domingo, 16 de septiembre de 2012

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

EL VALOR DE LA PALABRA
Muy diversos elementos se hallan en crisis durante los últimos tiempos; uno de ellos es la palabra. Una herramienta de comunicación que ha servido para forjar pueblos y sociedades, hoy en día está desvalorizada, tanto en su significado último como en sus formas de expresión.
   Dentro de las redes sociales se ha facilitado la comunicación entre unos y otros, sin embargo el uso de fórmulas abreviadas del lenguaje nos lleva a enunciados fugaces, desechables, sin sentido de permanencia.  Una lengua tan rica como el Español comienza a sufrir grave merma.
   Algunos días previos a  las fiestas patrias que celebramos observé justo en redes sociales un simpático anuncio, cuyo texto decía: “Vendo vestido para delita.”  Lo que inicialmente, de manera ingenua, quise interpretar como un ahorro de la primera vocal de la palabra “adelita”, finalmente me llevó a otro pensamiento: ¿Su autor  conocerá cuál es el personaje de la adelita dentro de la Revolución Mexicana? ¿Sabrá que la Revolución se conmemora en noviembre y no en septiembre? ¿O confunde Independencia y Revolución, como quien confundiera frijoles y  arroz?
    Me entristeció la sospecha de que pueda no saberlo, y lo que es peor, quizás ni le interesa conocerlo.  Como posiblemente tampoco le mueva la curiosidad por identificar   qué circunstancias históricas llevaron al pueblo a iniciar la Independencia de México, o quiénes fueron  Hidalgo y Morelos.
   Con esa manera simplista e indulgente de ver las cosas en que solemos caer con cierta frecuencia,  podría considerarse que total, qué importa si los jóvenes no logran discriminar las gestas heroicas de nuestro México, o si no identifican en el calendario cívico qué se conmemora en cada fecha festiva a lo largo del año.  En una segunda lectura diríamos que el conocimiento de nuestras propias raíces  nos lleva a sentirnos  identificados con los ideales patrios de quienes nos precedieron,  lo que finalmente conduce a  despertar en nuestro interior un auténtico orgullo como mexicanos.
   Gran parte de los fenómenos sociales  que  prevalecen entre nuestros jóvenes tienen por común denominador la falta de  aprecio por la vida.  Habría entonces qué analizar qué tanto de este desapego vital tiene qué ver con el desconocimiento y  la falta de raíces.
   ¡Ah! Y aprovechando el viaje, me cuidé de decir “los y las jóvenes”, ese barbarismo que se puso de moda con Fox y se perpetuó con Calderón, y que a nosotros los mexicanos (que no los mexicanos y las mexicanas) nos genera un particular sentimiento de culpa arrancar de nuestro vocabulario.  Una moda de connotación política (por aquello de la equidad de género) prendió como epidemia entre comunicadores y contertulios,  pero ni aún así se justifica desde el punto de vista gramatical.
   Ahora bien:   Hablando de otras aplicaciones de la palabra, aquellos pactos de honor que antiguamente se sellaban con un apretón de manos, ahora requieren firmas, sellos, testigos  y blindajes, y aún así son muchas las veces cuando, a la hora de exigir el cumplimiento del acuerdo, éste simplemente no se reconoce, y alguna de las partes se niega a cumplir, faltando a la palabra empeñada.
   Del mismo modo tenemos tantos personajes de la vida pública, que con palabras  expresan una cosa, pero en sus actos se conducen de manera totalmente contradictoria.  Lo más grave es que quienes somos testigos de tales incongruencias hemos caído en una molicie tal, que poco o nada efectivo hacemos por exigir que haya congruencia entre el dicho y el hecho, aún cuando estas inconsistencias nos perjudiquen de muy diversos modos.
   La palabra ha perdido muchísimo de su valor cuando se utiliza para hacer ofrecimientos.  Digamos, los mexicanos somos muy dados a decir, cuando hablamos de nuestra propia casa: “Ésta es tu casa”.  ¡Ah! Pero que aquel a quien se la ofrecimos no tenga necesidad de pedir posada en ella por un rato, porque entonces surgen los mil pretextos para no materializar lo que preconizamos.
   De igual manera aquello de: “Lo que necesites”, ó “Cuenta conmigo”, que se han vuelto simples fórmulas protocolarias.   Lo que  expresamos para quedar bien con los demás, en realidad nos pone en una peor posición al resultar totalmente inconsistente con nuestra ulterior forma de proceder.
   Volteamos a nuestro derredor  para ver que en gran medida  este comportamiento tiende a  generalizarse en  gran parte de las interacciones,  entre compradores y vendedores, entre colegas, entre amigos o familiares.  Utilizamos palabras cargadas de buenas intenciones, pero que nada tienen qué ver con lo que en realidad estaríamos dispuestos a hacer en el momento preciso.
   Colateralmente siempre encontramos la manera de justificarnos,  y deslindar nuestra persona de responsabilidades con respecto a lo que ofrecimos y no estamos cumpliendo. 
   La palabra: Herramienta hecha para consolidar y crecer, está en crisis, y con ella toda nuestra escala de valores humanos.

COSAS NUESTRAS por Jorge Villegas

Riesgo
Nos serenamos hasta la media noche, al fin listos para dormir.
Antes, estamos en vela, esperando que lleguen los hijos, los nietos.
Aunque no vivan en la misma casa.  Si no hay llamadas urgentes, ya están a salvo.
Es la estrujante realidad de una ciudad invadida por la perversidad.
De un país que se nos fue de las manos por nuestra indolencia.
Lo único importante en la vida es el billete, decíamos para justificarnos.
Lo importante era y sigue siendo la familia, y es la que está en riesgo.
jvillega@rocketmail.com

MALDICIÓN DE LA MALINCHE: Amparo Ochoa y Gabino Palomares



Del mar los vieron llegar
mis hermanos emplumados
eran los hombres barbados
de la profecía esperada

Se oyó la voz del monarca
de que el dios había llegado
y les abrimos la puerta
por temor a lo ignorado

Iban montados en bestias
como demonios del mal
iban con fuego en las manos
y cubiertos de metal

Solo el valor de unos cuantos
les opuso resistencia
y al mirar correr la sangre
se llenaron de vergüenza

Porque los dioses ni comen
ni gozan con lo robado
y cuando nos dimos cuenta
ya todo estaba acabado

En ese error entregamos
la grandeza del pasado
y en ese error nos quedamos
300 años esclavos

Se nos quedó el maleficio
de brindar al extranjero
nuestra fe, nuestra cultura
nuestro pan, nuestro dinero

Hoy les seguimos cambiando
oro por cuentas de vidrio
y damos nuestra riqueza
por sus espejos con brillo

Hoy, en pleno siglo 20
nos siguen llegando rubios
y les abrimos la casa
y los llamamos amigos

Pero si llega cansado
un indio de andar la sierra
lo humillamos y lo vemos
como extraño por su tierra

Tú, hipócrita que te muestras
humilde ante el extranjero
pero te vuelves soberbio
con tus hermanos del pueblo

Oh,
maldición de Malinche

enfermedad del presente
cuando dejarás mi tierra
cuando harás libre a mi gente.
Agradezco a Guillermo Gutiérrez el aporte de este valioso material.

FRAGMENTO DE MANUEL GONZÁLEZ PRADA, ensayista y poeta peruano (1844-1918)


NUESTROS AFICIONADOS

Por Manuel González Prada,
Horas de lucha
     
I
     Entre las heridas legadas por los Conquistadores, ninguna tan bárbara como las lidias de toros, y en las lidias, nada más cruel ni más repugnante que la suerte de la pica. No figuraba ya en nuestras funciones tauromáquicas; mas últimamente "ha reaparecido con gran satisfacción del pueblo y mucho regocijo de nuestros aficionados", (como anuncia un rotativo de no pequeña circulación). ¿Para cuándo las banderillas de fuego, la lanzada, el rejón, el desjarrete y el toro de perros?
     "Cuanto más conozco al hombre, más admiro al caballo", dice Mark Twain; y al hombre no le conocemos bien, no le estimamos en su justo valor moral, mientras no le vemos cómo trata a los animales ni cómo se goza en los espectáculos de sangre. Las corridas de toros nos enseñan que si una reducidísima fracción de la Humanidad sigue avanzando por el camino de la civilización, la mayoría está muy lejos de haber eliminado su parte de mono.
     Hay circunstancias en que al abreviar la vida de un animal, ejercemos un acto de misericordia; pero la agonía lenta y dolorosa deberíamos sustituirla con la muerte invisible y rápida, con la fulminación instantánea. Al caballo, el más útil acaso de los animales, al que nos lleva por desiertos sin agua ni sombra, al que valorosamente nos acompaña en el fragor de un combate, al que nos salva en el asalto de unos malhechores, al que durante muchos años nos alimenta con su resignada labor de todos los días, no le reservamos ese fin. Malogrado por un accidente o viejo, enflaquecido, extenuado por el hambre y la fatiga, cuando tiene adquirido el derecho al descanso y a una espera tranquila de la muerte, le condenamos a un suplicio atroz, le echamos a sufrir los picazos de un bruto en figura humana, a recibir cornadas de una fiera embravecida, a ser tasajo viviente, a pisotear sus intestinos, a morir entre las desvergüenzas y las rechiflas de una muchedumbre soez, doblemente embriagada por el alcohol y la sangre.
     La pica nos hace lamentar la condición de las bestias, condenadas a sufrir el yugo de un ser tan implacable y egoísta como el hombre. También da sobrada razón a Mark Twain, que ferocidad e ingratitud no ponen al rey de la Creación muy por encima del caballo. Al animal envejecido o invalidado en nuestro servicio le debemos una cesantía o una indemnización: obrero como el hombre, como el hombre merece disfrutar los beneficios de una ley protectora. Como hay un derecho humano, existe un derecho zoológico. Lo decimos sin valernos de ironía, en este caso inoportuna y de mal gustó: la acémila y el perro, el buey y el asno, pueden alegar más títulos a una jubilación que muchísimos ciudadanos a quienes la Humanidad no debe el menor contingente de fuerzas útiles. Así lo comprendieron alguna vez los Atenienses. Al terminar el Hecatompedon dieron soltura y amplia libertad de comer a las mulas más dóciles y más trabajadoras. A una que voluntariamente se había presentado para cargar materiales del Acrópolis, la concedieron una verdadera jubilación o cesantía, ordenando que hasta su muerte fuera mantenida por la ciudad. Pero los atenienses eran paganos.
     En una sociedad inhumana y egoísta, nunca se repetirá demasiado que los animales son nuestros conciudadanos en la gran república de la Naturaleza, nuestros compañeros en el viaje de la vida, nuestros iguales en el dolor y en la muerte. Les debernos gratitud porque, sin ellos, no habríamos existido: faltarían los peldaños de la escala inmensa que se apoya en los abismos del Océano y viene a rematar en la especie humana. Vivimos hoy porque vivieron ayer los batibios. Todos -los animales lo mismo que las plantas- somos hermanos en nuestra madre común, la célula del mar primitivo. Universal parentesco de la hormiga con el elefante, de la grama con el cedro, del hombre con el infusorio y el musgo. Bárbaro el que inútilmente deshoja una flor o destruye una planta, bárbaro el que innecesariamente o por mera diversión suprime un insecto.
     Quién no ama ni compadece a los animales no ama tal vez ni compadece mucho a los hombres. Huyamos de la casa donde no hay bocas inútiles, quiere decir, donde no trina un pájaro, no salta un gozque ni se despereza un gato. Hogar de sólo hombres, hogar en que algo falta aunque hormigueen los niños y perduren los abuelos: el animal completa la familia. Guardémonos del individuo que nunca tuvo un perro o que, teniéndole, se goza en atormentarle y descarga en él los ímpetus de cólera. Perdonaríamos a Sancho sus bellacadas y su avidez cuando besa al rucio, si bien lo hace por conveniencia, más que por amor. Abrazaríamos a San Francisco de Asís cuando pone en libertad a las palomas y trata de hermanos al lobo, al pez y a la golondrina. El Buda nos infunde admiración casi divina por su inmensa caridad; y Jesucristo nos parecería más grande, si en alguna de sus peregrinaciones le divisáramos seguido de un perro.
     Imaginémonos la extinción de los animales, figurémonos a la Humanidad solitaria y sin amigos inferiores, a la Tierra sin el gorjear de un pájaro ni el revolotear de una mariposa. ¿Valdría la pena vivir en tan mudo y monótono cementerio? La muerte vendría como una variación redentora. Si algo de nosotros sobrevive a la gran catástrofe, ese algo debe de regocijarse al ver que en nuestro sepulcro se mece una rosa o canta un ruiseñor. Eso pensaría un célebre poeta alemán cuando legó sus bienes a un monasterio con una sola obligación -que en la piedra de su sepulcro abrieran cuatro pequeños huecos y todos los días les llenaran de grano. Durante algún tiempo, los monjes cumplieron con la voluntad del testador; mas un día se dijeron: "Nosotros necesitamos más que las aves", y suprimieron el grano. La tumba, que había sido un concierto de notas regocijadas, se convirtió en un sitio de melancólico silencio; y el algo del poeta midió la distancia de los monjes alemanes a los ciudadanos atenienses.
     
II
     No extrañamos que el toreo, con sus picadores, sus banderilleros y sus espadas, figure como un sport esencialmente ibérico; en Europa, a medida que marchamos hacia el Sur, notamos el aumento de la crueldad con los animales. Nos sorprende que nosotros, a pesar de recibir una instrucción europea, leer los libros de los pensadores eminentes y vivir en íntimo comercio con inmigrantes de las naciones más civilizadas, no hayamos podido eliminar la sangre torera y continuemos figurándonos un gran honor merecer el título de Aficionados. Porque las lidias, lejos de gustar a sólo veinticuatrinos, degenerados y analfabetos, regocijan a los más cultos, enajenan a la élite y hasta gozan las prerrogativas de una institución social. Los limeños pueden disentir en todo, menos en la afición. La Beneficencia (que negocia con el ramo de suertes) lucra también con la plaza de Acho; las compañías de bomberos, confesando tácitamente que el dinero nunca hiede, dan corridas de toros para allegarse fondos; y hasta los presidentes de la República (llamados a ofrecer lecciones de humanidad y dulzura) van a solazarse con los picazos de Agujetas. Los diarios nos comunican por medio de telegramas venidos de Madrid que "en una gran corrida de toros en que tomó parte la cuadrilla de Lagartijo, el banderillero Perdigón sufrió un varetazo en el pecho, que le ocasionó el quinto toro". A más, publican largas relaciones de las corridas y reproducen las biografías de los toreros, adornándolas con el respectivo fotograbado, sin dejar de recurrir al tecnicismo del arte, a esa repugnante jerga, sólo comprendida y sólo gozada por los buenos Aficionados.
     Aquí, una sociedad protectora de los animales cubriría de ridículo a sus iniciadores; y una Ley Gramont no hallaría probablemente un congreso capaz de dictarla. La juventud limeña no funda bibliotecas ni edifica teatros: organiza sociedades taurinas, construye plazas de toros. No concibe nada mejor que manejar la muleta, poner dos banderillas y dar una estocada en el cerviguillo de un barroso. El flamenquismo sevillano la corroe. Ya, y principalmente los domingos de la temporada, divisamos a mocitos o ñifles que remedan el gallardo meneo de los andaluces, afectan aire chulesco y se figuran traspasar el nec plus ultra del ingenio al repetir los dicharachos de manolas y chulos. Tienden a cambiar el tongo por el sombrero cordobés; y como no se atreven a salir con las pantorillas al aire ni con la indumentaria del oficio, usan una especie de chaquetín que deja en descubierto las regiones glúteas. Pasan garbosos (y hasta provocativos) luciendo aquellas protuberancias que las mujeres exageran con los postizos y los hombres disimulamos con los faldones del vestido. Tememos que de repente cambien el apretón de manos con el palmeo en las posaderas, inaugurando el imperio de la nalga.
     Si algún Aficionado nos arguyera que las lidias de toros enseñan el desprecio a la vida y sirven de escuela para dar lecciones de valor, nosotros, por única respuesta, le recordaríamos la guerra del Pacífico. Los chilenos, no muy partidarios de la Tauromaquia, nos vencieron desde San Francisco hasta Huamachuco. Difícilmente se hallará pueblo más Aficionado que el de Lima; y ¿conviene igualar a los limeños con los espartanos? El derramamiento de sangre no sirvió de estímulo para virilizar el ánimo: díganlo verdugos y matarifes. ¿Qué tanto hablar de valor, encareciéndole a ciegas, no haciendo distinciones de cuándo merece alabanzas y cuándo es digno de vituperio? Hay lo que llamaríamos el valor rojo y el valor blanco: el rojo es de toda fiera sanguinaria, tenga dos o cuatro pies, llámese Napoleón o tigre, nómbrese Sakiamuni o perro de San Bernardo. Si el valor rojo del que mata un novillo excede al valor blanco del que asiste a un varioloso, no lo repetiremos. Alejandro, César, Bonaparte, Moltke, en una palabra, todos siguen representando la tradición bárbara, figuran como los puntos de una línea que surge de la selva prehistórica y viene a cruzar por Macedonia, Italia, Francia y Prusia.
     Representan la misma tradición algunos de aquellos hombres que viven soñando con banderilleros y pases de bandola; encima de la epidermis, el lino; más allá de la epidermis, el cañamazo, la sangre torera. Por mucho que blasonen de intelectuales, no andan muy lejos del troglodita: un cerebro luminoso en un organismo insensible es una lámpara en el fondo de un sepulcro. De mucho carecemos para merecer el título de hombres, cuando nos falta la piedad, esa justicia del corazón. La Humanidad perfeccionada, la que distará de nosotros como nosotros distamos del antropoide, será hija del amor y de la misericordia. Si queremos favorecer la evolución de la especie, debemos ensanchar nuestro corazón de modo que en su amplitud inmensa hallen cabida todos los seres del Universo.
     No pensaba así el aficionado español que al narrar los episodios de una famosa lidia realizada en las arenas de Madrid, prorrumpía con una satisfacción verdaderamente seráfica: "¡Hermosísima tarde! Como había llovido y murieron muchos caballos, la plaza parecía un lago de sangre, ofreciendo un lindísimo color rojo". No creemos que en el mundo ni fuera de él haya una justicia para remunerar a los buenos y castigar a los malos; pero al oír nosotros que los blindados de Cervera se hundían bajo los cañones de Sampson, y que la sangre de los marinos españoles teñía los mares de Cuba, nos figurábamos asistir a la expiación de toda una raza por su crueldad con los animales, recordábamos el lindísimo color rojo de la plaza madrileña.
     Tal vez nos equivoquemos al juzgar tan severamente a los Aficionados sin ver una esperanza nacional en nuestra juventud de sangre torera. Hoy se habla de reconstituir la marina, de organizar el ejército, de hacernos fuertes para reivindicar lo perdido en la guerra del 79. Pues bien: cuando suene la hora y cada sección de la República envíe su contingente de reivindicadores, Lima formará sus batallones de monaguillos, suerteros y Aficionados.
     (1906)
Agradezco a Jorge Chirinos haber compartido este texto.


OCTAVIO PAZ: El laberinto de la soledad

CARTA DE MAURICIO FERNÁNDEZ A FELIPE CALDERÓN. Original publicada en NOTICIAS AL DÍA

CARTA DE MAURICIO FERNÁNDEZ A FELIPE CALDERÓN.
Por Redacción, 2011-09-01 20:32:31
Señor Presidente Felipe Calderón Hinojosa: Perdón si me dejo atropellar por mis pensamientos pero mis emociones me sobrepasan y no puedo más que ser la respuesta del espejo certero de una realidad que vivo día a día, especialmente después de este jueves trágico.
Hoy me he levantado escuchando el clásico y absurdo discurso de la trillada frase de la rigurosa condena y consternación de los actos cobardes y (nuevo adjetivo de moda) barbarie. No sé porque pero cada vez que escucho este tipo de frases lo siento con un tono que desencaja en lo absoluto con la mirada en su expresión. Pareciera que en esos ojos se reflejara un pedazo de conciencia en la cual recae una gran responsabilidad pero que al hablar dejara que las palabras fluyan con la vana esperanza de querer convencerse ante una autocomplaciente y famélica ilusión. En palabras coloquiales, esto no es, más que nadar innecesariamente en la ignorancia. Quizás esto no sería tan grave si no fuera porque al final de su discurso Usted piensa que lo dicho es cierto. Créame, el pueblo no es más ignorante que quien tiene la convicción de que si lo es. Señor Presidente; Déjeme decirle que está Usted muy equivocado si piensa que esta guerra, que desafortunadamente estamos sufriendo, se va a ganar a través de la violencia. No puedo creer que no se haya dado cuenta que la raíz de este gran problema se llama POBREZA. Hasta la fecha no he sabido en la historia universal de ninguna civilización que haya erradicado a la pobreza a base de muertes. Hasta el día de hoy, no se han fabricado las suficientes balas para erradicar la pobreza. Con esto no quiero decir de ninguna manera que justifico y mucho menos acepto los actos tan degradantes que estos últimos años nos han tenido viviendo con temor. Pero si trato, porque al menos trato (debería Ud. practicar este hábito) de comprender el porqué de estos actos y no solo castigar el acto por sí mismo. Si vivimos en una secuencia de causa-efecto, le propongo que hagamos una retrospectiva y analice el origen de los problemas que ahora nos están sometiendo como país. Disculpe, pero Ud. ha cometido el grandísimo error de manejar este país como si fuera una empresa privada. Es cierto, usted ha buscado siempre tener índices positivos para que a grandes rasgos macroeconómicos México tenga luzca resultados que parecen favorables. Pero desafortunadamente el país NO es una empresa privada. Normalmente estos índices en un país con una sociedad viviendo en una desigualdad de tan gran magnitud como la nuestra puede ser manipulada ofreciendo apoyos a muchas magna corporaciones que manejan grandes sumas de dinero y que nada tienen que ver con la mayoría de los mexicanos; tal y como se ha hecho en los últimos años. La realidad es que existen más de 52 millones de mexicanos que viven en la pobreza y más de 12 millones viven en pobreza extrema en nuestro país, es decir mas del 50% de la población vive inmiscuida en la pobreza. Paradójicamente todo esto sucede en un país donde se encuentra quien se hace llamar el empresario más rico del mundo. Esto último solo deja como resultado un país con una desigualdad social casi sin precedentes. ¿De verdad Usted se sorprende de los resultados tan tristes en cuanto a la seguridad social? Mientras los recursos federales no estén destinados a mejorar la calidad de vida de los más necesitados de este país, este problema social jamás tocará fondo. Olvidémonos de dar resultados que parezcan buenos en papel. La exclusión del pobre en el desarrollo de un país solo puede resultar en violencia o en una tendencia de revuelta (por no decir la palabra prohibida que clasifica nuestro 20 de noviembre) en donde lo que no se da, se toma. Es cierto, no podemos por arte de magia hacer al pobre rico y al rico pobre, pero si trabajar URGENTEMENTE para que por primera vez en la historia de este país exista esa plataforma llamada IGUALDAD DE OPORTUNIDADES. Para lograr esto, lo primero es empezar con una educación DE CALIDAD. Esto jamás será posible mientras la educación de nuestros hijos este a cargo de su socia la “maestra” Elba Esther Gordillo. El más grande crimen de ante este país, y me permito decir con todo el dolor del mundo que antes que el narcotráfico, es el enriquecimiento ilícito a través del recurso federal destinado a la educación. Cada centavo desviado de la educación de nuestro pueblo es un centavo que afecta de manera directamente proporcional al futuro de nuestro país. Lo más reprobable Señor Presidente, es que Ud. permita esto. De igual manera para mi es inconcebible que Ud. se haya aventurado a costa de nuestras vidas a una guerra en donde la sociedad es la única prisionera sabiendo que su Sistema Jurídico Federal no está preparado para enfrentarla. Datos duros. El 98% de los crímenes en este país quedan impunes. Así que por favor ya no ofrezca cifras de las capturas del Gobierno Federal, mejor dennos cifras de cuantos criminales capturados después de 5 años continúan en cautiverio. Si la tasa de esta última solicitud no es arriba del 90%, entonces su gobierno es el principal promotor de la impunidad. Perdóneme pero no se puede ir a pescar al mar con las redes rotas. Por favor ya no mencione en su discurso que no dejará a Nuevo León solo. Suena muy bonito pero cuando en la entidad ya sea por parte del municipio o estado se clausuran casinos que son irregulares pero operan bajo amparos federales, Usted ya nos dejo MUY solos. Otro favor, cuando dijo que los Estados Unidos ponen las armas y nosotros los muertos, no se incluya. Los muertos los ponemos nosotros, sus seres queridos, no Usted. Tenga la seguridad de que como sociedad los Neoleoneses no vamos a ceder un metro más. Seguiremos trabajando cada vez mas fuerte porque este es NUESTRO estado, y Monterrey es NUESTRA ciudad. Al menos en lo personal no pienso ceder esta Tierra Bendita que me ha dado lo que soy, y a la cual le estoy totalmente agradecido. Por mi, por mi familia, y por mi comunidad seguiré trabajando con todos mis valores, mi empeño y por supuesto que seguiré viviendo y recuperando Nuevo León. Nuestro estado está más vivo y más unido que nunca, lo invito a que REALMENTE se sume a este esfuerzo. ATENTAMENTE Ing. Mauricio A. Fernández Leal
Copiada con permiso de sus editores: http://www.noticiasaldia.com.mx/index.pl

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