domingo, 29 de marzo de 2015

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

UNIVERSOS INTERIORES
Como un personaje salido de la narrativa de la argentina Jorgelina Etze se viene perfilando  Andreas Lubitz,el copiloto del vuelo de Germanwings que cayó en picada en los Alpes franceses. Los personajes de Etze podrían pasar desapercibidos dentro de cualquier grupo humano, aunque tienen una parte oscura que aflora cuando el lector menos lo espera, a la vuelta de una esquina, o en el momento en que el protagonista  mira al horizonte, para comenzar a escribir la verdadera historia, esa que parte de unos motivos que solo el personaje, y tal vez el autor conocen, y llevar la trama a una situación inesperada.
 Un joven de 28 años con algo más de 600 horas de vuelo y  poco tiempo  de haber sido reinstalado en dicha línea aérea, sin nada fuera de lo normal en su comportamiento,  conforme relatan las autoridades de la línea y sus compañeros de trabajo.  Según lo que se ha obtenido a través de las cajas negras de la aeronave, inexplicablemente, luego del momento cuando el piloto abandona la cabina, probablemente para atender una necesidad fisiológica, Lubitz atranca la puerta, se niega a acatar órdenes, no responde a la torre de control, y  maniobra la nave  hasta estrellarse.
Es una historia más que se suma a esas tantas que conocemos a través de los medios informativos, y que van desde lo exorbitante hasta lo bizarro, y a ratos nos hacen  temer que  estemos rodeados de personajes del inframundo que  buscan acabar con la raza humana. 
Una cosa es cierta, estamos viviendo tiempos que nos limitan de manera considerable la oportunidad de desarrollar  la comunicación cara a cara, esto es, la convivencia directa, sin que medie –o estorbe, según el caso—la tecnología.  Lo que es una charla directa, viéndose a la cara unos a otros, una sobremesa familiar, un café con amigos, un día de campo… ocasiones escasas hoy en día, en las que la relación de unos con otros se lleva a cabo de manera directa, cercana y tangible.  En cualquier escenario urbano que podamos imaginarnos no ha de faltar la mirada baja, ajena al entorno, sumida en la pantalla de algún dispositivo electrónico.  Tampoco  sorprende que haya un grupo de tres o cuatro en el cual cada elemento hace lo propio, estar de cuerpo presente, con la atención metida en una realidad virtual que de  muy diversos modos nos  sustrae de la vida real.
En ese aislamiento ya no resulta  extraño descubrir que no conocemos al de al lado.  No alcanzamos a definir con precisión muchas cosas acerca de los demás,  y  se perfila un problema aún más grave, estamos llegando al punto de ni siquiera conocer a  cabalidad las cosas propias.   Vamos dejando de interesarnos por lo que está fuera de la pantalla, de manera que nuestro universo  va enjutándose; nos interesa un menor número de  cosas de un menor número de personas, incluso de nosotros mismos, en un preocupante proceso de fuga.
De acuerdo a  todo ello no nos  sorprenda la posibilidad de  que Lubitz tuviera un lado oscuro que nadie pudo detectar con oportunidad.   Es difícil tratar de entender qué pensamiento lo llevó a emprender una acción que puso fin a la vida de 150 personas, incluida la propia. ¿Fue un arranque de locura? ¿Fue un juego perverso para probarse a sí mismo de qué era capaz? ¿Fue una acción fuera de toda razón…? Probablemente nunca lo sabremos con absoluta certeza.
El personaje de “Una mañana de paz” de Jorgelina Etze surge en un escenario urbano cualquiera, es un hombre sin edad, cuyo oficio no conocemos, que deambula sin rumbo por la calle.  De repente lo saca de sus cavilaciones una mujer que suponemos joven, misma que  pareciera llamar la atención de nuestro personaje, tanto que decide seguirla por un par de cuadras, mientras decide si presentarse ante ella, o qué hacer.  Por su parte ella comienza a acelerar su paso,  quizás inquieta por el acoso del protagonista; él se apura a alcanzarla, la toma con un brazo mientras con el otro le coloca un puñal en el cuello. Como una ráfaga pasa un pensamiento por su mente “no, no me interesa robarle la cartera”, pero en ese punto ya nada lo detiene, y antes de que él mismo  se percate de lo que hace ya ha atravesado la piel de la muchacha.  Ahora ya cesó su enojo: ¿Qué acaso ella no entendió que no la  hubiera matado si no hubiera gritado…? Se da cuenta entonces de que la chica le  llamó la atención, quería conocerla, y  ha descubierto que no soporta el ruido.
¿Cuántos universos como este  tendremos atrapados en nuestro interior cada uno de nosotros…?

¡Cómo urge  rescatar la comunicación personal directa, alejar los ojos de la pantalla y reencontrarnos en el plano de la realidad consciente!

COSAS NUESTRAS por Jorge Villegas

Google
Los jóvenes tienen al mundo, no a sus pies sino en sus dedos, gracias a la tecnología de la información.
Les basta con pulsar Google para tener el poder de "Ábrete Sésamo".
Al instante pueden saber quién fue Pasteur o cuál es el segundo nombre de Madero.
Esa posibilidad de acceso inmediato los lleva a la información en exceso y los induce a la confusión.
No adquieren conocimientos instantáneos como suponen, sólo información, mucha información.
No son lo mismo.  Como no es alimentarse meterse al trigal a masticar grano.
Falta moler el trigo, convertirlo en harina y luego en pan para satisfacer realmente el hambre.
jvillega@rocketmail.com

Tin Tan y Marcelo cantando

POR NUESTROS NIÑOS por Viridiana Rueda Gallegos


Rompiendo paradigmas: Simpático video con profundo contenido

CONFETI DE LETRAS por Eréndira Ramírez


¡Difícil decir adiós!

Ciertamente que nos cuesta, porque adiós es tan rotundo, tan determinante.

Quizá no sea para siempre, pero cuando algo o a alguien se despide con un adiós implica larga o definitiva separación.

Dejar atrás lo querido, a aquello a quien se tiene arraigo, a lo que se creyó para toda la vida, a lo que se vivió intensamente, a una etapa en que se fue tan feliz que quisiéramos fuera interminable.

Decir adiós y seguir adelante, sin aquello, sin aquel, sin lo que nos acompañó tanto tiempo, sin tener más la esperanza de un reencuentro, porque ya no sea posible, porque no sea conveniente, porque ya no debe ser.

Ese adiós que nos marca el final, el que voluntariamente o en contra de nosotros mismos debemos decir, porque no tenemos alternativa, ese adiós que lastima, que es implacable al señalarnos que nuestro destino no va ya más por el rumbo andado, que se mudó y con él habremos de andar buscando otros caminos, dejando atrás lo que y a quien sentíamos era tan nuestro y/o nosotros de él. El adiós, aunque se juzgue conveniente, necesario, indispensable, resulta generalmente doloroso, despedirnos de una parte de nuestra vida implica sufrimiento, a veces por haberlo vivido, otras por no querer dejar de hacerlo, y muchas más que porque sabemos que continuar no nos lleva a ningún lado.

Adiós y hasta nunca; adiós y hasta siempre, según se quiera continuar el viaje con los recuerdos o dejar todo en el olvido para que el tiempo poco a poco los vaya borrando de la mente, los aleje de nuestro corazón.


Marcha Florentina a la manera del Ensamble Mnozil