LOS ZAPATOS DEL OTRO
Quienes
expresamos nuestras ideas por escrito no podríamos arrancarnos el ser propio
para plasmar nuestra opinión de un modo totalmente objetivo, desprovisto de ese
sello personal que todo ser humano imprime a cuanto hace. De esta manera, para expresar lo que voy a
decir, debo partir de un hecho muy personal, me fascina la temporada navideña,
que de alguna manera me remite a los años de infancia en la cual todo se
hallaba revestido de una particular magia que no se manifiesta con tanta
intensidad durante el resto del año.
Claro
que la Navidad cuando uno llega a la edad adulta tiene sus bemoles, aunque
conserve la magia: Hay gastos, aglomeraciones, y con tristeza, saldo rojo, por
más que se han implementado programas preventivos para disminuir la tasa de accidentes
asociados a conducir bajo los efectos del alcohol.
En
particular ese asunto de las aglomeraciones en los sitios públicos, con los
consecuentes desórdenes de todo tipo, llega a exasperarme.
Esta
mañana en el estacionamiento de un centro comercial tuve que esperar buen rato
a que se desocupara un cajón para estacionarme, y justo cuando me tocaba
ocuparlo apareció un vehículo en sentido contrario y simplemente lo invadió. Esperé a que la conductora se apeara del
vehículo para reclamarle su actuación, su respuesta fue por demás cínica, me
vio, me escuchó, dijo “ni modo” y se alejó.
Siendo
honesta, me quedé trinando, y en esos minutos me reproché a mí misma no tener
la costumbre de proferir palabrotas, porque la ocasión lo ameritaba, pero en
fin, para mi buena fortuna en ese momento quedaba libre otro cajón más delante, y ya pude estacionar
mi vehículo.
Entré
a la tienda aún contrariada, y en el justo momento cuando tomaba un pasillo sentí un fuerte golpe provocado por el carrito
de mandado que llevaba una mujer de
mediana edad, y andando yo todavía como agua para chocolate, le señalé
que se me había echado encima, que tuviera más cuidado. Ella se detuvo y de inmediato se disculpó
indicando que era ciega de un ojo, de modo que quedé fuera de su campo visual,
lo que provocó el accidente. Me describió la forma como una infección adquirida
en la infancia le había lesionado el nervio óptico, perdiendo la visión de ese
ojo. Terminamos platicando, y yo relatándole
el motivo de mi irritabilidad, por el incidente del estacionamiento.
Me
traje a casa una gran lección. Es muy
humano que acostumbremos juzgar y hasta condenar la conducta de otros partiendo
de la propia persona: “yo en su lugar haría”, o “yo no haría”, y demás. De hecho, esa costumbre de personalizar las
cosas, se asocia a cuadros depresivos, pues si algo que otros hacen y de algún
modo me afecta, lo tomo como si lo hicieran contra mí, voy a
acumular sentimientos negativos y a ver dañada mi autoestima.
Una
de las piezas clave en la situación política del país, es que sentimos que
nuestros gobernantes carecen de sensibilidad para comprender al ciudadano de a
pie. Criticamos que con la mano en la
cintura emprenden medidas que afectan nuestra economía más y más, pues ellos con
sus salarios y prebendas jamás pasarán los apuros de un padre de familia de
clase obrera, que por más que doble turno y trabaje en sus descansos, no logra
darse abasto con los gastos del hogar. Y
sentimos que el presidente poco o nada se ha preocupado por acercarse con el
corazón en la mano a los padres de los 43 desaparecidos, y que parece que
vuelve a recurrir al discurso político en lugar de ponerse en su lugar de forma auténtica y abrazarlos.
Esa
misma falta de sensibilidad la hallamos en diversos lugares públicos, en
particular en épocas como las fiestas decembrinas cuando surge la gran
paradoja: Para festejar el nacimiento del que más nos ha amado, emprendemos la
guerra contra el que se nos ponga enfrente, como si fuéramos dueños del
planeta.
La
lección que hoy aprendí, además, es que un individuo que arremete contra otros,
primero que nada está enojado consigo mismo.
A mí me podrá durar tres o cinco minutos el mal rato que me provoca su
conducta, pero él se tiene que aguantar a sí mismo toda una vida, lo que lleva
a convertirlo en un círculo vicioso fatal.
Hoy
me he propuesto no permitir que momentos negativos como ese contaminen el resto de mi tiempo, pues no
vale la pena. Y que detrás de una
agresión se oculta alguna situación que,
aun cuando no vemos o entendemos, existe y daña a esa persona que a su
vez reproduce el daño.
Ponernos
en los zapatos del otro: Se dice muy fácil pero es una gran tarea, que como
sociedad no nos vendría mal comenzar a
practicar en esta Navidad.