Ringo era un perrito maltés, por demás gracioso y tierno. Pequeñito y cubierto de pelo sedoso y blanco, corría travieso por la casa y con sus ladridos --que él intentaba fueran de gran danés--, anunciaba su presencia y hacía saber sus deseos. Se podría reconocer cuando quería salir de paseo, si tenía hambre o solo deseaba ser mimado.
Ringo, pequeño gran compañero que tenía el don de encantar a quien lo conocía. Siempre encontraba a su paso quien se detuviera a admirarlo, parecía saber que era un perro bonito y tenía el carisma para lograr ser apreciado por propios y extraños.
Más que una mascota, era el compañerito fiel, que no abandona y al que dolía dejar aunque fuera por unas horas porque en su cara se dibujaba la tristeza al advertirlo. Al regresar, sin embargo, sin una pizca de resentimiento, daba un recibimiento colmado de muestras de alegría. Llegar a casa era un acontecimiento por demás grato cuando alguien manifestaba ese júbilo por tan solo verme regresar.
Ringo supo dar amor y fue amado, cuidado, consentido, pocas veces reprendido por sus travesuras, sin que esto representara para quien lo "castigaba" un gran remordimiento. hablaba con los ojos y su expresión decía más que mil ladridos.
Una docena de años vivió ese peludito hermoso, recorrió muchos caminos y dejó una huella indeleble que permanece en mi corazón y en los de aquéllos que lo conocimos.
Quién fuera un Ringo que con una presencia tan pequeña llenó tantos momentos de tristeza, de alegría, que no deja más que el recuerdo de una fidelidad, de una ternura, de la permanencia de su infantil ingenuidad que nunca fue modificada por la edad.
Que sigas en esa dimensión donde ahora te encuentras, siendo feliz, amado. En este mundo donde compartimos doce años, dejas un recuerdo de amor perecedero en muchos corazones.
¡Te extraño Ringo!
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