domingo, 27 de noviembre de 2016

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

CONVERSATORIOS
Acabo de leer un artículo suscrito por Francisco García Pimentel intitulado: “Estimado Millennial: Despierta”, el bloguero se expresa de forma muy negativa acerca de esta generación de jóvenes llamados Millennials nacidos entre 1985 y el 2010.  Adivino que el autor es joven, de manera que me sorprende el modo como ataca a los que supongo sean  sus contemporáneos, tildándolos de desorganizados, informales e ilusos.  Yo con mis doce lustros a cuestas me considero bien informada acerca del perfil de estos jóvenes habitantes de la Aldea Global, y contrario a García Pimentel los visualizo como individuos que saben lo que quieren, que se enfocan a conseguirlo y que trabajan de manera informada y  bastante organizada.  No puedo negar que hay ciertos rasgos que no les favorecen, como la dispersión de pensamiento cuando pasan de uno a otro tema sin fijar la atención, pero es que en definitiva ellos vienen programados de otra manera, su chip trabaja a  velocidad mucho más rápida, y su forma de pensamiento es completamente distinta a la de nosotros.  Mis tiempos en primaria y secundaria fueron de obligada memorización; entre dichos conocimientos grabados con cincel en las circunvoluciones cerebrales están los primeros 32 artículos y el 123 de la Constitución Mexicana en clase de Civismo que ahora –equivocadamente—ha sido desterrada de los programas escolares, y que debería volver, junto con el servicio militar obligatorio, si queremos una mayor conciencia ciudadana.  De igual modo la tabla de elementos, las capitales de los países y los ríos de México… Los jóvenes de hoy –y en ello les concedo cierta razón—consideran pérdida de tiempo tanta memorización, siendo que con un clic obtienen igual o más  información desde su celular.
   En fin, el universo de conocimientos es muy distinto y se llega a él por caminos diferentes a los que recorrimos quienes hoy somos mayores.  Cada etapa tiene su encanto propio y lo interesante es aprender a convivir y a combinar esas distintas capacidades en beneficio de todos.  Sin embargo sí debo reconocer que la tecnología  ha hecho que se pierda algo importante con relación a los tiempos previos, como es la capacidad de comunicarnos cara a cara, hoy nos retraemos, nos parapetamos detrás de una pantalla grande o pequeña, y finalmente nos aislamos.  Convivir con otros seres humanos a ratos parece un reto imposible, cuando antes aquello era de todos los días, ya por la numerosidad de las familias, ya por el reducido tamaño de las viviendas, o por las costumbres que privilegiaban la estrecha convivencia.  Entre aquello que se ha perdido  está también buena parte de la calidez que tanta falta le hace al corazón, las señales de afecto y de aprobación, esa mirada cómplice, la entonación de la voz, una palmada al hombro, un decir “aquí estoy”.  Cierto, las redes sociales tienen lo suyo, pero no dejan de ser espacios bastante más impersonales que la comunicación cara a cara.
   Otro efecto colateral de la tecnología tiene que ver con la disminución en el hábito de la lectura.  La información se recibe como chispazos, justo en el momento en que se requiere, y luego se destierra.   Se ha ido perdiendo el goce de tener entre las manos un buen libro para, conforme vamos recorriendo sus páginas seguir la trama de la historia, compartir los estados de ánimo, o anticiparnos a las ideas que van a ser expresadas… Eso no se logra definitivamente con ningún dispositivo electrónico.
   En 1993 en Dinamarca  se diseñó una forma de comunicación cara a cara que tiene que ver con la transmisión de conocimientos, iniciativa que se llevó a cabo como un experimento social encaminado a disminuir la violencia entre jóvenes.  Durante los siguientes veinte años ha tenido cierto avance, pero en los últimos dos se ha convertido en un proyecto de gran expansión por todo el mundo.   Para llevarlo a cabo se requiere un grupo de voluntarios, cada cual informado acerca de un tópico de su elección, y un grupo de oyentes que acudan de a uno a dos frente a ese experto a escuchar lo que tenga que decir sobre el tema de su elección durante diez o quince minutos, no más.  Si observamos a esos grupos interactuando, podremos atestiguar que la tensión  inicial va dando paso a la relajación y finalmente se evidencia un espíritu de camaradería, cuando tanto el experto como los oyentes terminan dialogando de cualquier otra cosa.
   Bibliotecas humanas les llaman.  En lo personal se me antoja como un excelente recurso para ir rescatando aquello que se ha perdido: El conversatorio como una forma de conocer gente, divertirnos y crecer, un modo muy original de hallar una excusa apropiada para sentarnos frente a otros seres humanos, expresarnos y exaltar las coincidencias, las simpatías, el nudo que nos hermana.

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