EL ARTE DE ESCRIBIR
Escribir es ir y venir, del silencio
a la palabra, de la lectura a la reescritura.
Javier Tinajero R.
Estoy por iniciar un nuevo ciclo de taller
literario con Gerardo Segura. A través de su guía en el taller, he aprendido
cosas importantes, entre las que destacan tres fundamentales: Cómo hacer una lectura crítica de textos; el
modo de administrar el lenguaje, y la
forma de encontrar mi propia voz. Así
que –pese a factores que podrían haberme desanimado—, me alegra el inicio del
nuevo ciclo.
Esta mañana, mientras me organizaba
para elaborar la columna semanal, cayó del cielo la reflexión de Javier
Tinajero respecto al oficio de escribir, la cual me permito utilizar como epígrafe. Disparó un orden de razonamientos personales,
que deseo compartir.
Comentaba con una gran amiga tallerista de Monclova, cómo hoy en día es
muy sencillo publicar, gracias a la tecnología digital. Sus palabras me remontaron a
1981, cuando saqué mi primer libro. Recordé los linotipos de plomo, pruebas de
galera y otros asuntos de la imprenta tradicional que en estos tiempos son piezas
de museo. Con el advenimiento de la computadora personal, hoy en día
cualquier persona puede publicar textos en diversos medios, o bien sacar un libro, sin mayores dificultades para
hacerlo: Los costos han disminuido, y la digitalización ha facilitado formas y acortado plazos.
La oferta literaria crece y, más que nunca, el lector debe seleccionar qué leer. Para quienes gustamos de escribir, surge la
obligación de evitar quedarnos en nuestra zona de confort, publicando sin poner
todo el esmero de que somos capaces. No
conformarnos con volcar la idea y ya: Revisarla, soltarla y más delante retomarla,
hasta conseguir su mejor expresión. En ello radica –precisamente—la riqueza de
un taller literario. Cada participante escribe
un texto, del cual reparte copias entre los compañeros de sesión. Luego hace una lectura en voz alta, de manera que a la propia se
suman las lecturas que cada uno de los participantes hace, desde su perspectiva personal. Son ellos
los primeros lectores que nos señalan
elementos fuera de lugar, confusos o mejorables, lo que finalmente deviene en
un producto literario de calidad muy superior a la que tenía en un principio. Las aportaciones de cada uno de los
participantes pueden tomarse en cuenta o no, a juicio del leído. No es obligatorio efectuar los cambios
sugeridos, eso cada autor habrá de decidirlo.
Solamente quien ha tenido la experiencia de participar en un taller,
cuenta con elementos para apreciar la diferencia entre trabajar de manera
aislada, o hacerlo acompañado por esos
primeros “lectores íntimos”, que nos
impulsan a perfeccionar el texto. Supongo que algo similar debe suceder
en talleres de cualquier otra disciplina; yo hablo de la que
conozco, --la literatura. Valga
aquí una cuña de cultura general: La dinámica del taller literario comenzó en
México a mediados del siglo pasado, siendo uno de sus primeros impulsores el
propio Octavio Paz. Anterior a ello hubo revisión de textos entre autores, pero
no de forma estructurada.
Hallo las palabras de Javier Tinajero de una profundidad notable. Presentan
el arte de escribir como ejercicio de reflexión frente a uno mismo, hacer una pausa, volver la vista a otro lado, para luego retomar la idea original. Una y otra, y otra vez. Tantas como sea necesario.
Las redes sociales son un recurso así de maravilloso como de
infausto. Salvo casos extremos, permiten
compartir todo tipo de contenidos, al
margen de respetar o no a los demás. Se comienza con un asunto, digamos, de
políticas pesqueras, y se termina trayendo a colación a las progenitoras de los
participantes, de manera hasta corriente y vulgar. A la vez, pueden representar maravillosos canales
de comunicación, que proveen de
elementos para percibir el mundo de otro modo.
Por cierto, el epígrafe de
Tinajero lo tomé de su Twitter.
La palabra escrita tiene una fuerza pocas veces imaginada. Aquello que leemos va modulando nuestros
estados de ánimo; predispone el espíritu
y orienta nuestras acciones, con una intensidad que supera los alcances de la
imaginación. De allí la necesidad de
seleccionar qué lecturas procuramos como escenario existencial.
Ahora bien, cuando nos decidimos por desarrollar la expresión escrita,
adquirimos frente al lector en potencia,
la obligación de decir las cosas de manera
idónea. Pulir el texto hasta asegurarnos de que da cuenta precisa de aquello
que deseamos comunicar. Que escribir no signifique
una mera catarsis, sino que las expresiones sean claras y auténticas; dotadas
de un propósito más allá de uno mismo,
que las vuelvan de interés para otros.
Escribir bien: Un arte que se aprende.