SARAMAGO Y LA ESPERANZA
Mi hijo Amaury me prestó un libro de José Saramago que recién
terminaba de leer; dado su formato de bolsillo de la editorial Punto de Lectura
la obra del portugués me acompañó en un par de viajes que coincidieron con nuevos hechos
cruentos en el país, territorio donde la muerte, definitivamente tiene permiso.
“Las intermitencias de la muerte” es una novela de ficción que inicia con una
frase muy sugerente: “Al día siguiente no murió nadie” para describir lo que
ocurre en un país en el cual a partir del inicio del nuevo año la gente deja de
morir, inclusive aquellos que estaban a punto de perecer se quedan suspendidos
en una especie de limbo desde aquel momento cuando, sin que nadie logre
explicárselo, la muerte se retira del lugar por espacio de varios meses hasta que, del
mismo modo misterioso como se anunció su retiro, tiempo después se avisa que la
muerte se reanuda, lo que pesca a la
gente de sorpresa.
Frente a un libro tenemos la absoluta libertad de llevar a
cabo la lectura que más se acomode a las circunstancias del
momento, es por eso que hay libros que leeremos varias veces a lo largo de la
vida, hallando en cada ocasión distintos
enfoques. Con toda seguridad será el caso de Saramago con su atinada propuesta de que la muerte se cancela,
algo irónico que hallé muy aplicativo a nosotros
en estos momentos: En México la muerte
ha dejado de tener sentido; el grado de corrupción que se ha alcanzado no
podría tener otra explicación que la convicción por parte de los corruptos de
que, como la muerte y el más allá que enseñaban
en el catecismo no existen, habrá que
aprovechar la vida y sus ofrecimientos hasta el último gramo, mientras se
viva.
De igual manera, a través de este supuesto se explican los
actos que vienen proliferando a últimas fechas, que rozan con el absurdo, en
los cuales la muerte llega a ser el resultado
final de una discusión entre amigos, con
la pareja o con el conductor de al lado; se nos ha agotado la capacidad de
comunicarnos de manera verbal, y recurrimos a la violencia “tope donde tope”,
así sea matando o muriendo por un argumento hasta ridículo. De igual modo la delincuencia organizada
recluta jóvenes que aspiran a ser o tener aquella fantasía que ahora les
deslumbra, sin que parezca importarles el hecho de que en un par de años puedan
hallarse dos metros bajo tierra.
No creer en el rigor de la muerte es una forma de negarla, y
negar la existencia de la muerte es romper un orden constituido ante la falta
de un castigo por obrar fuera de lo establecido. En la obra de Saramago la carencia
de muerte genera una singular serie de fenómenos sociales, políticos y
económicos, se origina un nuevo estilo de vida al cual pronto se acostumbran
las élites en el poder, así como una
organización de tráfico de moribundos que hace su agosto al transportar a los
próximos a morir más allá de la frontera, cobrando por ello fuertes sumas de
dinero, o extorsionando. De hecho cada
ciudadano deja de cumplir con sus obligaciones, a la vez que se permite
conductas que en otras circunstancias no
intentaría, a sabiendas de que no habrá castigo eterno en ninguno de los casos. Algo similar nos sucede como sociedad, cuando
hemos desarrollado un concepto de moralidad acomodaticia, en la cual un mismo
acto llega a ser muy distinto según quien lo cometa, de modo que el robo por
hambre de un paquete de pollo bien puede
ameritar una sanción mayor que el desvío millonario de fondos del erario…El
primer delito lo comete Juan Pueblo que, si no tiene cincuenta pesos para pagar
el pollo para sus hijos, menos tendrá para costearse un abogado, en tanto el
segundo lo comete un individuo bien presentado, ropa de marca, carro del año,
que simplemente incrementa la riqueza que ya tenía, --malhabida o no, es lo de
menos-- él si tiene para pagar abogados y cualquier tipo de autoridad que haya que comprar. De esta manera la justicia llega a ser una concesión que se da al que
mejor la paga, y se niega al que no tiene recursos para costearla, y así las cárceles están llenas de pobres, en tanto allá afuera dándose la mejor vida anda una
horda de delincuentes cuyos delitos jamás serán ni siquiera cuestionados.
Con los libros de
autoayuda me pasa como con la cocina, no me gusta seguir recetas, ni para hacer
un guisado ni para descubrir el camino
de la felicidad. En cambio la buena
narrativa así como la poesía son asideros que se ofrecen generosos para quien
quiera sujetarse a ellos en esos ratos
cuando siente ahogarse. Saramago es una
excelente opción que nos lleva a entender que no
todo está perdido, y que seguir la lucha bien vale la pena