domingo, 26 de marzo de 2017

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

LLENAR LOS VACÍOS
Amo el canto del cenzontle, pájaro de cuatrocientas voces. Amo el color del jade y el enervante perfume de las flores, pero amo más a mi hermano el hombre.
Netzahualcóyotl.
Con los años  me descubro albergando pensamientos que  con anterioridad juzgaba propios de los ancianos, como afirmar que los tiempos pasados  fueron mejores.  El siglo veintiuno ofrece maravillas que ni Verne o Asimov hubieran imaginado, pero en términos de deshumanización, el precio a pagar es elevado.
     Viene a mi mente esta reflexión al inicio de la primavera, temporada de conciertos matutinos alrededor.  Será el cambio climático, o que los niños que antes eran cazadores urbanos están metidos en sus aparatos electrónicos, hoy en día los árboles  circunvecinos son visitados desde temprana hora por calandrias, cenzontles, unos tordos que  conocen popularmente como “pájaros del viento”, y cardenales, que por acá llaman “cadernales”, cambiando dos consonantes, (igual hacen con el chile “piquín” al que muchos llaman “quipín”), y finalmente un par de pájaros carpinteros.  En lo personal es una forma deliciosa de mantenerme en contacto con la naturaleza en medio de la mancha urbana, una oportunidad extraordinaria para alabar a Dios.
     ¡Cuántos fenómenos se van tejiendo en torno a esa necesidad enfermiza denominada “codicia”! La nota de esta semana la dio Mauricio Ortega, quien de director de un rotativo muy conocido pasó a vulgar ladrón internacional,  luego de sustraer prendas de jugadores famosos e intentar venderlas a través de Internet.   Claro, no podía faltar un sistema judicial que calificara aquello de “travesura”, justo en momentos cuando los ojos de los Estados Unidos están puestos en los mexicanos, buscando demostrar que  llenamos el calificativo de “delincuentes” que nos ha colgado Mr. Trump. O sea, el robo de los “jerseys” es un asunto serio de corte internacional, pero al ladrón le perdonan la travesura, él se compromete a devolver  las prendas robadas, el delito se cancela y Trump se justifica.
     “Para entender los actos irracionales de un adulto, pregúntate qué quiere lograr con ellos  el niño que lleva dentro”.   Hay infinidad de comportamientos detrás de los cuales se percibe un vacío en el interior de su autor.  Son oquedades que buscan llenarse de alguna manera, pero  al  andar caminos equivocados, no se logra hacerlo.  Hay sensaciones de vacío que se extienden a todas las esferas, de modo que el individuo a  mediación o cerca del término de su vida se pregunta qué ha hecho en tantos años, y se deprime.   Hay vacíos que son producto de una baja autoestima,  entonces, como la persona no está satisfecha consigo misma, requiere de manera constante el aplauso exterior, mismo que siempre será insuficiente.  En estas condiciones la persona sufre al   considerar que no está logrando el justo reconocimiento.  Siempre y cuando el sentirnos bien dependa de elementos externos, iremos, si no a la deriva, sí con altas y bajas que terminarán haciendo de la vida algo insufrible.
     Hay vacíos muy patológicos que buscan llenarse mediante sensaciones artificiales y se recurre a químicos para tratar de conseguirlo.  Pertenecen a personas adictas que al ser cuestionadas aseveran que no lo son, y que en cualquier momento pueden dejar  aquello que las tiene atrapadas, como serían el alcohol o las drogas.   Nuevamente esas personas se sienten satisfechas solamente  a expensas de elementos externos, de modo que su satisfacción es como una barcaza frágil en alta mar.
     El consumismo, dentro de sus premisas busca hacernos sentir distintos tipos de vacío.  No tengo la prenda de última moda que acaba de salir, surge un vacío.  No poseo un inmenso capital para pagarme un viaje al espacio, soy un fracaso.  Tengo un vehículo de reciente modelo que funciona bien, pero la fantasía consumista me bombardea con mensajes de que “todos” menos yo cambian de carro como cambiar de calcetines; frente a ese panorama, estoy condenado al vacío.  Y así avanzamos por la vida,  muchas veces olvidando contar las bendiciones que sí tenemos,  y más bien lamentando aquello que no es nuestro, por más irracional que resulte, y nos sentimos muy infelices, tanto que hasta consideramos el suicidio, ya sea por la vía corta o larga, pues finalmente –en nuestra depresión—no vale la pena vivir.
     La primavera es buen momento para hacer un inventario personal, revisar qué vacíos voy cargando, de dónde surgieron y por qué, y en un dado caso, cómo y con qué voy a llenarlos.  En un mundo mercantilista se nos olvida que en la vida  nuestra principal consigna es ser humanos, enfocarnos a esa parte intangible y prodigiosa que genera el hermoso canto del cenzontle y que a nosotros nos lleva a sentir la presencia de Dios cada mañana.

HOJAS SUELTAS por María del Carmen Maqueo Garza

Un perro es lo más maravilloso que hay.  Te cuida, te hace fiestas y te acompaña, todo ello por unos minutos de caricias y un plato de croquetas.

Siempre está ahí aguardando tu llegada como si aquello fuera el acontecimiento más importante de su vida.

Ojalá los seres humanos fuéramos más  “perrosos” en nuestros afectos, menos puntillosos y más cálidos; menos críticos y más solidarios; menos obsesivos y más sencillos para reconocer los logros de otros.

El perro tiene la fabulosa cualidad de vivir el momento.  No se angustia por lo que sucederá mañana ni vive anclado en el ayer. 

Se conforma con unas cuantas cosas, y si en un momento dado no las hay, buscará cómo entretenerse persiguiendo su propia cola o reposando en la sombra.

Supongo que el Dios de Sabines inventó los perros para eso: Para que aprendamos a disfrutar la vida y también como un preventivo contra el suicidio.

Los Millennials: ¿En qué les hemos fallado?

Vicente: Muchas gracias por esta sugerencia tan valiosa.

Poesía de Basilio Sánchez


LA MUJER QUE CAMINA

La mujer que camina delante de su sombra.

Aquella a quien precede la luz como las aves
a las celebraciones del solsticio.

La que nada ha guardado para sí
salvo su juventud
y la piedra engarzada de las lágrimas.

Aquella que ha extendido su pelo sobre el árbol
que florece en otoño, la que es dócil
a las insinuaciones de sus hojas.

La mujer cuyas manos son las manos de un niño.

La que es visible ahora en el silencio,
la que ofrece sus ojos
al animal oscuro que mira mansamente.

La que ha estado conmigo en el principio,
la mujer que ha trazado
la forma de las cosas con el agua que oculta.

Los colores de las flores

CONFETI DE LETRAS por Eréndira Ramírez


Antes la vida se cocinaba a fuego lento. Uno aprendía a esperar, esperaba una carta por largo tiempo para tener noticias de quién se encontraba lejos, y lejanía entonces eran unos cuántos kilómetros.

La espera nos hacía tener la ilusión de ese día donde el cartero llegaría a casa y con su silbato nos anunciaría la llegada de la ansiada misiva. Para entonces habríamos leído y releído las cartas anteriores y gozaríamos cada letra impresa que nos daba noticias de aquéllos a quienes no teníamos otra manera de contactar.

El día esperado llegaba y el solo ver el sobre, ya nos hacía liberar dopamina. Repasaríamos una y otra vez cada frase, y nos transportaríamos con la imaginación al lugar donde se hallaba el remitente, sería un momento mágico, Esa persona se había tomado el tiempo de escribirnos, de llevar la carta al buzón y enviarla. Quien nos escribiera realmente se interesaba por nosotros. Tendríamos sus cartas en un cajón o en un lugar especial, sería en ocasiones el único enlace con esa persona o por lo menos durante un tiempo hasta reencontrarnos.

Y como esto, nuestra vida transcurría sin tanta prisa, no había microondas, así que había que esperar a que se cocinara al fuego la comida, en esa espera los aromas de los guisos despertaban nuestro apetito, y nos hacía disfrutar desde antes los platillos preparados en casa. Nada mejor que ver los sartenes y ollas humeantes sobre una estufa invitándonos a deleitarnos con la comida casera. Hasta esa forma de cocinar influía en que nos sentásemos todos juntos a la mesa, la comida estaba lista, después sería un embrollo volverla a calentar.

Aprendimos a esperar, a saber que las cosas se tomaban un tiempo para poderlas disfrutar, que la espera tenía su recompensa y nos hacía valorar más aquello que recibíamos, No había gratificación inmediata y eso nos hizo personas que aprendimos a que es más larga la lucha que el momento del éxito, pero que es en ella donde transcurre la mayor parte de la vida,y por eso la debemos vivir con pasión, plenamente.

La vida de por sí muy corta es para estarla viviendo instantáneamente, si es en la espera de que suceda lo deseado cuando estamos viviendo quizá los mejores momentos de ésta, nuestra historia, me pregunto: ¿Para que tanta prisa?

La Danza del Cisne Negro. Música de Tchaikovsky

Dentro del ballet "El Lago de los Cisnes", interpretación de la danza del Cisne Negro a cargo de Maya Plisetskaya y Valery Kovtun