EL CORAZÓN DEL MUNDO
“Infancia es destino”
obra del médico y psicoanalista mexicano Santiago Ramírez publicada en 1975, distinta
a la homónima de Guadalupe Loaeza editada en el 2011. Ramírez habla sobre la trascendencia que
tienen en la vida de un individuo sus experiencias de infancia, anticipo de lo que más delante se conocería como “Inteligencia
Emocional”. Por su parte la de Guadalupe
Loaeza es una obra autobiográfica de lo que fue su hogar paterno en la ciudad
de México.
Resulta crucial entender de qué modo los eventos que ocurren
en las etapas tempranas de la vida pueden marcar a un individuo, máxime en
estos tiempos cuando la situación de los niños en la sociedad suele condicionar
estrés y aislamiento. Las familias del
siglo XXI tienen uno o dos hijos, de manera que hay poca oportunidad de
convivir con otros niños dentro del hogar.
Desde hace mucho tiempo las calles o los parques han dejado de ser sitios de convivencia infantil,
y los pequeños suelen pasar las tardes en actividades extracurriculares que les
dejan poca oportunidad para disfrutar la niñez como tal. Cierto, los padres de
hoy están mucho mejor informados que los de antaño, pero de alguna manera se
encuentran imbuidos por un espíritu de competitividad que les lleva a exigir a los niños una elevada cuota emocional.
Conforme la ciencia avanza y más conocemos, el asombro se
vuelve mayor. Elementos que hace
algunos años no hubiéramos atinado a relacionar entre ellos, ahora dan muestra
de vínculos casi de ficción que vendrán a explicar una serie de interconexiones entre los seres vivos y el
mundo circundante. Aquella aventurada idea de que las emociones fueran
capaces de activar mecanismos biológicos ahora se sabe que es real y tiene fundamento científico, de modo
que puede comprobarse que los estados de
ánimo son capaces de inducir, tanto enfermedad como curación. Los progresos de la ciencia alcanzan la intimidad celular
para demostrar que, entre otros muchos factores, las emociones son capaces de
disparar mecanismos bioquímicos que nos marcan para toda la vida, desde el
vientre materno.
Lo que la ciencia conoce como “epigenética” tiene que ver
con condiciones previas a la concepción que en gran medida determinarán la
conformación y el desempeño de ese ser que aún no existe. De acuerdo a un gran
estudioso de la epigenética, el Dr. Guillermo Gutiérrez Calleros, esta abarca
cualquier evento físico, químico, nutricional, emocional o espiritual que ocasiona cambios en la manifestación o la
expresión genética, sin modificar la estructura del ADN.
De esta manera puede entenderse la importancia de hacer de
nuestra vida y la de los hijos un todo armónico, dentro del cual los mejores
recursos del ser humano estén en
condiciones de desarrollarse y activarse, tanto para la satisfacción propia
como para el logro de una sociedad sana, en la que prevalezca la ética como convicción
personal que se ejerce con agrado, entendiendo por ética el conjunto de
conductas encaminadas al bien común. De
repente resulta como si fuera mucho
pedir, sobre todo en una sociedad en la
cual lo que parece destacar es el afán de cada individuo por lograr más para sí mismo, sin importar a
cuántos perjudique en el camino.
El historiador Alejandro Rosas ilustra esta condición a
través de lo que llama “los cuatro jinetes del Apocalipsis mexicano”, para ejemplificar los vicios de aquellos en el poder. Dichos
jinetes son autoritarismo, simulación, impunidad y corrupción. De igual manera podemos extrapolarlos a la
sociedad en general para descubrir que
muchos de los males que enfrentamos en la diaria convivencia tienen que ver con
estos cuatro elementos. En nuestra
sociedad es mejor atendido quien grita más aunque no tenga la razón, en tanto la gentileza se toma como signo de
debilidad. La simulación prevalece,
desde el hogar cuando indicamos al niño pequeño que contesta el teléfono “di
que no estoy”, hasta los grandes casos que a manera de una obra de Chejov involucran
a personas, grupos, partidos o instituciones que aparentan ser una cosa que en
realidad no son, para ejemplos hay muchos. Con relación a la impunidad, México
debe ser de los pocos países en el mundo en los que tener un familiar dentro de
la función pública representa un pasaporte para desobedecer la ley, cuando debería ser todo lo
contrario. ¡Cuántas veces hemos sabido de episodios protagonizados por “influyentes” que amenazan a elementos del orden
que los conminan a obedecer la ley! Ese circo
de tres pistas “marca México” tiene como producto lógico la nefasta corrupción.
Nuestro país no va a recuperar su esencia colocando un
policía en cada esquina. Para que el
cambio sea una realidad, debe salir del hogar
mismo, ahí donde se gesta el corazón del mundo.