domingo, 27 de julio de 2014

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

LOS NIñOS DEL MUNDO
 Los titulares de las últimas semanas  coinciden en  compartir como común denominador de los diversos conflictos mundiales,  una absoluta falta de respeto por los derechos de los niños.
   Echamos un vistazo a la Franja de Gaza para descubrir que las fuerzas militares israelíes atacan a la población civil, aun cuando hay niños entre los grupos que toman como objetivo de sus ataques, como fue el caso de la escuela de la ONU que servía como refugio a un grupo de familias palestinas.   De una u otra forma estos ataques están desencadenando acciones discriminatorias en el resto del mundo; no es gratuito que un café belga haya colocado esta semana en  su entrada un letrero que especifica que se prohíbe la entrada a perros y a judíos.   A estas alturas no veo mayor diferencia con la iniciativa de la insignia amarilla que colocaban los nazis a los judíos en Europa, durante el inicio de la Segunda Guerra Mundial.
   Otro caso que nos toca muy de cerca es el de los niños migrantes, problema  cuya importancia parece enfocarse desde el punto de vista económico o de seguridad, pero poco en su aspecto humanitario.  Son niños que se lanzan a su suerte por parte de sus familias como modernos Moisés, con la esperanza casi mágica de que las aguas del Nilo de la migración los conduzcan al puerto anhelado, los Estados Unidos.   Algunos pequeñitos tratan de reunirse con sus padres que radican de ilegales en aquel país; otros infantes centroamericanos han perdido a su familia a manos de grupos armados, y se  aventuran con la imprudencia propia de su edad, soñando con llegar un día a la tierra prometida.
   Todo lo que sufren en el camino, desde riesgos de accidentes, privaciones, engaños, ultrajes, violaciones sexuales, trata, y quizás la muerte no entran en el imaginario de un niño que no ha terminado la primaria y se lanza con toda su pequeña persona, seguro de alcanzar  ese anhelado sueño americano.
   Una tercera realidad que nos ha tocado palpar muy de cerca es la que se viene desarrollando en Zamora, Michoacán, en lo que hasta hace poco fuera el albergue de “Mamá Rosa”.   Un claro ejemplo de una falla histórica muy grave por parte del estado, que  de manera sistemática   delega en manos de particulares gran parte de la función de salvaguarda de menores en situación de orfandad o de calle, y que luego de hacerlo, omite supervisar.   Lo que en un principio   habrán sido buenas intenciones de la fundadora del albergue terminó en un total desastre, cuando   resulta evidente que lo que el estado hizo en todos estos lustros fue permitirle acumular niños, y ocasionalmente hacerle llegar apoyos económicos de manera desordenada.
El escenario actual que habla por sí solo no surgió por generación espontánea.   48 denuncias de maltrato infantil no salieron de la nada, y tampoco 20 toneladas de basura se acumularon  en un solo fin de semana.  Aquello es el resultado monumental de un enorme descuido generado por un DIF que descargó toda responsabilidad en terceros, y una mujer que hace mucho tiempo se vio rebasada por el trabajo, y como los acumuladores patológicos (“hoarders”), jamás pidió ni aceptó ayuda.
   Los argumentos que tratan de explicar por qué las cosas llegaron al estado en que están son absurdos: “Porque era la jefa”, “Porque era muy enojona”, “Porque no permitía que nadie entrara al albergue”…Sucede, como en tantas otras ocasiones, que los ciudadanos desde nuestra cómoda butaca consideramos que con levantar el índice de fuego y señalar, sentimos que hemos cumplido con la patria.
Todos estos escenarios evidencian una total falta de respeto a los derechos de los niños.  Traduce que todos nosotros como sociedad hemos dejado de   tomarlos en cuenta como seres únicos e irrepetibles, que tienen un derecho absoluto a una vida digna, a salud, educación y respeto, para  formarse de manera integral rodeados de amor, con un potencial creativo a desarrollar.
   Antes de escribir la presente colaboración revisaba una colección de fotografías tomadas un el ala pediátrica de un hospital en Gaza, donde reciben tratamiento pequeños que han sido víctimas de heridas de guerra.  Una pacientita de siete años de nombre Maha al-Sheikh Khalil, de la zona urbana de Shijaiyah aparece con un collarín que ayuda a estabilizar su columna, después de que una lesión ha provocado en ella tal daño, que la ha dejado cuadripléjica.  Me asombra ver que la niña emite una sonrisa muy amplia, ¡vaya! Se pudiera decir que luce feliz…

   Surge la pregunta: ¿Hasta donde me corresponde como habitante del planeta responder a esos niños en situación de crisis…? Algo queda claro, debo hacer más de lo que he hecho hasta ahora, comenzando por cumplir a cabalidad con mi entorno inmediato.


COSAS NUESTRAS por Jorge Villegas

Cómplices
No son las leyes ni las autoridades quienes solapan delitos contra la vida.
No se ha podido legislar un castigo severo contra quienes conducen ebrios.
Hay que castigarlos con la mano en el corazón "porque a cualquiera puede pasarle".
Y todos conspiran para volver letra muerta la veda del tabaco en espacios cerrados.
Los restaurantes conceden a los fumadores los mejores y más amplios espacios.  Y ponen en rincones asilados a quienes piden comer sin humos nocivos.
A los ebrios se les da un manazo con multas, y a los fumadores se les apapacha, por complicidad de todos.
jvillega@rocketmail.com

No culpes a nadie, de Pablo Neruda

Maese La Roca y la suerte de Hermann Hesse


Un anciano llamado Chunglang, que quiere decir «Maese La Roca», tenía una pequeña propiedad en la montaña. Sucedió cierto día que se le escapó uno de sus caballos y los vecinos se acercaron a manifestarle su condolencia.

Sin embargo el anciano replicó:
- “¡Quién sabe si eso ha sido una desgracia!”

Y he aquí que varios días después el caballo regresó, y traía consigo toda una manada de caballos cimarrones. De nuevo se presentaron los vecinos y lo felicitaron por su buena suerte.

Pero el viejo de la montaña les dijo:
- “¡Quién sabe si eso ha sido un suceso afortunado!”

Como tenían tantos caballos, el hijo del anciano se aficionó a montarlos, pero un día se cayó y se rompió una pierna. Otra vez los vecinos fueron a darle el pésame, y nuevamente les replicó el viejo:
- “¡Quién sabe si eso ha sido una desgracia!”

Al año siguiente se presentaron en la montaña los comisionados de «los Varas Largas». Reclutaban jóvenes fuertes para mensajeros del Emperador y para llevar su litera. Al hijo del anciano, que todavía estaba impedido de la pierna, no se lo llevaron.

Chunglang sonreía

Tomado de:



Blues de San Luis por la banda Canadian Brass

La educación de nuestros hijos por Emma Jenner

5 razones por las que la crianza moderna está en crisis, según una niñera británica

En general, soy una persona bastante optimista. Tiendo a creer que todo va a salir bien, a menos que las pruebas indiquen totalmente lo contrario; cualquiera que me conozca bien te dirá que no suelo dramatizar. Este es el motivo por el que cuando afirmo que la crianza moderna está en apuros, en crisis incluso, espero que me escuchen, y que me escuchen bien. He trabajado con niños y padres en dos continentes y durante dos décadas, y lo que he visto en los últimos años me alarma. Estos son los mayores problemas que veo:

1. Tenemos miedo a nuestros hijos
Suelo hacer una prueba por las mañanas en la que observo cómo un padre da el desayuno a su hijo. Si el niño dice: "¡Quiero la taza rosa, no la azul!" aunque la madre ya haya echado la leche en la azul, trato de observar con cuidado la reacción de la mamá. La mayoría de las veces, se pone pálida y vierte el contenido en la taza que el niño prefiere antes de que le dé un berrinche. ¡Error! ¿De qué tenéis miedo? ¿Quién manda de los dos? Deja que llore si quiere, y vete de ahí para no escuchar el llanto. Pero, por favor, no trabajes de más sólo para agradar al niño. Y, lo más importante, piensa en la lección que le estás enseñando si le das todo lo que quiere sólo por ponerse a llorar.
2. Hemos bajado el listón
Cuando los niños se comportan mal, ya sea en público o en privado, los padres tienden a encogerse de hombros como diciendo: "Así son los niños". Te aseguro que no tiene por qué ser así. Los niños son capaces de mucho más de lo que los padres normalmente esperan de ellos, en cuanto a sus modales, al respeto por los mayores, las tareas del día a día, la generosidad o el autocontrol. ¿Crees que un niño no puede quedarse sentado durante la cena en un restaurante? Nada de eso. ¿Crees que un niño no es capaz de quitar la mesa sin que se lo pidan? De nuevo, no es así. La única razón por la que no se portan bien es porque no les has mostrado cómo hacerlo y porque no esperas que lo hagan. Así de simple. Pon el listón más alto y tu hijo sabrá cómo comportarse.
3. Hemos perdido las costumbres del pueblo
Antes, los conductores de autobús, los maestros, los tenderos y otros padres solían tener carta blanca para corregir a un niño maleducado. Actuaban como ojos y oídos de la madre y el padre si los niños estaban fuera de su vista, y todo el mundo colaboraba por un interés común: criar de forma adecuada a niños y niñas. Todo el pueblo se volcaba. En la actualidad, si a alguien que no es padre del niño en cuestión se le ocurre regañarlo, a los padres no les hace ninguna gracia. Quieren que su hijo parezca el niño perfecto, y por eso no aceptan que los maestros u otras personas digan lo contrario. Montarán en cólera e irán a hablar con el profesor antes que con su hijo por haberse portado mal en clase. Sienten la necesidad de proyectar una imagen perfecta al mundo y, por desgracia, su inseguridad se ve reforzada porque muchos padres se juzgan entre sí. Si un niño se pone a berrear, todas las cabezas se girarán hacia la madre con una mirada reprobadora. En su lugar, debería ser respaldada, porque hay muchas posibilidades de que el berrinche haya tenido lugar por no haber cedido ante alguna de las exigencias de su niño. Más bien, esos observadores deberían decirle: "Buen trabajo. Sé lo difícil que resulta poner límites".
4. Confiamos demasiado en los atajos
Me parece maravilloso que los padres tengan todo tipo de aparatos electrónicos para entretenerse en un vuelo o en la sala de espera del médico. También es fabuloso que podamos pedir nuestra compra online, y que podamos calentar comida sana a golpe de microondas. Los padres están más ocupados que nunca, y estoy totalmente a favor de tomar el camino fácil siempre que sea necesario. Pero los atajos también pueden ser una pendiente resbaladiza. Cuando descubres lo bien que Caillou entretiene al niño en un avión, que no te tiente la idea de ponerle los dibujos en un restaurante. Los niños también tienen que aprender a ser pacientes. Tienen que aprender a distraerse ellos solos. Tienen que aprender que no toda la comida va a estar siempre caliente y lista en menos de tres minutos y, si es posible, también tienen que aprender a ayudar en la cocina. Los bebés tienen que aprender a tranquilizarse solos; no hay que sentarlos en una silla vibradora cada vez que se pongan quisquillosos. Los niños tienen que aprender a levantarse cuando se caen, en vez de subir los brazos para que mamá y papá les cojan. Enseña a los niños que los atajos pueden servir de ayuda, pero que resulta muy satisfactorio hacer las cosas por la vía lenta.
5. Los padres ponen las necesidades de los hijos por encima de las suyas
Naturalmente, los padres tienden a cuidar de sus hijos en primer lugar, y esto es bueno para la evolución. Yo defiendo la idea de crear un horario que se ajuste a las necesidades del niño, y que la alimentación y la ropa del niño sean prioritarias. Sin embargo, los padres de hoy en día han ido demasiado lejos, sometiendo sus propias necesidades y salud mental a las de sus hijos. Cada vez con más frecuencia veo a mamás que se levantan de la cama cada dos por tres para satisfacer los caprichos del niño. O a papás que lo dejan todo y se recorren el zoo de punta a punta y a toda prisa para comprarle a la niña una bebida porque tiene sed. No pasa nada por no levantarte en mitad de la noche para darle otro vaso de agua a tu hijo. No pasa nada si el papá del zoo dice: "Claro que vas a beber agua, pero vamos a tener que esperar hasta llegar a la próxima fuente". No pasa nada por utilizar la palabra no de vez en cuando, ni hay nada malo en pedirle a tu hijo que se entretenga solo unos minutos porque mamá quiere usar el baño en privado u hojear una revista.
Temo que si no empezamos a corregir, y pronto, estos cinco errores graves, los niños que estamos criando crecerán y se convertirán en adultos arrogantes, egoístas, impacientes y maleducados. No será su culpa, sino la nuestra. No les hemos enseñado otra cosa, nunca hemos esperado nada más de ellos. Nunca quisimos que se sintieran incómodos y, cuando es inevitable que sientan alguna molestia, no se ven preparados para ello. Por tanto, pido por favor a todos los padres y cuidadores del mundo que exijan más a los niños. Que esperen más de ellos. Que les hagan partícipes de sus luchas. Que les den menos. Que les pongan rectos y que, juntos, les preparemos para que tengan éxito en el mundo real, y no en el mundo protegido que hemos creado para ellos.
Traducción de Marina Velasco Serrano
Tomado de http://www.huffingtonpost.es/

Have you ever seen the rain?

Una manada de elefantes  había permanecido toda su vida en cautiverio, sin contacto con el exterior. Observen la reacción de sus integrantes cuando experimentan la lluvia por primera vez.