EL ARTE DE SANAR
Mañana 23 de octubre, se celebra en nuestro país el Día del
Médico. En mi caso, con el paso del
tiempo y las circunstancias, más que
festejada me siento festejadora, dispuesta a rendir tributo a las figuras
sanadoras de mi propia historia personal.
Con relación a los orígenes de la celebración, en esta misma
fecha, pero en el año 1833 se abrió en México la Escuela de Ciencias Médicas
dependiente de la Dirección de Instrucción Pública. Un siglo después, en
1937 este hecho fue conmemorado, rindiendo honor al
médico Valentín Gómez Farías, creador de la Dirección de Instrucción Pública.
Desde que somos pequeños la figura del médico inspira una
mezcla de sentimientos, confianza y temor; apego y admiración. De este modo crecí bajo la sombra protectora
de nuestro médico de confianza, el ginecólogo César Del Bosque, a quien recurríamos para infinidad de
consultas y procedimientos. En lo
personal merece una atención especial, pues fue también a través de él que
comencé a entrar al hospital --el Centro Médico de la Laguna, frente a la Alameda--
desde mis años de preparatoria. Fue ahí donde vi un parto y una cirugía por primera vez, y tuve el primer encuentro con la muerte de un
paciente. A partir de entonces esos y
otros muchos pasillos hospitalarios representaron las avenidas de mis andares universitarios,
los de formación hospitalaria y los de práctica
institucional, hasta la jubilación. Muy
ocasionalmente ocupé el sitio como paciente, del otro lado de la barrera, pero pasó el
tiempo y las cosas cambiaron, de modo que en los últimos ocho sí me ha tocado fungir
como paciente, primero para diagnóstico y tratamiento, actualmente para control.
Hoy agradezco a los médicos que inicialmente valoraron mi
caso, quienes utilizaron su tiempo para hacerlo con especial cuidado, mucho más
allá de sus horarios de salida. Médicos
que hallan en su ejercicio profesional la mayor satisfacción, totalmente al
margen de la ganancia económica.
A partir de ese momento han sido muchas las figuras de galenos
que han atendido todo lo derivado de aquel cuadro inicial, que han vigilado la
evolución del mismo etapa por etapa.
Quienes, además del enfoque hacia la enfermedad han tenido en cuenta a
la persona del paciente, algo fundamental para la recuperación integral. Incurriría en imperdonable injusticia si tratara de nombrarlos a todos, pero
sí quiero reconocer a cada uno de ellos su elevada calidad moral como personas,
de modo que nosotros los pacientes logramos reconocer a Dios obrando a través
de su quehacer profesional.
Maravilloso es enfocarse a la solución del problema físico
del paciente, pero mucho más sanador es abarcar también sus circunstancias
personales, junto con el medicamento brindar una palabra de aliento, que en
algunos casos tal vez sea lo que más alivie al paciente y a sus familiares.
Hace una semana celebraba con mis compañeros de facultad en
la ciudad de Torreón, 40 años de haber
egresado de las aulas de Medicina.
Regresamos a ellas y pudimos percibir
de qué modo el espíritu de nuestros maestros sigue presente; cada uno de
nosotros logró evocar algún momento vivido
en las aulas que le marcó para siempre. De eso está hecho un buen maestro, de
testimonios que apuntalen el incipiente proyecto
de vida de sus alumnos.
La figura del médico está completa solo cuando es humana, de
otra manera su trabajo podría ser reemplazado por una máquina que haga
diagnósticos basada en algoritmos de probabilidad, con la frialdad de cualquier
otro aditamento tecnológico. La calidez
en el abordaje, la afabilidad y el buen trato para nada están peleados con la
objetividad al aplicar los conocimientos
científicos.
Quiero agradecer también al Médico Tiempo su función
sanadora. A lo largo de la vida vamos
enfrentando tormentas grandes y pequeñas, cuando estamos atravesando por ellas es
difícil entender las cosas a plenitud o definir un rumbo, así que nos valemos
del sentido común para tomar decisiones y superar aquel episodio. Una vez que va pasando el tiempo comenzamos a
ver las cosas de otra manera, lo sucedido se clarifica, los sentimientos recuperan
su orden, y el espíritu va sanando. Es
entonces cuando entendemos que ya no es necesario mantener las velas replegadas, que podemos volver a extenderlas para continuar la travesía.
La Medicina ha sido una ciencia y un arte, sagrada misión que se lleva dentro y se
prodiga en cada acto profesional. “Donde
quiera que se ama el arte de la Medicina se ama también a la humanidad”,
palabras de Platón que en estos tiempos adquieren especial
significado, pues son precisamente médicos humanistas lo que necesita nuestro
mundo para ir sanando, para recuperar la fe y recargar la esperanza. Gracias,
vida por haberlos puesto frente a mí.
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