domingo, 23 de agosto de 2015

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

TEJIENDO MEMORIAS
Esta semana he tenido entre mis manos el acervo fotográfico familiar, y a través suyo tuve oportunidad de transportarme a distintos momentos representativos de mi historia personal.  Desde esas fotografías impresas en una escala de grises de principios del siglo veinte, hasta escenas de mi propia infancia en diversas celebraciones familiares.  Hallé entre esas imágenes a parientes cercanos, del modo como los recuerdo antes de que la vejez fuera desdibujando sus rostros o encorvando su andar.  De igual manera hice un recorrido gráfico por sucesos a lo largo de los casi cincuenta años que duró el matrimonio de mis padres, hasta que la muerte los separó.   La idea final de esta revisión es pasar a versión digital todo este material impreso, de modo de preservarlo y compartirlo más delante.
Esas escenas de los años sesentas en la ciudad de México, en las que se observa mi abuela paterna caminando por alguna calle del primer cuadro, o el desenfado con el cual los grupos de chiquillos de la época, entre los que me cuento, tomábamos las calles para andar en bicicleta o en patines, sin que ello representara un riesgo mayor, han pasado a la historia. Las imágenes que hoy se toman de nuestra gente y de los lugares públicos que frecuentamos, con toda seguridad van a tener una lectura muy distinta en 50 años, cuando alguien, como hago justo yo ahora, comience a desempolvar las  memorias familiares.
Dentro de ese ambiente que se ha ido perdiendo a paso acelerado en los últimos años, hay algo que en lo personal he resentido mucho, y que durante los años que lleva esta ola de inseguridad que estamos viviendo, pensé que era una sensiblería de mi parte, hasta que empecé a encontrar abordajes serios de científicos sociales que estudian el tema con ganas de entenderlo.  Me refiero a la pérdida de autoestima, o el daño que sufre la misma de diversas maneras, en este escenario de inseguridad pública.
Un elemento muy enriquecedor en la formación del ser humano, es que él perciba que es confiable para otros, y sentir que le reconocen su valía en el grupo social.  Hacerle saber a un niño o a un joven que creemos en él y que respaldamos lo que hace, representa una inyección de confianza y entusiasmo para su persona.  Crecerá seguro de sí mismo, actuando de manera recíproca para con sus mayores, y motivado a reproducir esa misma conducta hacia sus iguales.  Cuando hablamos de una sociedad, es el ciudadano quien espera recibir esa palmada en la espalda para así generar un círculo virtuoso que a todos ayude, pero contrario a ello sucede que la autoridad parte del principio de desconfiar del ciudadano, bajo la premisa de asumirlo culpable hasta que el propio ciudadano no demuestre lo contrario.  Ejemplos cotidianos de esa actitud incriminatoria por parte de la autoridad encontramos, digamos en accesos a sitios públicos, o en las aduanas fronterizas y en los aeropuertos, en los que se cuestiona al usuario qué trae, por qué lo trae, y de qué modo  pretende utilizarlo.  Como residente fronteriza debo explicar el motivo por el que estoy enviando una papelería al interior del país, así se trate de un compendio de cartas de amor, algo cuya razón final nunca he entendido…
Es entendible que la inseguridad haya orillado a muchas de estas reglamentaciones, que de manera clara dañan la autoestima a la vuelta del tiempo.  Sentir que no somos confiables una y otra, y otra vez, por más que nos esforcemos por hacer bien las cosas, es malo para el espíritu. De momento no vamos a pedir a nuestras autoridades que humanicen su actuación, nos conformamos con ver que realmente en los hechos y no solo en el discurso, comiencen a cumplir a fondo con el trabajo que les corresponde cumplir, y para el que en general devengan salarios  muy elevados que  obligan a un desempeño de excelencia, con eficacia, eficiencia, honestidad y resultados medibles.   Ya más delante comenzaremos a exigir que humanicen su desempeño.

Por lo pronto la inseguridad en buen grado lleva a medidas que merman la autoestima de cualquier ciudadano “de a pie” que no cuente con privilegios especiales, de manera que habrá que trabajar en reforzar la autoestima por otras vías, la  del arte es una vía excelente para lograrlo, de hecho, cualquier actividad que implique conformar pequeños grupos que actúen a favor de un objetivo compartido, proveen seguridad y acompañamiento, y refuerzan el sentido de pertenencia.  Deportes, actividades a favor del medio ambiente, de otras especies, o de personas en situación de desventaja, son maneras para expandir nuestro círculo cercano y elevar la autoestima, y así poder plasmar una historia agradable que dentro de medio siglo, cuando revisen archivos familiares, puedan leer con gusto nuestros nietos.

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