TOLEDO EL MAGNÍFICO
Quise comenzar esta colaboración con una cita del
Diccionario de la Real Academia sobre el término “magnífico” que asocio en el
título al apellido Toledo, mas no me satisfizo lo citado por la RAE, limitado a
algunos sinónimos como “espléndido, suntuoso” o “excelente, admirable”. Hubiera querido que hablara sobre algo (o
alguien, como en el presente caso), que engrandece el todo cósmico con su
existencia o su actuación. Es lo menos
que podría yo referir para hablar sobre el legado que acaba de hacer el pintor
oaxaqueño Francisco Toledo a la nación.
En su momento ha habido grandes personajes que donaron parte o el total de su obra o el usufructo de
la misma a causas más allá de la propia persona, y que no en pocos casos el
motivo original de la donación se ha desvirtuado con el tiempo, como sucedió
con la hacienda La Herradura en Polanco, donada por la viuda del expresidente
Manuel Ávila Camacho, especificando que lo hacía para el propósito de albergar a personalidades extranjeras en
visitas oficiales a México, y que ya para el tiempo de Vicente Fox se utilizaba
para eventos privados de personajes de la clase política y sus jóvenes
herederos.
Más allá de lo anterior, total desacato a la voluntad última de un personaje público, lo que acaba de hacer Toledo tiene un doble
valor histórico, pues lo lleva a cabo en un momento cuando la credibilidad en
las instituciones del país se halla en
una severa crisis.
De alguna manera los mexicanos estamos empantanados, diría
yo, en dos grandes grupos: El de los fieles de la televisión, que por cierto
andan de fiesta con sus nuevas pantallas planas, y el de los asiduos a las
redes sociales que practicamos la crítica y la quejumbre política, y en
ocasiones de ahí no pasamos… Estamos al tanto de cuanto ocurre, nos aprontamos
a tomar partido, y levantamos el índice de fuego para señalar, condenar y hacer
pedazos con lenguaje desde florido hasta
soez, a los culpables, porque claro, en todo este asunto tiene que haber
culpables, unos más culpables, otros menos culpables, pero al fin, todos
compartiendo una culpa, menos nosotros…
El asunto es que, ni viendo tarde con tarde programas bobos
o telenovelas absurdas, ni practicando el deporte de encontrar al malo en el
escenario político, señalarlo y hostigarlo, México avanza. Ahora viene a mi memoria algún fragmento con
relación al periodismo escrito por el norteamericano Pete Hamill dentro de su
colaboración para Letras Libres de mayo del 2000, intitulado “Carta a un joven
periodista”, y que a la letra dice:
…”si lo que se conociera sobre México dependiera
exclusivamente de nuestro periodismo, se perdonaría que los norteamericanos
creyeran que sólo hay unas cuantas cosas importantes que saber: las drogas y el
narcotráfico, el monolito no democrático y sin rostro del PRI y la corrupción
endémica….”
Y viene aquello a mi mente frente al ejemplo arrasador de
Toledo para enseñarnos a todos los mexicanos que la palabra última en esta vida
y todos sus menesteres la tiene el
ejemplo, lo que se hace, lo que se muestra al mundo abiertamente en su desnudez
total, de gran utilidad ahora cuando las precampañas electorales 2015
evidencian ese gran mal que tiene que
ver con querer convencer a la ciudadanía a través de lo que se dice, al margen
del valor de la actuación. Quien tenga
dos dedos de frente no puede dejarse sobornar por las palabras al margen de los
hechos.
Yo como mexicana me siento conmovida por el arte, porque de
alguna forma el artista es el personaje más auténtico y transparente que existe
en la galería de personajes públicos en cualquier país. Me conmueve la obra de Toledo que parte de
nuestras raíces de origen (en su caso raíces zapotecas de su natal Juchitán,
cuna de mi familia paterna también) y
hace un rescate del México en el que vive y al que aspira. Y más me conmueve su generosidad, su profunda
fe en nosotros, mexicanos, cuando a cambio de su patrimonio valuado en más de
dos mil millones de pesos ha pedido una moneda de un peso, que, quiero suponer,
habrá de llevar consigo hasta el día en que muera.
¿Qué puede hacer cada uno de nosotros frente a ese ejemplo
magnífico de amor y de fe por México…? ¿Es válido seguir en el estéril juego de
señalar y alzar la voz como única acción de inconformidad…? ¿O nos abonamos a
las filas de los que esperan su pantalla plana y su torta para el mes de
junio…?
Toledo el magnífico.
Pido a la Real Academia que revise el uso de este adjetivo, mismo que ha
cambiado para la historia a partir de ahora.
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