CUARENTA AÑOS
Por estas fechas allá
en el año 2007 me llamó Juan Carlos, excelente amigo sabinense, compañero de una generación anterior a la mía,
de la facultad de Medicina de la UAdeC en Torreón; me hacía una invitación a participar con una
plática en el festejo de aniversario de su generación. Dicha reunión se llevó a cabo en Sabinas, y puedo decir que ha sido para mí una de las
reuniones más cálidas y divertidas de
todos los tiempos, tanto que solicité abonarme a dicha generación para así
mantenerme en contacto con ese fabuloso grupo. Desde entonces año con año he recibido una
amable invitación, misma que por desgracia –como ahora sucede-- no siempre puedo atender como quisiera, y justo este fin
de semana se lleva a cabo en Torreón la
celebración del 40 aniversario de egresada
esa generación, la XV. Fue a mediados de junio de 1976 cuando
terminaba un total de 132 nuevos profesionistas que desde aquellos tiempos se reúnen año con año para celebrar la vida; a la
fecha 15 de ellos se han adelantado en el camino, dejando –lo sabemos—un recuerdo imborrable en el corazón de cada uno
de sus compañeros.
Para quienes tuvimos la oportunidad de recibir una educación
universitaria, me parece que esos años de formación profesional son un
parteaguas en nuestra vida. Ingresamos a
la carrera como unos preparatorianos recién salidos del cascarón, y egresamos
–en el caso de Medicina-- con una licenciatura que más delante nos abrirá
muchas puertas. Esos catedráticos que
nos fueron señalando los senderos de las diversas especialidades dejaron además
en nosotros una impronta única de ética y humanismo que se hace presente siempre
que estamos frente al paciente. De
diversas maneras y con modos muy distintos cada maestro puso en nosotros una
partícula de lo mejor de su propia persona.
Cuarenta años se dicen fácilmente, pero contienen una urdimbre de historias de vida que se van
entrelazando unas con otras hasta formar una red indisoluble. En ella van las mayores alegrías, los dolores
más profundos, las pérdidas más dolorosas, compartidas todas estas experiencias, como en
una fraternidad en la que ningún sentir se queda huérfano puesto que todos lo perciben
como propio. Difícil sería mencionar a
todos los compañeros sin incurrir en
imprecisiones, pero sí puedo decir que entre ellos campea un respeto absoluto
por la idiosincrasia personal de cada uno, y se apoyan uno a otro aunque no
compartan los gustos o las convicciones.
Hacen frente común cuando así se requiere; se unen en las desgracias,
pero sobre todo, y con esto me quedo, saben gozar al máximo las alegrías del
compañero como si fueran propias, poniendo en ello lo mejor.
En el transcurso de estos años cada uno de ellos terminó sus
estudios de pregrado, hizo su servicio social, tal vez optó por una
especialidad. Posteriormente se
posicionó para ejercer su profesión, y en la actualidad quizá se mantenga
activo en la Medicina o la docencia, o viva su retiro profesional. Colateralmente formó una familia, y muy
probablemente esté viviendo ya la etapa
de la “abuelez” con tiempo y energía por delante para disfrutar esos años
grandiosos. Todos y cada uno se
mantienen activos haciendo algo que les gusta y que además beneficia en cierto
modo a quienes les rodean.
Desde mi pequeña tribuna dominical no puedo más que
desearles que estén disfrutando cada momento de esta hermosa celebración. Que nuestro buen Dios les conceda seguir
adelante por muchos años más, conservando esa increíble capacidad de asombro y
ese espíritu para gozar y compartir juntos la vida.
Su solidez como grupo es un ejemplo para quienes
les rodeamos, ya que en ocasiones nos gana el desánimo o la molicie y abandonamos
los proyectos antes de llegar a puerto. Nada hay más contagioso y sanador que una
buena dosis de alegría, comenzar a asumir las limitaciones propias de la edad
con sentido del humor, con un balance positivo de las capacidades que el paso del tiempo nunca podrá arrancarnos.
Esa forma de interactuar
que tienen es un paradigma para todos nosotros, que mucho aprendemos acerca de
cómo vivir la vida con un espíritu fresco y visionario. Dios permita que conserven siempre esa calidez que los
caracteriza, esa manera de ejercer el
amor divino en su forma humana más auténtica, al vivirlo cada día, en todo
momento, en cualquier circunstancia,
teniendo en mente tan sólo el beneficio del otro, de modo que el día cuando
sean llamados a la presencia de Dios se
presenten con serena humildad para decir: “Misión cumplida”.
¡Felicidades a todos y cada uno, que disfruten el
reencuentro como sólo ustedes saben hacerlo, que canten, bailen y rían, y que
junto con sus familias hagan de ésta en
particular, una memoria imborrable para todos
los tiempos!