La vida es un juego cruel de subidas y caídas, una montaña rusa sin barandas donde uno, ingenuo, se atreve a hacer planes como quien dibuja caminos en la arena creyendo que la marea tendrá piedad.
Y justo cuando estamos ahí —a centímetros de lograrlo, con el corazón listo para celebrar— el universo estalla en una carcajada inmensa, antigua, casi divina. Una risa que no hiere pero sí sacude, como un recordatorio feroz de que el mañana no es un derecho, sino un préstamo frágil.
Y justo cuando estamos ahí —a centímetros de lograrlo, con el corazón listo para celebrar— el universo estalla en una carcajada inmensa, antigua, casi divina. Una risa que no hiere pero sí sacude, como un recordatorio feroz de que el mañana no es un derecho, sino un préstamo frágil.
Podemos cuidar cada detalle con la precisión obsesiva de un relojero suizo, pulir engranajes invisibles, ordenar el caos a fuerza de voluntad…
y aun así, la vida da un giro salvaje y nos deja mirando al horizonte como quien busca sentido en una brújula rota.
y aun así, la vida da un giro salvaje y nos deja mirando al horizonte como quien busca sentido en una brújula rota.
Pero quizá ahí —en ese derrumbe inesperado— está la enseñanza que nunca quisimos escuchar:
que existir es navegar un océano cambiante, caprichoso, lleno de variables que no piden permiso; que sobrevivir no es aferrarse, sino aprender a doblarnos sin rompernos; que cada cambio súbito es una prueba silenciosa para saber si aún somos capaces de reinventarnos.
que existir es navegar un océano cambiante, caprichoso, lleno de variables que no piden permiso; que sobrevivir no es aferrarse, sino aprender a doblarnos sin rompernos; que cada cambio súbito es una prueba silenciosa para saber si aún somos capaces de reinventarnos.
Al final, la vida no se trata de predecirlo todo.
Se trata de seguir caminando, incluso cuando la tierra bajo los pies decide convertirse en aire...
Se trata de seguir caminando, incluso cuando la tierra bajo los pies decide convertirse en aire...
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