domingo, 19 de abril de 2015

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

DESDE EL CORAZÓN

Tenemos a la vuelta de la esquina la celebración del Día del Niño, lo que invita a revisar nuestros archivos personales y reencontrarnos con el niño que llevamos dentro. Hace un par de días me obsequiaron un ejemplar de “Corazón: Diario de un niño” de Edmundo de Amicis, obra que leí en su versión infantil en la primaria, dentro de una colección de nombre “Clásicos Ilustrados”, que reunía obras clásicas infantiles y juveniles de la Literatura mundial, y que sin lugar a dudas contribuía a desarrollar el hábito de la lectura en las nuevas generaciones.

Las relaciones interpersonales son el pan de cada día, se dan para todos nosotros, quizá con contadísimas excepciones para quienes lleven una vida de eremitas en la alta montaña. El resto de los seres humanos hemos de convivir unos con otros, en mayor o menor medida, queramos o no, lo que en ocasiones deriva en conflicto. Por segunda ocasión traigo a este espacio un concepto muy iluminador cuyo autor por desgracia escapa a mi memoria, y que sugiere que para entender la conducta de un adulto observemos qué trata de decir a partir de dicha conducta su propio niño interior. Es una pena no poder hacer justicia al autor de tan brillante concepto que en lo personal he hallado de gran utilidad.

Los mejores escenarios para entrar en contacto con los distintos comportamientos humanos son los sitios públicos; ahí donde el relativo anonimato otorga la libertad para actuar sin falsos velos, se revela ese niño interior, muchas veces herido, como lo llama la psicóloga Victoria Cadarsodo en su libro “Abraza tu niño interior” (2013), y que justo en situaciones de estrés es cuando se destapa para expresarse. Los ejemplos son muchos para todos nosotros, en el curso de la semana estaba estacionada frente a una tienda, y justo antes de poner en marcha mi carrito se colocó detrás un vehículo cuyo conductor esperaba el espacio que estaba a punto de dejar libre yo. En cuanto se ubicó detrás de mí el conductor comenzó a accionar el claxon, sin tomar en cuenta que yo aún no encendía el motor de mi unidad, ni me había colocado el cinturón de seguridad. Como si su intención fuera que yo me apresurara a resolverle a él su problema, sin ver un poco más allá de su nariz y considerar los tiempos necesarios para que el espacio quedara libre. Gestos como este, o el del conductor que una fracción de segundo después de que cambia el semáforo a verde ya está accionando su claxon contra el vehículo de adelante, o el que se pasa la luz roja sin tomar en cuenta que las reglas de seguridad vial existen por una razón y no son de uso discrecional, a fin de evitar accidentes de tráfico.

En todos estos casos se refleja una actitud egocéntrica, ese niño que llevan dentro compele a actuar a partir de las necesidades propias sin tomar en cuenta que el resto de la humanidad tiene también derechos y merece respeto. Ese niño herido es el que en muchas ocasiones lleva a que actuemos alejados del sentido común, a precipitarnos en nuestras reacciones, a dejarnos llevar por el primer impulso, lo que en muchas ocasiones deriva en conflicto.

No debemos permitir que nuestro niño interior muera con la edad; esa capacidad de asombro infantil que vuelve cada momento algo único y fantástico es la lente que nos permite gozar lo cotidiano para salvarnos del aburrimiento, al saber encontrar en cada ocasión algo nuevo y divertido. Sea nuestro niño gozoso, descubridor, creativo el que viva dentro de nosotros; al niño herido habrá que sanarlo de sus viejas lastimaduras que ahora provocan malestar y desencadenan conductas agresivas. Cuando el compañero constante en el viaje de la vida (nuestro propio yo) nos incomoda, difícilmente estaremos en condiciones de salir de la propia piel para sentir una pizca de empatía por los demás.

El estilo de vida actual se ha convertido en generador de una cultura egocéntrica, que lleva a concebir el mundo en función de uno mismo. Por diversos caminos se desarrolla aislamiento, frustración e impaciencia, actitudes que en nada abonan a la relación con otros. Una de las necesidades afectivas más grandes que tenemos como humanos es la de ser reconocidos, aunque el mundo que hemos construido no hace mucho por satisfacer esa necesidad; lo hemos saturado de pequeños gestos cotidianos que, como espinas, hacen justo lo contrario, llevarnos a sentir que estamos solos sobre el planeta tierra.

Divertirnos, reír, cantar… asombrarnos, contemplar, soñar… Reforzar ese niño interior hasta construir un mundo mejor para todos, de suerte que, como Enrique, el protagonista de la obra de De Amicis, podamos escribir inolvidables memorias desde el corazón.

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