domingo, 24 de septiembre de 2017

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

SEPTIEMBRE 19: MÉXICO VIVO
19 de septiembre del 2017: Una fecha que quedará grabada en la historia de todos los mexicanos. Un sismo en la ciudad de México vino a robarnos de tajo la tranquilidad.
     Somos un país que ha aprendido a sentirse en paz aun en medio de problemas que unos cuantos de sus hijos  provocan, por razón de  sus afanes desmedidos.
     A pesar de esos nubarrones sabemos reír y gozar, y cantar.  Nuestros niños juegan en la seguridad de ser los dueños auténticos del mundo.
     Constituimos una nación que se prende de la oración para no naufragar, aun cuando las turbulentas aguas amenazan con tragarla de una sola vez.
     Somos el pueblo que se recuperó del sismo del ’85 porque sabe tender puentes de solidaridad, pero más que nada porque sabe levantarse, creer  y cantar.
     Ahora nuestro hermoso México del color de la sandía, de los cielos transparentes  y los preciosos valles de jade y esmeralda,  sufre. Sus entrañas han convulsionado.
     En lo personal no soy de quienes se afilian a escenarios catastrofistas para sentarse a llorar al borde del fin del mundo, ni  de quienes dan una interpretación apocalíptica a lo ocurrido.
     Estoy convencida de que habitamos un planeta vivo, que como tal sufre acomodos en su estructura, y cual ente que es, también reacciona a las agresiones de nosotros sus pobladores.
     Una cadena de acontecimientos de la naturaleza nos ha cimbrado a todos los mexicanos.  A quienes conocimos de cerca  el sismo del ’85 nos estremece aún más la memoria rediviva.
     Vemos las obras del hombre convertidas en montones de escombro, y descubrimos con pasmo  nuestra real pequeñez frente al cosmos,  del cual somos una simple arenilla.
     Nuestros grandes tesoros quedan hechos polvo cuando la tierra ruge y su fuerza se hace presente como ahora lo ha hecho.
     Debido a  la contundencia de lo ocurrido nos toca asumir nuestra fragilidad, reconocer que ante el  prodigioso poder de la naturaleza nuestra condición es la de simples peregrinos.
     Y que por ello estamos obligados a avanzar con absoluta prudencia, cuidando que nuestras huellas no marquen el suelo bendito que pisamos.
     Me duele el dolor de quienes sufren, me solidarizo con ellos. No  puedo limitarme a hacerlo en  la intención. Tengo el deber de traducir esos deseos en ofrendas capaces de brindar alivio.
     Es regresar un poco de lo tanto que he recibido cuando he estado en una situación similar, desafiando  mis ardientes deseos  de vivir toda sentencia de muerte.
     Los seres humanos oscilamos en  la eterna dialéctica, vida y muerte; noche y día; bien y mal.  Y así como hay quien da todo frente a la tragedia de otros, hay quien busca sacar ventaja. Así de enfermo su corazón.
     Que no nos limite el mal de aquellos para hacer el bien a  quienes lo necesitan.  Que prevalezca el llamado de la conciencia  sobre los silencios de  codicia y  egoísmo.
     Maravillosa oportunidad para sentirnos útiles, parte de una comunidad que respira un mismo hálito vital.
     Ocasión de  rozar muy de cerca el dolor de quienes sufren, y dar gracias al cielo de que en este momento estamos del lado de  quienes consuelan. Mañana quién sabe.
     Que se sienta la viva presencia de los sueños que llevaron a nuestros abuelos a arar la tierra y sembrar –palmo a palmo--  pedazos de nuestra historia.  Hoy nos toca soñar y luchar por  quienes vienen detrás.
     El planeta, como ente vivo respira. Sea este estremecimiento la ocasión de reajustar prioridades  en nuestra ruta de navegación personal.
     Después de este nuevo 19 de septiembre, me quedo con una reflexión  que deseo compartir:
     México: Gracias por ser la fuerza que remueve escombros, que trabaja hasta con las uñas.  Gracias por ser el puño solidario que pide silencio de vida, y  ser el grito de alegría cuando  de la oscura bocaza surge esta  como un milagro.
     Gracias por la fe de quienes rezan prendidos de tu nombre, de un rosario,  de la imagen de la Guadalupana.  Gracias por el espíritu inquebrantable de tus hombres y mujeres de piel de canela, por la sabiduría de tus viejos, y por aquel que  se desprende de su pequeño salario para ofrecer un taco a quien lo necesita.
     Gracias, México por recordarme dónde te encuentras y dónde te debo buscar cada mañana.  Gracias por recargar mi entusiasmo cuando el desánimo amenaza con abatirme.
     Gracias por tus niños de colores reunidos en una sola risa. Gracias por tus perros de arnés que buscan vida,  y por aquellos  sin dueño que puedo sentir míos.
     …Por tu música y tus historias, por tus poetas,  por la nobleza de quien no tiene para dar más que una gran sonrisa y la reparte feliz por donde va.
     Gracias por sembrar en mí una esperanza que se crece con las dificultades,    que aprende a volar muy alto con cada 19 de septiembre que sale a su  paso. Ahora más que nunca sé  que debo honrar  el bendito suelo donde he nacido.

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