domingo, 1 de febrero de 2015

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

LA FUERZA DE LO PEQUEÑO

Sara Sefchovich acaba de publicar bajo el sello de Aguilar un ensayo intitulado “Atrévete: La sociedad al límite de la desesperación”, que se presentó en la FIL Guadalajara por parte de la autora, Luis Hernández Navarro y Elena Poniatowska.

El libro se ha dado a conocer como una propuesta hereje para tratar de incidir en el problema agudo que sufre México a causa del crimen organizado, fenómeno que lo ha trastocado hasta sus cimientos. Esto es, en lugar de pretender atacar el problema desde sus consecuencias, ella propone ir a la raíz del mismo y comenzar a enmendar todo aquello que crece descompuesto desde el núcleo primigenio llamado “hogar”.

Sefchovich apuesta a la presencia femenina como elemento amalgamador dentro de la familia, y llama a esas mujeres, sean madres, esposas o hermanas de los delincuentes, a actuar para desalentar dichas conductas en los hombres, y abandonar la costumbre de negar, solapar o justificarlos. Es obvio que al hacerlo esa mujer va a enfrentar una lucha tan feroz como la de Jorge de Capadocia contra el dragón, además de que perderá los beneficios económicos que la actividad delictiva de ese familiar aporta para ella y su familia. Entonces, ¿cuál sería, según la autora, la motivación para que esa mujer se arme de valor y lo haga? Muy simple, la estadística señala que quien se mueve dentro de esos círculos delictivos termina muerto, algo que con seguridad ellas no desean.

Esta es la propuesta antropológica que hace la escritora, y claro, más delante con seguridad surgirán otros estudios que traten de explicar por qué esta urgencia por conseguir dinero y poder, que no siempre va en relación directa a la pobreza, e igual se da entre chavos de clase media a media-alta que nunca han tenido carencias básicas. Como que algo no anda bien con nuestras aspiraciones.

En lo personal hallo que una serie de pequeñas acciones que se repiten de manera cotidiana llegan a tener un impacto mayúsculo. Hemos conformado una sociedad en la que impera el interés personal sobre los intereses comunes, algo que a la larga termina por causar graves problemas. A partir de ello surge la inequidad cuando las cosas personales mías, por vanas que sean, me resultan más importantes que las cosas ajenas, así sean muy urgentes o graves. Este pensamiento explica una infinidad de hechos bizarros que suceden día con día, para conformar un círculo vicioso de terribles consecuencias.

Nuevamente, la sucesión de pequeños hechos cotidianos emprendidos en un sentido, termina por provocar un efecto global importante. Observemos cómo interactuamos unos con otros en lugares públicos, y cuánto de nuestra actitud personal tiene que ver con ese ensimismamiento. Es poco común que esbocemos una sonrisa cuando nos cruzamos con un desconocido, en general porque ni siquiera lo registramos, y en segundo término porque no parecemos muy felices con la vida. Un ejercicio muy ilustrativo es observar los gestos de los conductores que esperan la luz verde del semáforo; vayan solos o acompañados; no mentiría al decir que solamente uno de cada cinco parece contento.

En días pasados acudí a un centro comercial por un único producto; con él en mano me encaminé a la caja registradora a pagar. En mi trayecto se emparejó y finalmente se adelantó un señor con el carrito lleno. A decir verdad yo me enfilé a la caja antes que él, e iba a pagar un solo producto, pero se me adelantó; quiero suponer que fue algo inconsciente en él, algo que lleva a cabo de manera sistemática, lo mismo que hace el que imprime velocidad a su vehículo para alcanzar la luz verde, como una costumbre inveterada. Una tras otra, tras otra, la suma de estos pequeños gestos va coloreando nuestro día, y no precisamente con los tonos más atractivos.

Hay tanto que puede hacer cada uno de nosotros por volver más agradable el escenario colectivo, y que no hacemos, ya porque no pensamos en ello, ya porque sentimos que no tiene caso, partiendo del supuesto de que los demás tampoco van a hacerlo. Y es esta pequeña operación matemática la que genera un producto final que a nadie favorece.

“Solo por hoy”, como diría Ana María Rabatté: ¿Por qué no ofrecer un gesto de cortesía que dé cuenta de nuestro amor a la vida?

…¿Pronunciar una frase amable; reconocer y respetar al otro; ceder el paso; ayudar al viejo a cruzar la calle; no atropellar al perro que intenta atravesarla?

…¿Por qué no, donar sangre de manera altruista? ¿Ser solidarios con otros, y facilitarles las cosas cuando esté a nuestro alcance hacerlo…?

La fuerza de lo pequeño y efímero, algo así como tomar cada uno de nosotros un fino pincel, y entre todos comenzar a pintar el México que queremos.

COSAS NUESTRAS por Jorge Villegas


Cuesta

Ayer terminó formalmente la cuesta de enero, pero hoy nos amanecieron los mismos problemas y las mismas deudas.

Es hora de aceptar que son las penurias de siempre, simplemente, más intereses.

Seguimos siendo pobres con ínfulas de rico y con problemas de próspero.

Ya no es prepararse para una eventualidad. Hay que cambiar de hábitos y asumir nuestras responsabilidades conforme a nuestras posibilidades.

Revisar, por ejemplo, la costumbre de pedir comida a domicilio y de salir a taquear o a comer.

Sencillamente gastamos demasiado dinero en comida como si abundara con que comprarla.

En cuanto a la ropa, moderar la dictadura de la moda, no podemos estar cambiando vestuario en cada estación.

Racionalizar el uso del automóvil organizando viajes y viajando a veces en camión.

jvillega@rocketmail.com

Popurri con los tres tenores

CARTA AL GRAN JEFE BLANCO


"LA TIERRA NO PERTENECE AL HOMBRE;
ES EL HOMBRE EL QUE PERTENECE A LA TIERRA."

Este es un texto que uno debe leer, por lo menos, una vez en la vida. No es un texto breve, pero merece mucho la pena dedicar unos minutos a leerlo, a disfrutarlo. Es la Carta del Jefe Seattle al presidente de los Estados Unidos

Fue escrita como respuesta al presidente de los Estados Unidos, Franklin Pierce, cuando este envió en 1854 una oferta al jefe Seattle, de la tribu Suwamish, para comprarle los territorios del noroeste de los Estados Unidos que hoy forman el Estado de Wáshington. A cambio, promete crear una "reserva" para el pueblo indígena. El jefe Seattle respondió en 1855 este texto:

El Gran Jefe Blanco de Washington ha ordenado hacernos saber que nos quiere comprar las tierras. El Gran Jefe Blanco nos ha enviado también palabras de amistad y de buena voluntad. Mucho apreciamos esta gentileza, porque sabemos que poca falta le hace nuestra amistad. Vamos a considerar su oferta pues sabemos que, de no hacerlo, el hombre blanco podrá venir con sus armas de fuego a tomar nuestras tierras. El Gran Jefe Blanco de Wáshington podrá confiar en la palabra del jefe Seattle con la misma certeza que espera el retorno de las estaciones. Como las estrellas inmutables son mis palabras.

¿Cómo se puede comprar o vender el cielo o el calor de la tierra? Esa es para nosotros una idea extraña.

Si nadie puede poseer la frescura del viento ni el fulgor del agua, ¿cómo es posible que usted se proponga comprarlos?

Cada pedazo de esta tierra es sagrado para mi pueblo. Cada rama brillante de un pino, cada puñado de arena de las playas, la penumbra de la densa selva, cada rayo de luz y el zumbar de los insectos son sagrados en la memoria y vida de mi pueblo. La savia que recorre el cuerpo de los árboles lleva consigo la historia del piel roja.

Los muertos del hombre blanco olvidan su tierra de origen cuando van a caminar entre las estrellas. Nuestros muertos jamás se olvidan de esta bella tierra, pues ella es la madre del hombre piel roja. Somos parte de la tierra y ella es parte de nosotros. Las flores perfumadas son nuestras hermanas; el ciervo, el caballo, el gran águila, son nuestros hermanos. Los picos rocosos, los surcos húmedos de las campiñas, el calor del cuerpo del potro y el hombre, todos pertenecen a la misma familia.

Por esto, cuando el Gran Jefe Blanco en Wáshington manda decir que desea comprar nuestra tierra, pide mucho de nosotros. El Gran Jefe Blanco dice que nos reservará un lugar donde podamos vivir satisfechos. Él será nuestro padre y nosotros seremos sus hijos. Por lo tanto, nosotros vamos a considerar su oferta de comprar nuestra tierra. Pero eso no será fácil. Esta tierra es sagrada para nosotros. Esta agua brillante que se escurre por los riachuelos y corre por los ríos no es apenas agua, sino la sangre de nuestros antepasados. Si les vendemos la tierra, ustedes deberán recordar que ella es sagrada, y deberán enseñar a sus niños que ella es sagrada y que cada reflejo sobre las aguas limpias de los lagos hablan de acontecimientos y recuerdos de la vida de mi pueblo. El murmullo de los ríos es la voz de mis antepasados.

Los ríos son nuestros hermanos, sacian nuestra sed. Los ríos cargan nuestras canoas y alimentan a nuestros niños. Si les vendemos nuestras tierras, ustedes deben recordar y enseñar a sus hijos que los ríos son nuestros hermanos, y los suyos también. Por lo tanto, ustedes deberán dar a los ríos la bondad que le dedicarían a cualquier hermano.

Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestras costumbres. Para él una porción de tierra tiene el mismo significado que cualquier otra, pues es un forastero que llega en la noche y extrae de la tierra aquello que necesita. La tierra no es su hermana sino su enemiga, y cuando ya la conquistó, prosigue su camino. Deja atrás las tumbas de sus antepasados y no se preocupa. Roba de la tierra aquello que sería de sus hijos y no le importa.

La sepultura de su padre y los derechos de sus hijos son olvidados. Trata a su madre, a la tierra, a su hermano y al cielo como cosas que puedan ser compradas, saqueadas, vendidas como carneros o adornos coloridos. Su apetito devorará la tierra, dejando atrás solamente un desierto.

Yo no entiendo, nuestras costumbres son diferentes de las suyas. Tal vez sea porque soy un salvaje y no comprendo.

No hay un lugar quieto en las ciudades del hombre blanco. Ningún lugar donde se pueda oír el florecer de las hojas en la primavera o el batir las alas de un insecto. Mas tal vez sea porque soy un hombre salvaje y no comprendo. El ruido parece solamente insultar los oídos.

¿Qué resta de la vida si un hombre no puede oír el llorar solitario de un ave o el croar nocturno de las ranas alrededor de un lago?. Yo soy un hombre piel roja y no comprendo. El indio prefiere el suave murmullo del viento encrespando la superficie del lago, y el propio viento, limpio por una lluvia diurna o perfumado por los pinos.

El aire es de mucho valor para el hombre piel roja, pues todas las cosas comparten el mismo aire -el animal, el árbol, el hombre- todos comparten el mismo soplo. Parece que el hombre blanco no siente el aire que respira. Como una persona agonizante, es insensible al mal olor. Pero si vendemos nuestra tierra al hombre blanco, él debe recordar que el aire es valioso para nosotros, que el aire comparte su espíritu con la vida que mantiene. El viento que dio a nuestros abuelos su primer respiro, también recibió su último suspiro. Si les vendemos nuestra tierra, ustedes deben mantenerla intacta y sagrada, como un lugar donde hasta el mismo hombre blanco pueda saborear el viento azucarado por las flores de los prados.

Por lo tanto, vamos a meditar sobre la oferta de comprar nuestra tierra. Si decidimos aceptar, impondré una condición: el hombre blanco debe tratar a los animales de esta tierra como a sus hermanos.

Soy un hombre salvaje y no comprendo ninguna otra forma de actuar. Vi un millar de búfalos pudriéndose en la planicie, abandonados por el hombre blanco que los abatió desde un tren al pasar. Yo soy un hombre salvaje y no comprendo cómo es que el caballo humeante de hierro puede ser más importante que el búfalo, que nosotros sacrificamos solamente para sobrevivir.

¿Qué es el hombre sin los animales? Si todos los animales se fuesen, el hombre moriría de una gran soledad de espíritu, pues lo que ocurra con los animales en breve ocurrirá a los hombres. Hay una unión en todo.

Ustedes deben enseñar a sus niños que el suelo bajo sus pies es la ceniza de sus abuelos. Para que respeten la tierra, digan a sus hijos que ella fue enriquecida con las vidas de nuestro pueblo. Enseñen a sus niños lo que enseñamos a los nuestros, que la tierra es nuestra madre. Todo lo que le ocurra a la tierra, le ocurrirá a los hijos de la tierra. Si los hombres escupen en el suelo, están escupiendo en sí mismos.

Esto es lo que sabemos: la tierra no pertenece al hombre; es el hombre el que pertenece a la tierra. Esto es lo que sabemos: todas la cosas están relacionadas como la sangre que une una familia. Hay una unión en todo.

Lo que ocurra con la tierra recaerá sobre los hijos de la tierra. El hombre no tejió el tejido de la vida; él es simplemente uno de sus hilos. Todo lo que hiciere al tejido, lo hará a sí mismo.

Incluso el hombre blanco, cuyo Dios camina y habla como él, de amigo a amigo, no puede estar exento del destino común. Es posible que seamos hermanos, a pesar de todo. Veremos. De una cosa estamos seguros que el hombre blanco llegará a descubrir algún día: nuestro Dios es el mismo Dios.

Ustedes podrán pensar que lo poseen, como desean poseer nuestra tierra; pero no es posible, Él es el Dios del hombre, y su compasión es igual para el hombre piel roja como para el hombre piel blanca.

La tierra es preciosa, y despreciarla es despreciar a su creador. Los blancos también pasarán; tal vez más rápido que todas las otras tribus. Contaminen sus camas y una noche serán sofocados por sus propios desechos.

Cuando nos despojen de esta tierra, ustedes brillarán intensamente iluminados por la fuerza del Dios que los trajo a estas tierras y por alguna razón especial les dio el dominio sobre la tierra y sobre el hombre piel roja.

Este destino es un misterio para nosotros, pues no comprendemos el que los búfalos sean exterminados, los caballos bravíos sean todos domados, los rincones secretos del bosque denso sean impregnados del olor de muchos hombres y la visión de las montañas obstruida por hilos de hablar.

¿Qué ha sucedido con el bosque espeso? Desapareció.

¿Qué ha sucedido con el águila? Desapareció.

La vida ha terminado. Ahora empieza la supervivencia.

Tomado de http://www.alexrovira.com/

Gracias, Chela por tu sugerencia.

El secreto para un matrimonio duradero

Osvel, gracias por compartir.

CONFETI DE LETRAS por Eréndira Ramírez


"El que no arriesga no gana", he oído tantas veces esa frase, en ocasiones ha sido incentivo para lanzarme a conquistas que han valido mucho la pena.

Finalmente cada día es un riesgo y correrlo siempre trae una o más ganancias.

Pero para todo hay límites y para arriesgar también debe haberlos. Siempre preguntarnos si vale la pena el riesgo, si lo que se pone en riesgo se pierde es recuperable, reemplazable o quizá hasta despreciable.

Cada riesgo que tomamos en la vida voluntariamente, porque habrá algunos que ni siquiera hayamos hecho conscientes, merece una reflexión.

A veces se pierde lo mucho por poco, y otras por nada, y habremos entonces quedado en un vacío que difícilmente se puede llenar. En el aspecto material es más fácil el reemplazo, en lo emocional a veces la devastación espiritual que deja un riesgo mal tomado tarda mucho en repararse, o bien termina siendo nuestro acompañante de por vida.

¿A que me arriesgo?¿por quién me arriesgo?¿qué es lo que arriesgo?, y ¿qué sucede si no gano al arriesgarme?... Saber a quién arriesgo conmigo y los efectos colaterales de mi audacia.

No siempre hay que arriesgarse para ganar, a veces hay que tan solo valorar lo que ya se tiene ganado,y no desear aquello que muchas veces resulta tan solo un espejismo que nos lleva a tomar riesgos innecesarios.


Video: Alas al paraíso 1 de 2

Primero está el mar con su profunda grandeza, las mansas nubes de algodón; la tierra inagotable con sus colores y texturas; las imponentes montañas...
Por encima de ellos se ubica la perseverancia de las aves, su fragilidad vuelta propósito, su singular fortaleza...
Y más allá, por encima de todo está el ser humano con sus capacidades intrínsecas y sus creaciones únicas para disfrutarlo todo.