domingo, 28 de mayo de 2017

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

SOLEDAD: ¿HACIA DÓNDE?
Una de las grandes constantes de las sociedades post modernas es la sensación de soledad; nos hemos convertido en numerosos grupos de población que atestamos  centros comerciales, salas de cine o restoranes, pero en medio de aquellas  aglomeraciones, a cada uno de nosotros la soledad nos acecha como ladrón, buscando hacerse presente y dominarnos.
     Una cosa es la soledad como la condición de estar solo a voluntad, que aporta muchos beneficios al espíritu, y otra muy distinta es la sensación de soledad, el percibir que no encajamos en un mundo cada vez más complejo y demandante,  que nos lleva con desesperación a tratar de establecer contacto con otros seres humanos, lo que finalmente, partiendo de esa íntima sensación de inadecuación, no  logra satisfacerse  en la medida de nuestros deseos.
      Lo anterior explica en  parte esa imagen tan común en estos tiempos, de la persona que va sola caminando, conduciendo o esperando en la fila, con la mirada fija  en la pantalla de su celular, hablando o texteando de manera ininterrumpida.   Más que una forma de  mostrarse ante otros,  parece resultado de un angustioso estado que le amenaza, y del cual busca fugarse.
     Otto Rank, discípulo de Freud, postuló lo que llamó la angustia del nacimiento, que conforme a sus hipótesis tendría importantes repercusiones en la psiqué del individuo a lo largo de toda la existencia.  El nacimiento implica el desprendimiento del útero materno y una sensación  asfixiante a lo largo del canal vaginal, hasta la salida de la cabeza al exterior. A ratos, cuando nos zambullimos en estos conceptos del desarrollo emocional, cuestionamos hasta qué punto acontecimientos ocurridos en esas etapas tan tempranas de la vida, pudieran influir en nuestra conducta como adultos. En el caso de la hipótesis de Rank, lo ocurrido al nacer busca explicar en buena parte esa sensación angustiosa de soledad que tratará de  ser contrarrestada.
     Coloquemos ahora  esa soledad como el centro de una estructura tridimensional alrededor de la cual comienzan a agregarse fenómenos que nos van ocurriendo  a lo largo de la vida. En buena medida esa resistencia a sentirse solo  durante los primeros años de existencia da lugar al apego a la figura materna y la identificación de la propia persona como niño o niña. Más delante puede condicionar relaciones de codependencia, dentro de las cuales estamos dispuestos a pagar un elevado costo emocional con tal de no estar solos.  Otras estructuras que vienen a añadirse a este núcleo original son las adicciones, el producto adictivo representa una fuente de placer, que lleva a experimentar por un rato una sensación agradable frente al mundo, al cual se deja de percibir por ese rato como amenazador. La necesidad de poseer para sentir que valemos se agrega a esta creciente estructura, y luego lo hacen otras más,  así se explican las tribus urbanas o los grupos secretos, que de alguna manera otorgan al individuo un sentido de pertenencia que lo salva de sentirse solo, aunque habitualmente hay que pagar un precio elevado.  Esto es, para pertenecer a estos grupos el individuo está obligado a llevar a cabo ritos que implican riesgo para su propia seguridad o que generan conflicto frente a sus principios éticos o morales.  Y de  igual modo se añaden otros elementos a esa estructura tridimensional que vienen a explicar parte de los fenómenos de corrupción que vive nuestro vapuleado país.  Quiero creer que al menos la mitad de los funcionarios involucrados en actos de corrupción están metidos en dicho  ilícito por un sentido de lealtad al jefe, de solidaridad hacia los compañeros, o un angustioso deseo de no quedar fuera de la jugada institucional, y que no tanto actúan así por simple codicia.
     Nuestro modo de pensamiento nos inclina a procurar soluciones rápidas a problemas de larga creación.  De un solo golpe queremos atacar la drogadicción como si fuera un problema de inseguridad, cuando en su núcleo confluyen situaciones de diversos órdenes que deben  ser resueltas del modo apropiado.   La delincuencia organizada como conducta antisocial no va a terminar colocando un policía en cada esquina, por el contrario, sin ir a la raíz del problema, la onda expansiva de la delincuencia organizada se amplía,  es precisamente lo que estamos viendo en el país, presupuestos millonarios para preparar cuerpos policíacos que posteriormente no aprueban  los controles de confianza.
     Los ciudadanos estamos obligados a lograr que la política deje de ser vista como el gran botín, con nuestro voto, con nuestras demandas ciudadanas, pero principalmente con nuestra conducta. Comencemos hoy por revisar en primera instancia si en nuestra vida la soledad es un estado que se procura para crecer o  una angustia traicionera que nos ancla.

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