domingo, 18 de febrero de 2018

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

NIÑOS SOLOS
Vuelve a repetirse. Una masacre en Norteamérica, esta vez en el estado de Florida.  Una escuela secundaria, un tirador solitario, un arma semiautomática.  Hasta el momento de escribir la presente son 17 muertos entre los que hay 2 maestros y 15 alumnos, y otros 15 heridos, algunos de gravedad.
      Lo que hoy es una matanza dolorosa en un par de semanas pasará a la historia.  Los ecos de los llantos desgarradores se irán perdiendo. Los diarios se ocuparán de otras noticias. El dolor que les abre el pecho de tajo a esos padres  y madres se quedará prisionero dentro de ellos,  para seguirse llorando en el silencio hasta el día en que mueran.
     Como ciudadanos del mundo, debemos entender qué es lo que pasa.  Volvemos los ojos a la legislación de muchos estados de la Unión Americana, donde basta con haber cumplido 18 años para comprar un arma letal de largo alcance.  No hay un solo cuestionamiento o una limitación para la adquisición de ese tipo de armas, que en manos de adolescentes han ocasionado asesinatos múltiples en escuelas de aquel país.  El presidente Trump se adelanta a garantizar que ningún niño o maestro se sienta en riesgo dentro de los planteles escolares. Difícil consigna, mientras fuera de los planteles las regulaciones no cambien.
     Detrás de la nota roja que circula  vertiginosa por las redes, yo veo un niño solo. Nikolas Cruz quedó huérfano de padres biológicos, puesto en adopción, y nuevamente hecho huérfano. Un niño aislado, enojado con la vida, dispuesto a tomar venganza. No parece gratuito que para su ataque haya elegido el Día de San Valentín.  Un ser humano que decidió hollar el suelo que pisa de la única forma que encontró para hacerlo, con un arma en las manos.   De ninguna manera lo justifico, simplemente trato de asomarme a la visión de ese mundo que él percibe con tanta rabia.
     Niños solos, aislados, con la vista clavada en  la pantalla. Ellos viven la ilusión de un acompañamiento como medida de extrema urgencia, para no morir. La suya es una piel que ha venido acartonándose por falta de caricias, que hoy solo responde al estímulo de los golpes, por lo que busca provocarlos.
     Niños solos, colocados a la orilla del despeñadero, en permanente balanceo, cara o cruz, como si les diera igual lanzarse ellos mismos o lanzar a quien se halle cercano,  matar o morir.  Silencios que se rompen a gritos, anunciando al mundo la vocación para la que creen haber nacido: “Voy a ser un atacante de escuelas profesional”.
      Niños que hallan en la pantalla el reflejo de lo que quieren ser.  Es el espejo a modo en el que encuentran su nicho existencial, a partir del cual van modelando su propio lenguaje, y desde este su pensamiento, la manera de ver la vida y de apostarse frente a ella.
     Ellos, los solitarios taciturnos, que no saben comunicarse de manera eficiente con el mundo que les rodea, ni con el universo que mora dentro de su propia persona.   Ellos, cuyo encono va incubando afanes como hidras mortíferas.  Personajes marginales que se mezclan con el resto de la gente, aunque son muy distintos a los demás.
     Niños solos que por primera vez se sienten poderosos con un arma entre las manos,  cuyos ritos de iniciación son el sometimiento y la muerte de pequeñas criaturas.  Ese experimentar un goce desbordante frente a la sangre que ellos mismos consiguen derramar, los hace ir por más, y así van escalando hasta albergar sueños obsesivos de gran calada.
     ¡Cuánto dolor encapsulado guardan dentro de sí,  esos  solitarios con sed de venganza! ¡Qué  difícil ha de ser ir por la vida  con la cabeza entre constantes nubarrones plomizos!
     Tiempo de volver la vista a nuestros niños y jóvenes cercanos, y analizar si algo los está llevando a mantener la mirada clavada en la pantalla.
    Tiempo de platicar, de interesarnos en sus cosas.  De diluir las limitaciones arcaicas de la edad y aprender acerca de sus motivaciones y valores como jóvenes.
     Nos toca sacudirnos la molicie, salir de nuestra zona de confort a explorar los sitios que son tan suyos y que les apasionan.
     Es necesario asimilar  que ser padres no equivale a  ganar un concurso de popularidad.  Es enfundarnos en nuestro papel de guías; vigilar y conocer, evaluar y actuar en consecuencia, con sensatez y prudencia sí, pero siempre con firmeza.
     Nos corresponde como adultos fijar límites que permitan a nuestros niños y jóvenes comprender qué es una sociedad y cómo funciona, para  de este modo ir midiendo sus propios alcances. Que es en este ejercicio de ensayo-error bajo la fresca sombra de nuestra tutela,  como se convierten en los hombres y mujeres del mañana.
     Una oración al cielo por los fallecidos; claridad para los gobernantes; esperanza para sanar el alma de esos niños solos, y un  examen de conciencia en nuestro propio entorno personal.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario