IDENTIDAD Y VALÍA
El surgimiento de la Aldea Global ha generado una crisis de
identidad personal, somos parte de una comunidad gigantesca, lo que representa grandes ventajas, pero a un costo emocional
muy elevado.
En el mundo de la hipercomunicación se van extraviando los
valores humanos fundamentales.
Generamos, transmitimos y recibimos tantos mensajes, que a ratos nos sentimos
asfixiados, el significado que tuvo un mensaje para quien lo dio y quien lo recibió por primera vez, se va perdiendo
en la medida en que la transmisión del mismo se vuelve masiva. Su esencia
original se desdibuja en ese ir y venir a través de la
red, como sucedería con una hoja de árbol, que mientras la tenemos entre las
manos apreciamos la riqueza de detalles, su color, bordes y venas, pero cuando se
convierte en parte de una tonelada de hojas en el suelo, pierde su valor único y
se confunde en el montón. Dejamos de percibir toda su
magnificencia individual, ya no sentimos ese contacto maravilloso con la
naturaleza, y más bien creemos estar frente
a un cúmulo de basura.
Este mismo acostumbramiento obra tratándose de otros
contenidos; los ruidos intensos nos generan un caos auditivo en el cual
simplemente dejamos de escuchar. La erotización indiscriminada hace que se
pierda el encanto del encuentro amoroso. Los constantes signos de violencia
extrema dejan de impactarnos. Así mismo nos
vamos tornando insensibles frente a escenas de muerte, un asunto que permea
todos los medios de información en sus distintas versiones, para generar en
nosotros una tolerancia perversa.
Con mucho, whatsapp se ha convertido en la reina de las
redes sociales, podemos mandar mensajes de cualquier extensión y prácticamente sin
límite de destinatarios. Cada mañana van
y vienen infinidad de buenos deseos para recibir el día, y otro tanto circula por las noches para despedirlo. Se cumple cabalmente aquella teoría de los 6
grados de conectividad de Karinthy, y en menos que canta un gallo un contenido
que lanzamos ya nos está llegando reciclado desde otra parte del mundo. A
través de esa misma red circulan fotografías de todo, de todos, de cada
detalle, a cada momento, para bien o para mal.
Yo me pregunto hasta qué punto esos contenidos terminan siendo
intrascendentes en razón de su exceso, además de que nos privamos de disfrutar
un paseo, una obra de arte o una reunión, en aras de tomar una y mil
fotografías, y ser los primeros en publicarlas.
En este escenario que yo llamaría “despersonalizador” es muy reconfortante descubrir que aún hay modos
de ensalzar valores que nos llevan a
sentirnos personas únicas, especiales y apreciadas. Elementos que nos permiten reafirmar que la
vida es un don inestimable el cual nos corresponde cuidar y explotar para el
bien propio y de los demás. Necesitamos
dar y recibir mensajes personalizados, una llamada, una visita, tal vez una tarjeta
electrónica, sí, pero crearla para una sola persona, y no que sea la misma para los 250 contactos que
tengo en 5 chats… Sentir esa caricia personalizada, ese decir “aquí estoy”, “te
aprecio”, “cuenta conmigo”.
Nuestros hijos saben bastante poco de sus ancestros. En esta época en que la prisa nos gana, no hay mucha oportunidad –como antes—para
aquellas pláticas familiares donde se
contaban una y otra vez anécdotas de tiempos de los abuelos, que además de
sabrosas y originales, otorgaban identidad familiar y sentido de pertenencia al clan. Muchos podemos recordar de labios de nuestros
mayores, historias que dibujan las figuras queridas y dejan en nosotros
una impronta de orgullo familiar. Ahora
solo falta que digamos a los chicos que vayan
a googlear la biografía de sus
ancestros para que los conozcan y aprendan a sentirse felices de tenerlos.
Conocer el significado de un objeto de arte que atesoramos
con especial cuidado, la historia de una receta culinaria, lo que hay detrás de
aquellas fotografías de reuniones familiares en casa de los abuelos. Poder identificar los relatos que narran hazañas de los ancestros, y que a fin de
cuentas nos ponen sobre el planeta. Es
buen momento para trabajar esa esfera de la identidad para nuestros niños y
jóvenes, que ellos sientan que cuentan con elementos que los definen y los ubican
en un contexto familiar y de comunidad, frente a un mundo que a ratos arrasa
como tsunami. Demos los obsequios más valiosos --tiempo y atención--, tiempo para amar en forma
personalizada, para regalar a los
miembros de la familia un “te quiero” mirándolos a los ojos, que haga patente nuestro interés por ellos…
Atención, para que por nuestra actitud cada uno se sepa único e irrepetible,
convencido de que nuestro buen Dios, amorosamente, valiéndose del más precioso polvo de estrellas, dejó plasmada en él su mejor obra.
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