domingo, 22 de octubre de 2017

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

EL ARTE DE SANAR
Mañana 23 de octubre,  se celebra en nuestro país el Día del Médico.  En mi caso, con el paso del tiempo y las circunstancias,  más que festejada me siento festejadora, dispuesta a rendir tributo a las figuras sanadoras de mi propia historia personal. 
     Con relación a los orígenes de la celebración, en esta misma fecha, pero en el año 1833 se abrió en México la Escuela de Ciencias Médicas dependiente de la Dirección de Instrucción Pública. Un siglo después, en 1937  este  hecho fue conmemorado, rindiendo honor al médico Valentín Gómez Farías, creador de la Dirección de Instrucción Pública.
     Desde que somos pequeños la figura del médico inspira una mezcla de sentimientos, confianza y temor; apego y admiración.  De este modo crecí bajo la sombra protectora de nuestro médico de confianza, el ginecólogo César Del Bosque,  a quien recurríamos para infinidad de consultas y procedimientos.  En lo personal merece una atención especial, pues fue también a través de él que comencé a entrar al hospital --el Centro Médico de la Laguna, frente a la Alameda-- desde mis años de preparatoria. Fue ahí  donde vi un  parto y una cirugía por primera vez,  y tuve el primer encuentro con la muerte de un paciente.  A partir de entonces esos y otros muchos pasillos hospitalarios representaron las avenidas de mis andares universitarios, los  de formación hospitalaria y los de práctica institucional, hasta la jubilación.  Muy ocasionalmente ocupé el sitio como paciente,  del otro lado de la barrera, pero pasó el tiempo y las cosas cambiaron, de modo que en los últimos ocho sí me ha tocado fungir como paciente, primero para diagnóstico y tratamiento, actualmente  para control.
     Hoy agradezco a los médicos que inicialmente valoraron mi caso, quienes utilizaron su tiempo para hacerlo con especial cuidado, mucho más allá de sus horarios de salida.  Médicos que hallan en su ejercicio profesional la mayor satisfacción, totalmente al margen de la ganancia económica.
     A partir de ese momento han sido muchas las figuras de galenos que han atendido todo lo derivado de aquel cuadro inicial, que han vigilado la evolución del mismo etapa por etapa.  Quienes, además del enfoque hacia la enfermedad han tenido en cuenta a la persona del paciente, algo fundamental para la recuperación integral.  Incurriría en imperdonable  injusticia si tratara de nombrarlos a todos, pero sí quiero reconocer a cada uno de ellos su elevada calidad moral como personas, de modo que nosotros los pacientes logramos reconocer a Dios obrando a través de su quehacer profesional.
     Maravilloso es enfocarse a la solución del problema físico del paciente, pero mucho más sanador es abarcar también sus circunstancias personales, junto con el medicamento brindar una palabra de aliento, que en algunos casos tal vez sea lo que más alivie al paciente y a sus familiares.
     Hace una semana celebraba con mis compañeros de facultad en la ciudad de Torreón,  40 años de haber egresado de las aulas de Medicina.  Regresamos a ellas y pudimos percibir  de qué modo el espíritu de nuestros maestros sigue presente; cada uno de nosotros  logró evocar algún momento vivido en las aulas que le marcó para siempre. De eso está hecho un buen maestro, de testimonios que apuntalen  el incipiente proyecto de vida de sus alumnos.
     La figura del médico está completa solo cuando es humana, de otra manera su trabajo podría ser reemplazado por una máquina que haga diagnósticos basada en algoritmos de probabilidad, con la frialdad de cualquier otro aditamento tecnológico.  La calidez en el abordaje, la afabilidad y el buen trato para nada están peleados con la objetividad al  aplicar los conocimientos científicos.
     Quiero agradecer también al Médico Tiempo su función sanadora.  A lo largo de la vida vamos enfrentando tormentas grandes y pequeñas, cuando estamos atravesando por ellas es difícil entender las cosas a plenitud o definir un rumbo, así que nos valemos del sentido común para tomar decisiones y superar aquel episodio.  Una vez que va pasando el tiempo comenzamos a ver las cosas de otra manera, lo sucedido se clarifica, los sentimientos recuperan su orden, y el espíritu va sanando.  Es entonces cuando entendemos que ya no es necesario mantener  las velas replegadas, que   podemos volver a extenderlas  para continuar la travesía.
     La Medicina ha sido una ciencia y un arte,  sagrada misión que se lleva dentro y se prodiga en cada acto profesional.  “Donde quiera que se ama el arte de la Medicina se ama también a la humanidad”, palabras de Platón que  en estos tiempos adquieren especial significado, pues son precisamente médicos humanistas lo que necesita nuestro mundo para ir sanando, para recuperar la fe y recargar la esperanza. Gracias, vida por haberlos puesto frente a mí.

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