CONVERSATORIOS
Acabo de leer un artículo suscrito por Francisco García
Pimentel intitulado: “Estimado Millennial:
Despierta”, el bloguero se expresa de forma muy negativa acerca de esta
generación de jóvenes llamados Millennials
nacidos entre 1985 y el 2010. Adivino
que el autor es joven, de manera que me sorprende el modo como ataca a los que
supongo sean sus contemporáneos,
tildándolos de desorganizados, informales e ilusos. Yo con mis doce lustros a cuestas me
considero bien informada acerca del perfil de estos jóvenes habitantes de la
Aldea Global, y contrario a García Pimentel los visualizo como individuos que
saben lo que quieren, que se enfocan a conseguirlo y que trabajan de manera
informada y bastante organizada. No puedo negar que hay ciertos rasgos que no
les favorecen, como la dispersión de pensamiento cuando pasan de uno a otro
tema sin fijar la atención, pero es que en definitiva ellos vienen programados
de otra manera, su chip trabaja a velocidad mucho más rápida, y su forma de
pensamiento es completamente distinta a la de nosotros. Mis tiempos en primaria y secundaria fueron
de obligada memorización; entre dichos conocimientos grabados con cincel en las
circunvoluciones cerebrales están los primeros 32 artículos y el 123 de la
Constitución Mexicana en clase de Civismo que ahora –equivocadamente—ha sido
desterrada de los programas escolares, y que debería volver, junto con el
servicio militar obligatorio, si queremos una mayor conciencia ciudadana. De igual modo la tabla de elementos, las
capitales de los países y los ríos de México… Los jóvenes de hoy –y en ello les
concedo cierta razón—consideran pérdida de tiempo tanta memorización, siendo
que con un clic obtienen igual o más información
desde su celular.
En fin, el universo de conocimientos es muy distinto y se
llega a él por caminos diferentes a los que recorrimos quienes hoy somos
mayores. Cada etapa tiene su encanto
propio y lo interesante es aprender a convivir y a combinar esas distintas
capacidades en beneficio de todos. Sin
embargo sí debo reconocer que la tecnología ha hecho que se pierda algo importante con
relación a los tiempos previos, como es la capacidad de comunicarnos cara a
cara, hoy nos retraemos, nos parapetamos detrás de una pantalla grande o
pequeña, y finalmente nos aislamos.
Convivir con otros seres humanos a ratos parece un reto imposible,
cuando antes aquello era de todos los días, ya por la numerosidad de las
familias, ya por el reducido tamaño de las viviendas, o por las costumbres que
privilegiaban la estrecha convivencia.
Entre aquello que se ha perdido está también buena parte de la calidez que
tanta falta le hace al corazón, las señales de afecto y de aprobación, esa
mirada cómplice, la entonación de la voz, una palmada al hombro, un decir “aquí
estoy”. Cierto, las redes sociales
tienen lo suyo, pero no dejan de ser espacios bastante más impersonales que la
comunicación cara a cara.
Otro efecto colateral de la tecnología tiene que ver con la
disminución en el hábito de la lectura.
La información se recibe como chispazos, justo en el momento en que se
requiere, y luego se destierra. Se ha
ido perdiendo el goce de tener entre las manos un buen libro para, conforme
vamos recorriendo sus páginas seguir la trama de la historia, compartir los
estados de ánimo, o anticiparnos a las ideas que van a ser expresadas… Eso no
se logra definitivamente con ningún dispositivo electrónico.
En 1993 en Dinamarca se diseñó una forma de comunicación cara a
cara que tiene que ver con la transmisión de conocimientos, iniciativa que se
llevó a cabo como un experimento social encaminado a disminuir la violencia
entre jóvenes. Durante los siguientes
veinte años ha tenido cierto avance, pero en los últimos dos se ha convertido
en un proyecto de gran expansión por todo el mundo. Para llevarlo a cabo se requiere un grupo de
voluntarios, cada cual informado acerca de un tópico de su elección, y un grupo
de oyentes que acudan de a uno a dos frente a ese experto a escuchar lo que
tenga que decir sobre el tema de su elección durante diez o quince minutos, no
más. Si observamos a esos grupos
interactuando, podremos atestiguar que la tensión inicial va dando paso a la relajación y
finalmente se evidencia un espíritu de camaradería, cuando tanto el experto
como los oyentes terminan dialogando de cualquier otra cosa.
Bibliotecas humanas
les llaman. En lo personal se me antoja
como un excelente recurso para ir rescatando aquello que se ha perdido: El
conversatorio como una forma de conocer gente, divertirnos y crecer, un modo muy
original de hallar una excusa apropiada para sentarnos frente a otros seres
humanos, expresarnos y exaltar las coincidencias, las simpatías, el nudo que
nos hermana.