga, me propuse abordar en actitud muy
positiva, con la intención de descubrir cuánto tiempo tenían de casados.
Obviamente
desconcertada frente al hecho de que una perfecta desconocida la interpelara de esta manera poco usual, y luego
de pensarlo por un momento e intercambiar miradas con el esposo me contestó
que sesenta.
No pude
contener mi asombro: ¡Qué maravilla! Sesenta años de una tarea común en la que parecen estar tan integrados, que todavía
tienen tiempo de ir juntos al supermercado, a elegir juntos los tomates del mandado.
Y a mí
que me fascinan los juegos de palabras, no pude menos que pensar en uno para
intitular la presente colaboración, queriendo abarcar el sentido último del amor,
la valentía para seguir juntos en armonía después de sesenta años, lo que
equivale a 720 meses, algo así como 750 lunas llenas; varios hijos, con toda
seguridad nietos, y quizás hasta biznietos.
Atravesando horas alegres y otras difíciles; problemas que habrán sido una suerte de prueba de fuego
para estar aquí, después de más de medio
siglo, poniéndose de acuerdo con relación a cuál pieza de tomate llevar, y cuál
descartar.
Pocos
momentos antes de fijar mi mirada en ellos me había topado con una gran isla
estratégicamente colocada a la entrada de la tienda, en la cual se exponía toda suerte de productos a
propósito de la ocasión: Globos metálicos, ramos de flores, pasteles grandes y
pequeños, galletas alusivas, un gran surtido de chocolates, monos de peluche,
tarjetas, bambúes miniatura en forma de corazón…Me detuve por un rato en las
proximidades de aquella isla, para observar la reacción de las personas: Era
excepcional el carrito de supermercado que, luego de que el cliente hubiera husmeado un rato entre tanta mercancía, saliera de esa zona de la tienda sin llevar
entre su selección de productos alguno de
aquéllos.
Valentines
hay muchos, ¡muchísimos! Ocasión de regalar y compartir; de conquistar, de refrendar sentimientos, de avanzar en el
camino del amor. A la vuelta del tiempo
esos artículos que hoy se compran con
ilusión habrán sido comidos, se habrán marchitado, terminarán destrozados, en la basura o en algún bazar de beneficencia,
aun los grandes muñecos de peluche de elevado costo, que bien podrían ir a parar al
Museo de los Corazones Rotos como piezas monumentales.
Valientes
para amar, pocos, cuesta emprender un amor valiente para toda la vida. Una tarea permanente en el que se invierta
tiempo, entusiasmo, fe, tolerancia y
grandes dosis de perdón. Ninguno de
nosotros es perfecto, pero eso no obsta para desarrollar lazos afectivos profundos con
otros seres humanos, lazos que duren toda una vida.
Dentro de
esta tendencia consumista pareciera a ratos que las relaciones se descartan a
la primera de cambios; como que ninguno parece muy dispuesto a darse una
segunda oportunidad; se impone el orgullo por encima de la tolerancia; la
soberbia antes que la humildad; la ira
sobre el perdón, y todo termina estrepitosamente.
¡Qué gran
lección aprendí de esa pareja de adultos mayores! El amor como divina
tarea de construcción entre dos
personas, una con y a través de otra, capaz de acercarnos a lo divino.