domingo, 24 de mayo de 2015

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

UNA CAUSA COMÚN

La muerte estrena faz: Ahora no han sido normalistas; no han sido grupos criminales que se enfrentan; no han sido mujeres en Ciudad Juárez, ni elementos de seguridad pública o castrense… esta vez un niño de seis años da la nueva cara a la muerte.

No viene al caso repetir lo que todos sabemos, la forma como ocurrieron los hechos, noticia que ha dado la vuelta al mundo y hasta se recrea mediante tecnología digital… No, eso sería, una vez más hacer apología de la violencia, uno de los factores que precisamente nos ha llevado al punto en el que ahora estamos.

En México la muerte ha perdido su peso específico, se ve como una posibilidad tan real como comer tacos o jugar fútbol. Dentro de cada uno de nosotros se ha desarrollado un acostumbramiento mórbido tal, que hallamos de lo más normal cualquier noticia relacionada con la muerte violenta, la que hemos asumido como un eufemismo, como algo que no queremos voltear a ver, o que simplemente ha dejado de impactarnos. Es el “daño colateral” de ese ataque frontal al narcotráfico de los últimos nueve años que ha hecho justo el efecto contrario, hacerlo proliferar, diversificarse y dañar a sectores de la población que antes de este ataque absurdo los mismos grupos delincuenciales respetaban.

Esta onda expansiva comienza a afectarnos a todos, se halla instalada en nuestro entorno, puede fulminarnos en cualquier momento, y lanzará sus esquirlas malignas por doquier, como señala la antropóloga Rossana Reguillo en su artículo “Infinita Tristeza: Las esquirlas de las violencias en México”.

¡Qué distante se ve el país ideal que todos deseamos, frente al violento que se manifiesta cada vez con más dolor! Tomamos el problema entre las manos y simplemente no hallamos cómo abordarlo, pareciera que la fórmula que nos ha llevado a donde estamos es la del consumismo enfermizo de la mano del individualismo, que genera una sociedad ególatra en la cual cada uno ve por sí mismo a cualquier precio. Esta ideología ha propiciado que para cada uno su persona y sus propias necesidades estén antes que todo lo demás, y si no, echemos una mirada a cualquier sitio público en donde interactúan los individuos de la forma más genuina, al estar entre desconocidos. Hace unos días aguardaba en la sala de espera de un aeropuerto, y ya sensibilizada por lo ocurrido a este pequeño, estuve observando cómo solemos comportarnos frente a personas que no conocemos. Las filas de ocho butacas estaban ocupadas por cuatro o cinco personas y los correspondientes bultos, maletines o mochilas entre ellas, y aún cuando había un buen número de personas de pie, ninguno de los sedentes dio muestras de permitir que algún desconocido ocupara un lugar junto a él. Ya en la fila de abordar, un poco delante de mí un adulto joven daba toda una perorata a su compañero a voz en cuello, como para que todos los pasajeros nos enteráramos de qué bueno es como negociante y estratega. Poco antes una mujer joven se mostró muy molesta de que pasaran primero a un par de personas mayores en silla de ruedas, algo que pareció incomodarle… Si analizamos en todos los casos están primero los propios apremios, con absoluta miopía emocional para las necesidades de los demás. Este es el medio de cultivo que va haciendo los pequeños daños cotidianos, como piezas de un rompecabezas, que finalmente termina lastimándonos a todos. Quienes vivimos una infancia en el México anterior, y tuvimos oportunidad de desarrollar nuestra autoestima, hallamos la manera de enfrentar este ambiente de indiferencia, pero un niño que apenas está comenzando su desarrollo emocional, enfrenta un grave problema, y posiblemente su autoestima termine siendo abortada.

Ese chico que viene creciendo sin mayores estímulos que favorezcan creer en sí mismo dentro de un marco de referencia que le permita desarrollar valores, y que más bien se halla en un medio que lo empuja a admirar y seguir los paradigmas de la ocasión, a adquirir poder y dinero para manejar lo que de otra forma no siente poder hacer, es un proyecto ideal para actuar como estos jovencitos hicieron.

Necesitamos salir de nuestra postura del no-involucramiento, necesitamos dejar de inculpar a otros zafándonos con ello de responsabilidad. El problema somos todos, cada uno de nosotros con nuestras pequeñas omisiones, nuestras pequeñas indiferencias, contribuyendo a generar y sustentar ese ambiente hostil, dentro del cual los valores tienen cada vez menor oportunidad. Los problemas de narcotráfico y de violencia no se resuelven con poner un policía o un soldado en cada esquina, la solución está en reestructurar esta sociedad por parte de todos nosotros, hacer un compromiso de vida por una causa común, antes de que sea demasiado tarde.

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