domingo, 25 de septiembre de 2016

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

EL CONCEPTO DEL MAL
 “Surge de la sombra y asciende recta hacia la luz. Entonces se inclina la cabeza celeste, y la frente tenebrosa que está debajo se llena de esplendor.  Cesa la cólera, se aplaca la tempestad, y la venganza se convierte en perdón.” Doctrina de La Cabala.
No atino a entender cómo, particularmente en nuestro país, la función pública se ha visto a tal grado contaminada por corrupción y malos manejos, que  hasta queremos entenderla como algo “cultural”.  Hablar de que un gobernante desvió algunos miles de millones ha dejado de ser noticia, y si acaso al enterarnos decimos: “Claro, y quién no haría lo mismo estando en su lugar.”  No dudo que aún hoy haya quien llegue a un puesto público con la firme intención de no apropiarse de dineros ajenos, pero francamente tanta corrupción nos ha vuelto tan suspicaces, que ya no lo concebimos.  Nos sucede algo así como lo que pasa con los adolescentes y el sexo: En el imaginario todos los adolescentes tienen relaciones sexuales, por lo que un púber imprudente llega a la conclusión de que si todos lo hacen, por qué él (o ella) no, cuando la realidad no es tan absoluta como supone.
   Para la Psicología la necesidad por adquirir y poseer obedece a una necesidad por validarse frente al grupo social. Si yo valgo por lo que poseo, debo poseer cada vez más, para seguir valiendo frente al grupo.  No basta con que tenga un vehículo que cumpla con la función de transportarme, pues de ese modo no me distingo del conjunto.  Necesito uno que sobresalga por sus características, para destacar dentro del grupo.  Igual para con viviendas, teléfonos celulares y qué sé yo.  Dado que lo que poseo me otorga mi marca, debo poseer lo mejor, para tener la mejor marca.
   Ahora bien, habrá que  buscar ocupaciones en las que el flujo de capital sea importante.  Un trabajo cualquiera no me permitirá tener suficiente como para mantenerme comprando lo último que marcan las tendencias.  Necesito una ocupación que me provea de lo necesario; si es legal o ilegal es lo de menos, el asunto es que genere rendimiento.  Y como es bien sabido, uno de tales puestos que facilitan el enriquecimiento, es la función pública, lo que explica los robos descarados y cínicos de muchos de los personajes que viven de ella y que claro, así se les sorprenda con las manos en la masa, afirmarán que esos dineros de procedencia inexplicable son “fruto de su trabajo honrado”.
   No vayamos tan lejos.  En nuestro país actos como el robo o la mentira a muchos niveles se miran hasta con simpatía.  Que en la tienda el niño de la familia abra un paquete de galletas, se coma unas cuantas y bote el resto sin pagar, produce en los padres una de varias reacciones: Se hacen los que no vieron; se justifican diciendo que es una travesura; lo propician dándole el paquete, a sabiendas del resultado lógico.
En un escenario de robo crónico como el que vivimos, es obvio que los padres de ese niño esgriman uno y mil argumentos para negarse a pagar, en el remoto caso de que alguna autoridad pretendiera sancionarlos. Viene a mi memoria aquel funcionario de Nayarit que, al ser señalado por robo, dijo que sí había robado pero “poquito”.
   Pareciera entonces que en nuestro sistema lo malo no es que alguien robe, sino que lo sorprendan haciéndolo.  Y aun en el caso de que lo sorprendieran con los fajos de billetes en las manos, alegará una y mil cosas para zafarse del asunto, y lo peor del caso es que le funciona, y sale bien librado.
   Recuerdo las palabras de un funcionario de gran nivel en el IMSS a quien tuve oportunidad de tratar mientras ocupé la dirección de un hospital: “Si los de abajo roban y sus jefes no los sancionan, significa que están coludidos.” Es una frase que viene a mi memoria con relativa frecuencia cuando surgen casos de malos manejos por parte de funcionarios de los distintos niveles de gobierno.
   No es posible que con una generación de por medio la religiosidad de nuestros abuelos se haya hecho pinole.  Seguimos creyendo que hay un Dios que algún día habrá de juzgarnos por nuestros actos, pero estamos convencidos de que no hay problema, que podemos darnos gusto en esta vida, y al cuarto para la hora nos arrepentimos y listo, nos vamos a gozar la vida eterna.  Quizá mucho de nuestro mal actuar parta de esta creencia, de modo que el personaje de más perverso comportamiento vive sin preocupación, pensando en que la vida eterna será negociable, como todo ha sido negociable en esta vida.
   Nuestro México necesita individuos seguros de ellos mismos, que no sientan la  fijación por avorazarse por tener para sentir que son, que sepan respetar lo que no es suyo y que puedan conducirse con la verdad.     La solución a la corrupción y la inseguridad está ahora en las cuatro paredes del hogar.

Otoño: Poesía de María del Carmen Maqueo Garza

Otoño: Me sabes a mudanza.
Tus  tonos ocres me recuerdan
que  nada es para siempre.
Hoy es  tiempo de empezar a morir
por un rato, sacudir lo caduco,
desempolvarse de lo que ya no es,
puesta la esperanza en volver a nacer
cuando pase el invierno con su muerte.
Así mis afanes, así mis amores,
así mi poesía. Un poco morir hoy
y volver a nacer mañana
cuando florezcan los duraznos.

Destellos de otoño por Giovanni Marradi

Reflexión del profesor uruguayo Leonardo Haberkorn


Con mi música y la Falacci a otra parte

Después de muchos, muchos años, hoy di clase en la universidad por última vez.

No dictaré clases allí el semestre que viene y no sé si volveré algún día a dictar clases en una licenciatura en periodismo. Me cansé de pelear contra los celulares, contra WhatsApp y Facebook. Me ganaron. Me rindo. Tiro la toalla.

Me cansé de estar hablando de asuntos que a mí me apasionan ante muchachos que no pueden despegar la vista de un teléfono que no cesa de recibir selfies.

Claro, es cierto, no todos son así.
Pero cada vez son más.

Hasta hace tres o cuatro años la exhortación a dejar el teléfono de lado durante 90 minutos –aunque más no fuera para no ser maleducados– todavía tenía algún efecto. Ya no. Puede ser que sea yo, que me haya desgastado demasiado en el combate. O que esté haciendo algo mal. Pero hay algo cierto: muchos de estos chicos no tienen conciencia de lo ofensivo e hiriente que es lo que hacen.

Además, cada vez es más difícil explicar cómo funciona el periodismo ante gente que no lo consume ni le ve sentido a estar informado.

Esta semana en clase salió el tema Venezuela. Solo una estudiante en 20 pudo decir lo básico del conflicto. Lo muy básico. El resto no tenía ni la más mínima idea. Les pregunté si sabían qué uruguayo estaba en medio de esa tormenta. Obviamente, ninguno sabía. Les pregunté si conocían quién es Almagro. Silencio. A las cansadas, desde
el fondo del salón, una única chica balbuceó: ¿no era el canciller?

¿Saben quién es Vargas Llosa? ¡Sí!
¿Alguno leyó alguno de sus libros? No, ninguno.

Conectar a gente tan desinformada con el periodismo es complicado. Es como enseñar botánica a alguien que viene de un planeta donde no existen los vegetales.

Llega un momento en que ser periodista te juega en contra. Porque uno está entrenado en ponerse en los zapatos del otro, cultiva la empatía como herramienta básica de trabajo. Y entonces ve que a estos muchachos -que siguen teniendo la inteligencia, la simpatía y la calidez de siempre- los estafaron, que la culpa no es solo de ellos. Que la incultura, el desinterés y la ajenidad no les nacieron solos. Que les fueron matando la curiosidad y que, con cada maestra que dejó de corregirles las faltas de ortografía, les enseñaron que todo da más o menos lo mismo.

Entonces, cuando uno comprende que ellos también son víctimas, casi sin darse cuenta va bajando la guardia.

Y lo malo termina siendo aprobado como mediocre; lo mediocre pasa por bueno; y lo bueno, las pocas veces que llega, se celebra como si fuera brillante.

No quiero ser parte de ese círculo perverso.

Nunca fui así y no lo seré.

Lo que hago, siempre me gustó hacerlo bien. Lo mejor posible.

Justamente, porque creo en la excelencia, todos los años llevo a clase grandes ejemplos del periodismo, esos que le encienden el alma incluso a un témpano. Este año, proyectando la película El Informante, sobre dos héroes del periodismo y de la vida, vi a gente dormirse en el salón y a otros chateando en WhatsApp o Facebook.

¡Yo la vi más de 200 veces y todavía hay escenas donde tengo que aguantarme las lágrimas!

También les llevé la entrevista de Oriana Fallaci a Galtieri. Toda la vida resultó. Ahora se te va una clase entera en preparar el ambiente: primero tenés que contarles quién era Galtieri, qué fue la guerra de las Malvinas, en qué momento histórico la corajuda periodista italiana se sentó frente al dictador.

Les expliqué todo. Les pasé el video de la Plaza de Mayo repleta de una multitud enloquecida vivando a Galtieri, cuando dijo: “¡Si quieren venir, que vengan! ¡Les presentaremos batalla!”.

Normalmente, a esta altura, todos los años ya había conseguido que la mayor parte de la clase siguiera el asunto con fascinación.

Este año no. Caras absortas. Desinterés. Un pibe despatarrado mirando su Facebook. Todo el año estuvo igual.
Llegamos a la entrevista. Leímos los fragmentos más duros e inolvidables.

Silencio.

Silencio.

Silencio.

Ellos querían que terminara la clase.

Yo también.

Texto tomado de: http://www.nexofin.com/notas/485153-tiro-la-toalla-la-carta-del-profesor-uruguayo-que-conmueve-al-mundo-n-/

Argentino Luna: Palabras a mi hija

CONFETI DE LETRAS por Eréndira Ramírez


La tristeza es sentimiento invasivo y poderoso que gusta de habitar en almas vulnerables.

Es nube que impide ver hasta la más brillante de las lunas, es largo túnel obscuro que nos hace perder el mejor de los paisajes, en este viaje maravilloso de la vida.

La tristeza a veces ni siquiera necesita justificación para hacernos víctimas de ella, se vale de artimañas para deformarnos imágenes y hacer parecer lánguidas sombras, las más hermosas figuras de una flor, de un crepúsculo, de una sonrisa.

Al vivir, por fuerza recibiremos periódicamente dosis de tristeza, pero no hay que volvernos adictos a ella, hay que saber contrarrestar sus efectos y reconocerla a tiempo para encontrar el antídoto que nos libere de ella.

No es fácil, la tristeza se aferra y pareciera tejer una resistente red que nos atrapara el corazón y disminuyera la intensidad de sus latidos hasta hacernos sentir que se nos oprime en el pecho y nos duele profundamente, como nos duele vivir.

No perder la voluntad de vivir plena y alegremente la vida, sin cifrar esta alegría en algo o alguien, sino en nuestro interior; primero estar bien conmigo, después con los demás.

Sumar felicidad a la que que nace de mi, ser generadora de mi dicha, no huir de aquí y de allá buscando lo que realmente debo encontrar dentro de mi mismo, esté donde esté.

Habrá mucha cosas o personas en la vida que potencien nuestra felicidad, pero siempre debemos ser fábricas autosuficientes, con producción idónea para el autoconsumo y si fuera posible. capaces de tener excedente para compartir con los demás, solo es cuestión de aprender a encontrar en la vida, los materiales mejores para lograr un producto de calidad.

Nadie encuentra lo que no busca, hay que salir del mercado de la tristeza para encontrar mercancía que le dé un verdadero significado a nuestro diario vivir.

Alegría: Video del Cirque du Soleil


Gracias a Javier de Dios por la excelente sugerencia.