domingo, 8 de junio de 2014

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

ABC: LA CASA DE ASTERIóN
Después de cinco años el 5 de junio ha quedado en el imaginario colectivo como una fecha dolorosa, en la que revivimos  una realidad muy nuestra: En México la justicia es relativa; engaña jugando a ser ciega.
   El infanticidio colectivo de la Guardería ABC representa  el gran ejemplo de lo que nunca debió haber sucedido, de las cosas mal hechas, de las improvisaciones irresponsables, al garete,  sin planificación ni supervisión.   Viene a ser, como tanta obra pública, el daño colateral de licitaciones que no son tales, de arreglos “en lo oscurito”, de nepotismos funestos que nunca faltan.   Es la verdad no revelada, maquillada, distorsionada, vuelta a modo de los intereses de unos cuantos; la atrocidad de actuar como si esas 49 vidas preciosas y las decenas de niños quemados fueran cualquier cosa, y como si esos padres destrozados no merecieran una reparación al daño moral, al dolor más grande, y que a la fecha no hayan conseguido ni siquiera un “usted disculpe”.
   Poco antes de empezar esta colaboración leía un valiente texto publicado en su muro por una psicóloga a quien le tocó estar atendiendo a las familias en las horas siguientes a la gran tragedia.  Su crónica resulta desgarradora, nos coloca junto a ella en aquel caos absoluto de voces, gritos, olores, desmayos y una pena que pareciera horadar el pecho de aquellas madres como metal candente.     
   Y en torno a todo lo que cambiaría para siempre la vida de esos padres, iban erigiéndose los silencios oficiales; las exculpaciones que nunca faltan; el juego de “yo no fui, fue teté”, de la pelota que va de mano en mano, para finalmente, a la vuelta del tiempo, la ficción y la burocracia, terminar extraviada…
   Con base en la leyenda del Minotauro, Jorge Luis Borges escribió, dentro de su Aleph,  un texto que describe al híbrido antropófago, mitad humano, mitad toro, en su encierro infinito, corriendo, ocultándose, engañando, gozoso en sus triquiñuelas, sin llegar a comprender lo patético de su encierro para toda la eternidad,  aunque finalmente es  aniquilado por la espada mortífera  de Teseo.
   A cinco años de la tragedia de la Guardería ABC la justicia es asignatura pendiente; uno de los ejemplos más claros de esa terrible costumbre de la dilación, la confusión y el extravío de procedimientos, papelerías y trámites.  Como quien dice “nadie supo, nadie sabrá”.  Y los responsables de que el inmueble utilizado como Guardería participativa haya sido un galerón inseguro, con las salidas de emergencia bloqueadas, y aledaño a una bodega con material inflamable, siguen su vida, atienden elegantes eventos de caridad y viajan por todo el mundo.   Y la hipótesis de que el fuego no haya sido accidental sino intencional, lo que indicaría serios agravantes en el caso, es letra muerta.  
   Y los padres que sufrieron lo indecible durante la tragedia, y que viven cada día de su vida propuestos a exigir justicia, siguen sin respuestas.  Y todavía, en el colmo del cinismo y la insensibilidad, hay voces que se alzan para decirles que ya le paren, que no es para tanto…
   Como Asterión el Minotauro se hallan los responsables de la tragedia en constante carrera tras un hueso, un puesto, unos dineros, totalmente al margen de lo que significa la palabra “honor”.
   Por cierto, hablando de esta palabra en vías de extinción, al menos en lo que a función pública se refiere, la abdicación del rey Juan Carlos de Borbón, a favor de su hijo Felipe, me parece un acto que ejemplifica el honor de un monarca.   Reconocer sus limitaciones, en la actualidad por razón de la edad y tal vez de su estado de salud, para decir “hay quien puede hacerlo mejor que yo”, habla de dignidad y valía personal.  Sabemos que la  casa real ha atravesado por asuntos no muy favorables para la honra de la familia, pero aun así, la abdicación me parece un acto de mucha altura, como lo ha sido en su momento el retiro voluntario de otros jerarcas o políticos en el mundo.
   Volviendo a lo nuestro: Casos de falta de honor ha habido muchos, desde aquella jocosa participación de Roberto Madrazo en el maratón de Berlín, hasta los acordeones de nuestros maestros normalistas en días pasados.   Desde el descaro de decir que no son corruptos cuando los sorprenden en un video embolsándose grandes fajos de billetes, hasta la inveterada costumbre de prometer en campaña y olvidarse cuando  llegan al puesto. Como si la función pública  se asumiera cual negocio particular  a ejercerse con espíritu de usurero, y  con dotes de todólogo, brincando de un puesto a otro, con tal de no soltar la ubre.

   Todos los mexicanos somos Teseo, de nosotros depende la suerte de Asterión.

COSAS NUESTRAS por Jorge Villegas

Los buenos
¿Entre miles de políticos en activo, no habrá un par que sea decente y digno de confianza?
Porque echamos tabla rasa con toda la clase política sin hacer las dignas excepciones.
Lo que conseguimos es ahuyentar a los mejores y perpetuar a los sinvergüenzas.
Necesitamos distinguir a los buenos, para que más ciudadanos se involucren.
Exigir para ellos espacios en las planillas de los partidos o como independientes.
Darles exposición social a sus ideas, ofrecer respaldo a sus propuestas.
Entender que el cambio es más fácil desde el Gobierno que a gritos y sombrerazos.
jvillega@rocketmail.com

"No te rindas", de Mario Benedetti, declamado por Feneté.

La luz es como el agua, cuento de Gabriel García Márquez

En Navidad los niños volvieron a pedir un bote de remos. -De acuerdo -dijo el papá, lo compraremos cuando volvamos a Cartagena. Totó, de nueve años, y Joel, de siete, estaban más decididos de lo que sus padres creían. -No -dijeron a coro-. Nos hace falta ahora y aquí. -Para empezar -dijo la madre-, aquí no hay más aguas navegables que la que sale de la ducha. Tanto ella como el esposo tenían razón. En la casa de Cartagena de Indias había un patio con un muelle sobre la bahía, y un refugio para dos yates grandes. En cambio aquí en Madrid vivían apretados en el piso quinto del número 47 del Paseo de la Castellana. Pero al final ni él ni ella pudieron negarse, porque les habían prometido un bote de remos con su sextante y su brújula si se ganaban el laurel del tercer año de primaria, y se lo habían ganado. Así que el papá compró todo sin decirle nada a su esposa, que era la más reacia a pagar deudas de juego. Era un precioso bote de aluminio con un hilo dorado en la línea de flotación. -El bote está en el garaje -reveló el papá en el almuerzo-. El problema es que no hay cómo subirlo ni por el ascensor ni por la escalera, y en el garaje no hay más espacio disponible. Sin embargo, la tarde del sábado siguiente los niños invitaron a sus condiscípulos para subir el bote por las escaleras, y lograron llevarlo hasta el cuarto de servicio. -Felicitaciones -les dijo el papá ¿ahora qué? -Ahora nada -dijeron los niños-. Lo único que queríamos era tener el bote en el cuarto, y ya está. La noche del miércoles, como todos los miércoles, los padres se fueron al cine. Los niños, dueños y señores de la casa, cerraron puertas y ventanas, y rompieron la bombilla encendida de una lámpara de la sala. Un chorro de luz dorada y fresca como el agua empezó a salir de la bombilla rota, y lo dejaron correr hasta que el nivel llego a cuatro palmos. Entonces cortaron la corriente, sacaron el bote, y navegaron a placer por entre las islas de la casa. Esta aventura fabulosa fue el resultado de una ligereza mía cuando participaba en un seminario sobre la poesía de los utensilios domésticos. Totó me preguntó cómo era que la luz se encendía con sólo apretar un botón, y yo no tuve el valor de pensarlo dos veces. -La luz es como el agua -le contesté: uno abre el grifo, y sale. De modo que siguieron navegando los miércoles en la noche, aprendiendo el manejo del sextante y la brújula, hasta que los padres regresaban del cine y los encontraban dormidos como ángeles de tierra firme. Meses después, ansiosos de ir más lejos, pidieron un equipo de pesca submarina. Con todo: máscaras, aletas, tanques y escopetas de aire comprimido. -Está mal que tengan en el cuarto de servicio un bote de remos que no les sirve para nada -dijo el padre-. Pero está peor que quieran tener además equipos de buceo. -¿Y si nos ganamos la gardenia de oro del primer semestre? -dijo Joel. -No -dijo la madre, asustada-. Ya no más. El padre le reprochó su intransigencia. -Es que estos niños no se ganan ni un clavo por cumplir con su deber -dijo ella-, pero por un capricho son capaces de ganarse hasta la silla del maestro. Los padres no dijeron al fin ni que sí ni que no. Pero Totó y Joel, que habían sido los últimos en los dos años anteriores, se ganaron en julio las dos gardenias de oro y el reconocimiento público del rector. Esa misma tarde, sin que hubieran vuelto a pedirlos, encontraron en el dormitorio los equipos de buzos en su empaque original. De modo que el miércoles siguiente, mientras los padres veían El último tango en París, llenaron el apartamento hasta la altura de dos brazas, bucearon como tiburones mansos por debajo de los muebles y las camas, y rescataron del fondo de la luz las cosas que durante años se habían perdido en la oscuridad. En la premiación final los hermanos fueron aclamados como ejemplo para la escuela, y les dieron diplomas de excelencia. Esta vez no tuvieron que pedir nada, porque los padres les preguntaron qué querían. Ellos fueron tan razonables, que sólo quisieron una fiesta en casa para agasajar a los compañeros de curso. El papá, a solas con su mujer, estaba radiante. -Es una prueba de madurez -dijo. -Dios te oiga -dijo la madre. El miércoles siguiente, mientras los padres veían La Batalla de Argel , la gente que pasó por la Castellana vio una cascada de luz que caía de un viejo edificio escondido entre los árboles. Salía por los balcones, se derramaba a raudales por la fachada, y se encauzó por la gran avenida en un torrente dorado que iluminó la ciudad hasta el Guadarrama. Llamados de urgencia, los bomberos forzaron la puerta del quinto piso, y encontraron la casa rebosada de luz hasta el techo. El sofá y los sillones forrados en piel de leopardo flotaban en la sala a distintos niveles, entre las botellas del bar y el piano de cola y su mantón de Manila que aleteaba a media agua como una mantarraya de oro. Los utensilios domésticos, en la plenitud de su poesía, volaban con sus propias alas por el cielo de la cocina. Los instrumentos de la banda de guerra, que los niños usaban para bailar, flotaban al garete entre los peces de colores liberados de la pecera de mamá, que eran los únicos que flotaban vivos y felices en la vasta ciénaga iluminada. En el cuarto de baño flotaban los cepillos de dientes de todos, los preservativos de papá, los pomos de cremas y la dentadura de repuesto de mamá, y el televisor de la alcoba principal flotaba de costado, todavía encendido en el último episodio de la película de media noche prohibida para niños. Al final del corredor, flotando entre dos aguas, Totó estaba sentado en la popa del bote, aferrado a los remos y con la máscara puesta, buscando el faro del puerto hasta donde le alcanzó el aire de los tanques, y Joel flotaba en la proa buscando todavía la altura de la estrella polar con el sextante, y flotaban por toda la casa sus treinta y siete compañeros de clase, eternizados en el instante de hacer pipí en la maceta de geranios, de cantar el himno de la escuela con la letra cambiada por versos de burla contra el rector, de beberse a escondidas un vaso de brandy de la botella de papá. Pues habían abierto tantas luces al mismo tiempo que la casa se había rebosado, y todo el cuarto año elemental de la escuela de San Julián el Hospitalario se había ahogado en el piso quinto del número 47 del Paseo de la Castellana. En Madrid de España, una ciudad remota de veranos ardientes y vientos helados, sin mar ni río, y cuyos aborígenes de tierra firme nunca fueron maestros en la ciencia de navegar en la luz.

Himno a la Alegría de L.V.Beethoven, con Ana Rucner

CONFETI DE LETRAS por Eréndira Ramírez


La crianza de las nuevas generaciones entre sociedad revuelta, violencia extrema, padres más tiempo alejados de sus casas, tecnología y acceso muy temprano y prolongado a ella...

Problemas conductuales de menos a más que requieren generalmente de la intervención de un profesional; más satisfactores materiales, más arraigo a las marcas: ¿quién puede correr si no tiene tenis Nike? ¿quién puede comunicarse satisfactoriamente si no posee un IPhone, última versión por supuesto?...

Convertidos en publicidad ambulante que nos da distinción, estatus, personalidad.

Quien las posee no requiere esmerarse mucho más en lograr ser admirado, finalmente esa es la meta del esfuerzo.

Generaciones con caminos allanados por los padres para que sean felices, para que no sufran,(espero que no sea para postergar el sufrimiento).

Menos espacios culturales, más fútbol; menos arte, más Internet; amigos reales sustituidos uno a cien por virtuales.

Menos niños en los parques; inocencias arrebatadas prematuramente.

Más ruido de balas que de conciencias que transmitan valores.

Nuevas generaciones,distintas, ante un mundo más deteriorado...

Así avanzamos y en este acelerado correr del tiempo no hay forma alguna de dar reversa.

Esperemos entonces que si nos damos cuenta de que vamos en el camino equivocado, haya una brecha que nos guíe a un destino mejor,

Ese no es mi problema, o "pasándose la pelota unos a otros"