No hay nada que mejore más las relaciones humanas, que el respeto y la tolerancia. En muchas ocasiones decidimos ser agentes de cambio, pretendemos lograr modificar en las personas de aquello que consideramos errores, o que simplemente no van acordes con nuestra forma de ver las cosas. Convertirnos en moderadores de conductas, en reguladores de hábitos o costumbres, nos coloca en una posición difícil de soportar. Además nos exige ser ejemplares dignos de emular y sujetos a la crítica ante la menor falla.
Decidir la vida de los demás o su comportamiento es pecar de vanidad, y muchas veces carencia de autocrítica que primero construya hacia dentro de nosotros, de los cuales si somos totalmente responsables, de la conducta de los demás, excepto en el caso de nuestros hijos y solo por el tiempo que no lo sean por sí mismos, no tenemos injerencia alguna. Dejar ser, aceptar el que sean, marcar los límites con aquellos que lastimen o irrumpan en nuestra paz, apoyar sin convertirse en juez implacable que sentencia y castiga. Iluminar y no obscurecer el camino de quienes nos rodean, favorecer el crecimiento de otros a través del propio, contagiar entusiasmo por la vida, defender nuestra autonomía y la de los demás.
Respeto, tolerancia, humildad, y sobre todo amor al prójimo, son las herramientas que logran el cambio, que establecen relaciones armoniosas, y sintonizan almas y conciencias, haciendo que los individuos por diferentes que seamos, podamos coincidir y convivir, a sabiendas que en esta interacción habremos de ser en ocasiones, sin proponérnoslo, por consecuencia inevitable en ello, un oasis o por el contrario un desierto sentimental, no todo, desgraciadamente está en la buena voluntad.
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