domingo, 6 de julio de 2014

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

ADULTOS CHIQUITOS
Gilberto era un jovencito guatemalteco cuya edad ni su propia madre  recuerda con precisión; ahora que debe cubrir los trámites legales de rigor, manifiesta que  tendría unos quince, aunque lo registró con la misma fecha que su hermano menor, quien tiene once.  Con once o con quince, Gilberto no tenía edad para  lanzarse a viajar a los Estados Unidos, donde planeaba ganar el dinero suficiente para atender la enfermedad de su madre.
   Los sueños de Gilberto habrán comenzado a desinflarse en algún punto del desierto de Sonora, donde cualquier ser humano corre riesgo de muerte, y más si va solo, y más aún si es menor de edad.  Habrá sido un golpe de calor; habrá sido la deshidratación severa, o la hipotermia nocturna… Sería un animal ponzoñoso, o alguna infección que pescó en el camino y se agudizó en aquella solitud desértica… Nunca lo sabremos, nunca lo sabrá su madre tampoco.  Gilberto, de once o de quince, para el caso da lo mismo, emprendió solo  el viaje desde Guatemala, agonizó solo y solo murió sobre aquel  arenoso lecho de muerte.  Para cuando lo encontraron habían pasado tantos días, que  es poco probable determinar la causa última de muerte.
   Es uno de los incontables casos de niños que se lanzan a perseguir el sueño americano, y que en estas últimas semanas enciende un foco rojo, que da cuenta de una crisis humanitaria de graves dimensiones.
   Tratando de ubicar este problema en el mundo en el que ha tocado vivir   a nuestros niños, es muy claro que en esto de la migración, una vez más, el niño se siente obligado a adoptar un comportamiento de adulto, situación que  a través del tiempo vamos propiciando nosotros,  quienes lo vemos crecer con esta dolorosa carga adicional y no hacemos nada.         
   Viene a mi memoria un antiguo comercial radiofónico de un analgésico infantil que decía: “Su  niño no es un adulto chiquito”, sin embargo en el escenario en que se desenvuelven nuestros menores, las  expectativas que la sociedad  finca en ellos, sí van en buena parte encaminadas a   demandar un comportamiento   de adulto, muchas veces desde el nacimiento.
   Días atrás me topé con un artículo de alguna revista norteamericana de Psicología que me dejó sin palabras; a partir de los índices que el autor  daba  de homo, bisexualidad, y transgénero entre adultos de aquel país,  llegaba a la conclusión de que nadie tiene derecho a señalar un sexo de asignación a un recién nacido, porque es una forma de violentar sus derechos.  Específicamente proponía que nos esperáramos a que el pequeño  cumpliera dos o tres años en un limbo genérico, para que a esa edad manifieste si se siente Juanito, Mariquita ó –acotación mía-- “transformer”. ¿Tiene acaso un pequeño de pañales los elementos de juicio para definir   algo así…?
   Hoy en día ser niño implica mucha soledad, en algunos casos grandes responsabilidades ajenas a la infancia ideal. En muchos casos los padres depositan en él grandes expectativas, y lo ponen a competir desde edades muy tempranas, bajo la consigna de ser siempre el mejor a toda costa. Ahí tenemos la alta tasa de suicidio en adolescentes que presenta Japón, donde este afán de competencia entre niños es la norma.
   Por otra parte el pequeño tiene libre acceso a la tecnología de punta en todas sus variantes, dejando de lado hermosas oportunidades de disfrutar la naturaleza;  correr y jugar al aire libre con otros niños de su edad.
   Muchas veces lo sentamos frente al televisor “para que se entretenga”, pero no  nos damos el tiempo de supervisar los contenidos, de manera que el niño se la pasa en contacto con comedias idiotizantes de producción nacional; con telenovelas cuyo común denominador es  el abuso verbal, porque si no se están gritando están llorando, y los parlamentos  dan vuelta una y otra vez a los siete pecados capitales en todos los tonos, colores y  variantes… La televisión por cable tiene una carga   muy exagerada de violencia; de modo que un niño expuesto a estos contenidos de manera indiscriminada  puede interpretar que así  de terrible debe ser la vida allá afuera.
   Y por supuesto, cualquier  relación interpersonal a los quince minutos termina en la cama, en un sexo salvaje…Y luego nos alarmamos porque la niña de doce sale embarazada, o porque el muchachito de trece se involucra sexualmente con un adulto, o porque  el de primaria practica el “sexting”.
   Hemos hecho de nuestros niños adultos chiquitos; los hemos privado de buena parte de su infancia; los hemos contaminado.   Gilberto sintió que era su obligación emigrar para trabajar  y  ayudar con los gastos del hogar, y así perdió la vida. 

   Si nos deja indiferentes estar perdiendo lo más valioso: ¿Queda algo por  hacer…?

COSAS NUESTRAS por Jorge Villegas

Desconfianza
La madre de todas las batallas la siguen posponiendo en nuestra política.
No captan que es grave el problema de su nula credibilidad y de nuestra desconfianza.
Y esa credibilidad solo volverá cuando acepten que la corrupción ya es plaga peor que el narco.
Por ella no nos entusiasman las reformas integrales y menos sus leyes secundarias.
Sospechamos de la versión oficial de las detenciones.  No creemos la versión oficial, sobre todo la detención del líder de las autodefensas en Michoacán.
Desarmar a un pueblo que se defiende nos parece transa con la Tuta.
Ya es tiempo que ellos empuñen la escoba.  O la empuñamos nosotros y a ver cómo nos va.
jvillega@rocketmail.com

Increíble pintura hiperrealista con diferimiento en tiempo.

"Llamados a la acción" por el Dr. José Carlos García Fajardo

 Los derechos humanos universales no pueden ser una opción porque no hay otra similar en valor, en dignidad y en excelencia. Puede una sociedad determinada no reconocerlos y actuar como si no existieran, o como si dependieran de la sanción del poder legislativo.  Esa actitud será legal, puesto que legislada, pero no justa. Como legales fueron los campos de concentración alemanes y soviéticos, el apartheid en Sudáfrica o la esclavitud durante siglos. Ninguna autoridad puede darlos o retirarlos legítimamente porque son una categoría antropológica de las personas.
Estos derechos humanos -políticos y sociales- pertenecen a todos los seres humanos. Todos. Lo más que pueden hacer los poderes políticos es reconocerlos. Pero, aunque no lo hicieran, como sucede cada día en tantos lugares del mundo, no hay que esperar orden de mando alguna: es preciso arrebatarlos y ejercerlos.
Es unánime la doctrina jurídica de que, ante cualquier tiranía, no sólo es lícito rebelarse y matar al tirano sino que la resistencia se convierte en deber ético irrenunciable.
Vivimos enajenados por la falacia de que las cosas no son hasta que las dictan los poderes dominantes. No hay que esperar ley ni permiso alguno para ejercer los derechos fundamentales, como el derecho a la vida, a la libertad y a la búsqueda de felicidad. Con todos los derechos sociales que de ahí se derivan: trabajo, salud, cultura, vivienda digna, libertad de pensamiento y expresión, libre asociación, diversidad y la participación en la cosa pública como suma de todos los derechos políticos.
Sostenía el premio Nobel José Saramago que es preciso inventar gente mejor, que se sepa ciudadano, y no permitir que nadie nos engañe. El escritor denunciaba la incompatibilidad entre la actual globalización económica y los derechos sociales. No dudaba en calificar a la primera como una nueva forma de totalitarismo contra la que hay que rebelarse. Como en su día nos alzamos contra los campos de concentración, los Auschwitz y los Gulag, contra la esclavitud y la marginación, contra la exclusión y la explotación de los seres humanos por los poderes dominantes.
El problema central es el problema del poder. Antes era reconocible; ahora, no, porque el poder efectivo lo tienen las multinacionales y los poderes financieros que lo han arrebatado a los políticos. Y si antes los oprimidos podían alzarse contra los poderes tiránicos, fueran reyes o militares, castas sacerdotales u oligarquías, hoy se nos ha ido de las manos en el difuso pero omnipotente magma de las corporaciones económico financieras.
Silenciar los defectos potencia las causas. Pero no todo está perdido. Es posible rebelarse, porque las derrotas, como las victorias, nunca son definitivas. E importantes autores contemporáneos proponen la revolución de la bondad activa que acelere la llegada del hombre y la mujer nuevos. Porque hoy, como nunca anteriormente, es posible la destrucción de la humanidad y del medio que la sustenta.
El siglo XXI será el siglo de los derechos humanos porque se va a decidir el destino de la humanidad. A esta rebelión y conquista todos estamos convocados porque en ello nos van la vida, más aún, la supervivencia como especie y la misma existencia de nuestro planeta. Pero sólo es admisible un vivir con dignidad como expresión de una sociedad en la que primen la libertad, la justicia y la ética por encima de los intereses y de la fuerza.
La historia demuestra que, cuando las inmensas mayorías empobrecidas se plantan y miran en los ojos a los poderes opresores, éstos enmudecen.

José Carlos García Fajardo
Profesor Emérito de la Universidad Complutense de Madrid (UCM) Director del Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS)

StickStoff: Percusionistas de tinas

"Acerca de la felicidad" Reflexión por Teresa de Calcuta.


«Las personas más felices no siempre tienen lo mejor de todo. Solo sacan lo mejor de todo lo que encuentran en su camino. La felicidad espera por aquellos que lloran, aquellos que han sido lastimados, aquellos que buscan, aquellos que tratan».

«Porque solo ellos pueden apreciar la importancia de las personas que han tocado sus vidas. No puedes ir feliz por la vida hasta que dejes ir tus fracasos pasados y los dolores de tu corazón».

«Cuando la puerta de la felicidad se cierra, otra puerta se abre, pero algunas veces miramos tanto tiempo aquella puerta que se cerró que no vemos la que se ha abierto frente a nosotros».

«Es cierto que no sabemos lo que tenemos hasta que lo perdemos, pero también es cierto que no sabemos lo que nos hemos estado perdiendo hasta que lo encontramos».

«Espero que tengas: Suficiente felicidad para hacerte dulce. Suficientes pruebas para hacerte fuerte. Suficiente dolor para mantenerte humano. Suficiente esperanza para ser feliz».

Video: "Poesía en la línea de producción"

La poesía se encuentra en ese punto del universo donde dos imágenes, dos sentimientos, dos miradas, hacen clic y se transforman en algo más, algo bello que hace trascender esas dos individualidades.