En las ondulaciones de tu risa.
En esa narrativa vivaz que tiende puentes
y al caer la noche los repliega.
En un "hasta mañana" que dejas
en mi frente
con un beso.
En ese mirarme a la distancia --cálido, sí--
desde tu propio espacio,
descubro que eres un adulto, hijo.
Hacedor y adalid de tu propia historia,
dueño de una música
que rompe
los aires de cualquier
monotonía.
Marcas tu ruta, caminas por donde el corazón
alienta a la cabeza
a avanzar.
Como dos peregrinos de Santiago
que se son mutuamente indispensables.
Te veo y me alegro. Creo haber cumplido
con la vida.
Tú sabes --no tengo que decirlo--
cualquier día, cuando el corazón anhele zambullirse
por un rato en las aguas termales
del ayer
aquí está mi corazón
de madre.
Aquí te esperan
mis abrazos.

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