¿QUÉ ESCENARIO
PINTAMOS?
Hace unos días me compartieron una publicación que, rauda y
veloz, compartí más delante. Me resultó
un video de lo más inspirador. No podría
asegurar si se trata de la India; inicia con algunos ancianos mendicantes en la
calle, a los que un par de jóvenes, de forma desapercibida, les dejan una bolsa
con alimentos de primera necesidad. Al
menos en los que se incluyen en el video, ninguno de los pordioseros se percata
en qué momento les dejan la bolsa. En cada caso la reacción es distinta: Descubren
aquel objeto mágico, sin dejar de cuestionarse de donde salió o si acaso es
para ellos. Al no hallar a nadie
cercano, concluyen que es suyo y proceden a tomarlo, abrirlo y explorar sus
contenidos. Aún con gesto de
incredulidad comienzan a extraer cada artículo, mientras una discreta sonrisa
inicial va creciendo hasta ampliarse de oreja a oreja. Y aquí viene lo más conmovedor: Es evidente
que todos tienen hambre, pero ninguno de ellos se dispone a comer nada, sino
hasta haber dado gracias al cielo por el obsequio.
Tal vez juzgo mal, pero siento que cualquiera de nosotros,
en una situación de pobreza alimentaria como la de ellos, en plena obnubilación
se avorazaría sobre los alimentos antes que otra cosa. Debo confesar que me dio una gran lección en
lo que respecta a la gratitud.
El nuevo milenio ha significado muchos cambios sociales para
nosotros. No me agrada clasificar las
generaciones y llamarle a la actual “de cristal”. Sí es evidente, sin embargo, que, en
comparación con generaciones anteriores, las de hoy manejan de otra forma sus
interacciones sociales. Muchos adultos
de más edad les critican el hecho de sentirse merecedores de todo. Coincido en cierta medida con ellos, aunque
hay que mencionar que, si así lo piensan, es porque nosotros –padres o
abuelos—hemos propiciado esa actitud narcisista en ellos. Al traerlos al mundo nos hemos preocupado
mucho porque no les falte nada en cuanto a casa, comida y sustento. Les hemos procurado la mejor educación y
diversión. Y tal vez se nos ha olvidado
ponerlos a ejercitar de manera más activa la misericordia. Ya sea que procuremos o no alguna doctrina
religiosa, es fundamental fomentar en los chicos el sentido de responsabilidad
social. Que actuemos, no solo pensando
en lo propio, sino que, a la par, veamos por detectar y satisfacer las
necesidades de otros, desde las más pequeñas acciones hasta las grandes
campañas. Mucho es cuestión de
organizarnos y actuar a favor de una causa, poniendo cada uno, su propio
granito de arena.
¡Cuánto hay que aprender de los demás! A través de sus
palabras, pero aún más, de sus acciones.
Tomar ejemplo de aquellos que invierten lo propio para ayudar a quienes
no tendrían manera de corresponder, o si acaso lo hicieran, con una sonrisa.
Tal vez este enfoque del capitalismo nos ha vuelto
egocéntricos. De esa necesidad por
satisfacer hasta lo último de lo propio, sin detenernos a pensar en las grandes
necesidades que otros pueden tener, es que se genera ese ambiente enrarecido y
tóxico que tanto mal hace al mundo.
Asistí a un evento tan original como conmovedor. Una amiga pintora realizó veinte cuadros, la
mayoría óleos, de mascotas pertenecientes a distintas familias. De parte de los asistentes se recolectaron
donativos en especie para las
asociaciones protectoras de animales de la localidad. Los dueños de las
mascotas pintadas dieron un donativo económico. La pintora trabajó “pro-bono”. Su mayor ganancia fue la satisfacción de emprender
la que –quiero suponer—será la primera de muchas campañas anuales a futuro. Otra amiga donó unas garrafas de nieve para
los asistentes, y con apoyo de particulares, se ofrecieron bebidas y bocadillos
para un mayor disfrute. El municipio
facilitó las instalaciones y la coordinación. Fue un evento en el cual campeó la
generosidad. Cada uno puso algo de su
parte, ya fuera su tiempo, su talento, su producto o su arte, amén de bolsas de
croquetas o sobres con efectivo. Lo que
hay que destacar es, precisamente, la forma como todos trabajaron por una causa
más allá de lo propio, con el corazón abierto, poniendo cada uno un poco de lo
que es capaz de desprenderse, para donar
a favor de otros.
Detrás de un acto de generosidad hay una persona feliz, que
sabe vivir movida por una sensación de
gratitud hacia la vida. Es una persona
que sabe reconocer cuántas cosas buenas se le presentan cada día; cuántas
oportunidades maravillosas por
corresponder, al menos de una pequeña manera, por aquello que se recibe.
Todos poseemos un puñado de lápices de colores. Tenemos libertad de elegir qué hacer con
ellos: Romperlos; tirarlos a la basura, o –lo más creativo--, usarlos para
colorear el escenario de la historia personal que habremos de vivir.