RECUENTO DE BENDICIONES
Diciembre
es una buena época para ponernos memoriosos, no de manera gratuita, sino como
un recuento de fechas desde que tenemos memoria hasta la actualidad, para dar
gracias al cielo por las bendiciones recibidas.
La
primera navidad que recuerdo al lado de mis padres tenía yo tres años. Vivíamos
en un departamento en segunda planta, sobre la céntrica avenida Matamoros en la
ciudad de Torreón, justo frente a la Catedral del Carmen. Fueron no más de
nueve años de residencia en ese inmueble, que de muchas maneras marcaron mi vida. Viene
a mí la mañana de Navidad en la que, a mis cuatro años, estaba por primera vez consciente
de lo que había pedido en mi carta al Niño Dios, y que esperaba con ilusión que
se me cumpliera: Llegar a la sala, encontrar el pino encendido y debajo un
triciclo rojo marca “Apache” provisto de un gran moño navideño, generó una
emoción que a la fecha no puedo olvidar. Como en una película me veo a mí misma
llegar a la sala y hacer a un lado a mis papás que me custodiaban, con un
espontáneo y nada diplomático “Quítate”, para correr a alcanzar el esperado
regalo.
Evoco
las posadas laguneras en la colonia Los Ángeles, organizadas por la señora
Amada Zertuche. Recorríamos varias casas cercanas a la suya siguiendo la
petición de posada y con velitas encendidas, hasta la casa de la señora
Amadita, donde rompíamos la tradicional piñata y recibíamos bolos. De esa misma
época recuerdo el nacimiento de mis vecinas Doña Herlinda y Delfina Armendáriz,
dos mujeres mayores dueñas de un estanquillo frente a mi casa, que desocupaban
un cuarto completo para montar el nacimiento con más de cien piezas de barro y
plástico y todos los cuadros tradicionales, que representaban desde la Creación
hasta la redención en el Calvario.
Otra
fecha emblemática de diciembre: Vivíamos en la ciudad de Durango. Mi hermana
Mónica tenía tres años de edad. Ese día veinticuatro viajamos de la ciudad de
México en donde visitamos a mi abuela paterna hasta la Perla del Guadiana para
la Navidad. En el camino adquirimos un pino que llegamos decorando con mi
padre, mientras mi mamá preparaba la clásica cena navideña de pavo y relleno.
Terminada la decoración del árbol mi papá y yo pusimos la mesa. No sentamos a
cenar al filo de las once de la noche, hora tardía para mi hermana que solía
dormirse temprano. La sentó mi papá y en lo que nos sentábamos los demás ella
se quedó profundamente dormida con la mejilla sobre el muslo de pavo que le
habían servido.
Doy
un brinco cuántico, pasando por las navidades de mi preparación médica, que,
venturosamente, siempre pude disfrutar al lado de mi familia. Una de ellas que
recuerdo con cariño fue durante unas guardias en la Cruz Roja, teniendo como
director al doctor Jesús Barroso (+), quien organizó una cena para convivir con
los compañeros que tenían guardia esa noche y la pasarían lejos de sus
familias. Llego a las temporadas decembrinas al lado de mi esposo y los hijos
pequeños, para evocar momentos, visiones, olores característicos de las fiestas,
sabores y sonidos, que hoy puedo recordar a voluntad, cuando mi esposo ha
muerto y mis hijos radican muy lejos de donde yo me encuentro. Es la maravilla
de la mente humana movida por el corazón,
Concluyo
entonces que estas fechas nos invitan a compartir, a convivir, pero sobre todo
a agradecer lo que tenemos, a sentirnos bendecidos por ello, dispuestos a vivirlo
al lado de los demás. Es un llamado a entender que lo más valioso en esta vida
es lo que atesoramos interiormente, lo que podemos sembrar, más que lo que
alcancemos a acaparar, a exigir o a arrebatar a otros. Esos bienes habidos de
maneras lejanas al honor, lejos de ser finalmente una ganancia, terminan
convirtiéndose en un lastre.
Doy
gracias al cielo por la vida, por la salud que me lleva a trabajar cada día por
no dejarla escapar. Doy gracias por la familia, esos seres hermosos y
solidarios que no me abandonan. Gracias por los amigos verdaderos, que tal vez se
cuentan con los dedos de una mano. No se requieren más para avanzar por el
camino más tortuoso sintiéndose acompañado. Gracias por las horas de feliz
convivencia, pero también gracias por las difíciles en las que el acto de
resistir y perseverar pone a prueba la voluntad, como hace la forja con el
metal para medir su autenticidad. Agradezco poder avanzar por montes y valles, lo
que me enseña a valorar bien las cosas.
Evoco
cada una de las navidades de mis recuerdos con la viveza de un niño pequeño
para reconocer mi fortuna, y así, con esa misma espontaneidad infantil,
compartir con otros mis tesoros, que no son oro ni plata, sino momentos de
alegría y esperanza.
¡Feliz y santa Navidad, querido lector! Y a
seguir honrando la vida de la mejor manera.


