miércoles, 15 de noviembre de 2023

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

 

EL BUEN BUEN FIN

Como viene sucediendo desde hace varios años, en estos días se lleva a cabo la serie de promociones comerciales englobadas bajo el término “El buen fin”, que se adelanta cronológicamente a su equivalente norteamericano denominado “Black Friday”.

La historia norteamericana del Black Friday está asociada al Día de Acción de Gracias, celebrado desde  1863 cuando el entonces presidente Abraham Lincoln proclamó el jueves 26 de noviembre de ese año como una fecha nacional para dar gracias.  Décadas después, al finalizar la etapa de la Gran Depresión en la Unión Americana, Roosevelt ajustó la fecha para facilitar las compras por parte de los ciudadanos que apenas comenzaban a recuperar su economía familiar, fijando el tercer jueves de noviembre y no el cuarto, como Día de  Acción de Gracias.  Finalmente, un par de años después, la fecha regresó a su original cuarto jueves del penúltimo mes del año, dando con ello por iniciada la temporada navideña.  Otro factor que se atribuye para bautizar la fecha como “viernes negro”, tiene que ver con las finanzas.  Los comercios intentan mantenerse en números negros y evitan los números rojos, que señalarían pérdidas.

Fue a partir del 2011 que México organizó su equivalente denominado “El buen fin”, evento que cada año adquiere mayor relevancia.  Se fija el viernes previo a la conmemoración de la Revolución Mexicana y cumple funciones similares de descuento en mercancía y promociones.

Como sucede en algunas otras ocasiones, las ofertas de finales de noviembre ponen a prueba nuestra templanza comercial.  Los clientes  sabios han planificado a lo largo del año los productos que planean adquirir en esos días, de manera que su economía doméstica se mantenga estable el resto del año.  Hay, por otra parte, quienes se lanzan hasta en forma irracional, movidos por la atracción hacia la mercancía en oferta, llegando a endeudarse para el resto del año.   Para acabar de complicar las cosas, ese gancho comercial de “meses sin intereses” los atrapa como peces hambrientos.  Tal vez pasadas dos o tres semanas la emoción de la compra se ha extinguido y el entusiasmado cliente se da un frentazo con la dura realidad, y eso que aún no cae la primera parcialidad de cobro de la tarjeta de débito o crédito.

Dado que vivimos en un mundo cien por ciento mercantilizado, esta es una buena oportunidad para analizar nuestros propios hábitos de consumo. ¿Qué elementos nos activan esas ansias por comprar, aun lo que no necesitamos y nunca usaremos? ¿Es una forma de demostrar nuestro poder, aunque sea por un ratito, sin importar que más delante estemos sufriendo para pagarlo...?

Es muy interesante estudiar a la clientela mexicana de todos órdenes de acuerdo con su forma de responder a las ofertas.  Está aquel al que le brillan los ojos frente a los aparadores y simplemente, plástico en mano, se lanza a comprar sin pensarlo.  A tal grado le seducen las mercancías que es capaz de adquirir cosas que ni siquiera son para su persona.  Lo hace con la mentalidad de que, es tan fantástica la oferta, que hay que comprar y ya luego se buscará a quién regalar.   Otro cliente de este grupo es el eterno dietético que compra prendas de vestir dos tallas menores a su talla actual, asegurándose a sí mismo que, teniendo frente a sí ese bello traje, bajará porque bajará de peso… Tal vez lo consiga, lo que sucede en el menor número de casos.  La mayoría de ellos baja a un ritmo tan lento, que para cuando finalmente entran en la prenda, ya está pasada de moda.  O el que, no habiendo logrado su objetivo de pérdida de peso se fastidia de ver la indumentaria esperando ser estrenada, y la lanza hasta el fondo de su closet de un solo golpe, con una mezcla de frustración y enojo.  Algo similar sucede con adornos, utensilios de cocina o enseres para pesca.  Como si se estableciera un circuito pupila-cartera que nos impele a gastar de una manera en cierto modo compulsiva.

En este escenario tenemos dos posibilidades: La del mal buen fin, ese que nos hipnotiza y nos lleva a la hecatombe.  Y por otro lado tenemos  el buen buen fin, ese que se aprovecha de manera planificada y racional, para  comprar aquello que conscientemente determinamos que hace falta, y gastamos con moderación, de modo de no representar una carga en nuestro presupuesto familiar.

¿En qué fila se apunta, mi querido lector?

domingo, 12 de noviembre de 2023

CARTÓN de LUY

 


CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

 

REGALO DE VIDA

En el curso de la semana que termina se conmemoraron 99 años de la primera transfusión sanguínea segura de humano a humano, llevada a cabo por el doctor Luis Agote en Argentina, un 9 de noviembre de 1914.

Como algunos otros temas de nuestra sociedad, la donación de sangre y/o sus derivados es un tema que no acaba de prender bien a bien.  Los donadores ideales, individuos jóvenes y sanos, no parecen externar mayor interés en hacerlo.   Lo primero que viene a mi mente para explicarlo es la falta de cultura médica.  Este grupo de población no posee los recursos para abarcar lo que una emergencia de salud representa, situaciones en que la vida de un paciente pende de un hilo, y la falta de sangre puede llevar a la muerte.

Un segundo elemento podría relacionarse con la escasa familiaridad hacia el tema: Si ninguno de nuestros seres queridos ha necessitado nunca sangre y/o sus derivados, no se ha vivido la angustia que pasan los familiares tratando de conseguir el producto.  Más apremiante todavía cuando el grupo y Rh del paciente son de los poco frecuentes.

Un tercer elemento corresponde al temor ante el procedimiento: Hoy en día la recolección de sangre es realizada por profesionales, con equipo y material estériles.  La aguja que se utiliza es de diámetro un poco mayor que el de las utilizadas para  toma de muestras de laboratorio.  Molesta un poco más, pero para nada es dolor insoportable.

Respetando la normatividad internacional de los Bancos de sangre, el volumen extraído (habitualmente 500 mililitros) es restituido por nuestro propio organismo en un lapso de semanas.

El factor por descarte es la simple indiferencia.  La molicie. Decir “que otros lo hagan”, como una muestra de esa falta de empatía tóxica que nos invade.

Mi llamada de atención nace justo esta semana, cuando, además de la conmemoración  he visto en redes dos mensajes urgentes buscando donadores.   Contrasto este apremio con el escenario ideal:  Si todos los jóvenes hombres y mujeres, entre 18 y 30 años se registraran como donadores altruistas, estas urgencias no existirían.  Lo ideal sería acudir a donar dos o tres veces por año, pero es probable que la capacidad de los Bancos de Sangre del Sector Salud no pueda atenderlos.   Entonces, qué tal si en  los centros de educación media superior y superior, y en los centros de trabajo se norma que existan bases de datos de donadores altruistas. Así todo se facilitaría.

La razón para publicar lo anterior corresponde a dos realidades personales: Años atrás, con motivo de una cirugía de extrema urgencia, requerí de una unidad de sangre O negativo. Hace un año, por hospitalización, me solicitaron una unidad que finalmente no se ocupó.  Quienes tenemos este tipo de sangre sufrimos una gran maldición: No podemos recibir sangre más que de nuestro mismo grupo y Rh.  Por otro lado, somos los donadores universales: Cualquier receptor puede recibir sangre de nuestro tipo.

Sensibilizada por mi formación médica, desde los años de universidad hasta que terminé mi especialidad tuve la oportunidad de donar en una treintena de ocasiones.  Las primeras veces fue en tiempos cuando los donadores recibían retribución.  Convencida de que el dinero invalidaba la  justicia social de donar lo que la naturaleza me obsequiaba, nunca acepté pago.  Más de una vez me tacharon de tonta por no aceptar la retribución, siendo que en ese entonces sí era legal.  Las dos ocasiones cuando yo requerí sangre y hubo corazones altruistas para donarme, sentí que la vida me estaba correspondiendo  lo que yo alguna vez había hecho.

Un buen ejercicio  para nuestros jóvenes: Animarlos a acercarse al Banco de Sangre del Sector Salud para registrarse como donadores voluntarios.   Ejercicio para las escuelas de educación superior: Integrar ficheros de sus alumnos y maestros donadores altruistas. Lo mismo para centros de trabajo de los que, afortunadamente, a la fecha algunos ya lo hacen. Estos son modos de amar a México de la mejor manera: Ofreciendo un regalo de vida.

CARTÓN de LUY

 

Luy nos hace reflexionar: Si el vuelo de una mariposa genera cambios en todo el universo, ¿Qué tanto daño no provocará la tala de un solo árbol en el cosmos?

Los sonidos del silencio de Simon & Garfunkel. Interpreta Stephanie Jones

POESÍA DE Louise Glück (+), premio Nobel de Literatura 2020


El iris salvaje

Al final del sufrimiento
me esperaba una puerta.
Escúchame bien: lo que llamas muerte
lo recuerdo.
Allá arriba, ruidos, ramas de un pino vacilante.
Y luego nada. El débil sol
temblando sobre la seca superficie.
Terrible sobrevivir
como conciencia,
sepultada en tierra oscura.
Luego todo se acaba: aquello que temías,
ser un alma y no poder hablar,
termina abruptamente. La tierra rígida
se inclina un poco, y lo que tomé por aves
se hunde como flechas en bajos arbustos.
Tú que no recuerdas
el paso de otro mundo, te digo
podría volver a hablar: lo que vuelve
del olvido vuelve
para encontrar una voz:
del centro de mi vida brotó
un fresco manantial, sombras azules
y profundas en celeste aguamarina.

Poeta y ensayista norteamericana fallecida hace unas semanas.
Tomado de la revista digital cubana "El estornudo".

DEJAR IR, GENTILMENTE: Green Reinassance

CONFETI DE LETRAS por Eréndira Ramírez

Nunca será demasiado poco lo que nos quede para construir un hoy.

Todo por servir se acaba, reza el refrán, pero mientras por eso se acabe, bien habrá valido la pena, si lo usamos de la mejor manera. Con el material que se nos ponga a la disposición, mucho, poco, de mayor o menor calidad, siempre con la mejor actitud, siempre pensando en optimizar los recursos. 

Reciclar, maravillosa oportunidad de darle uso a aquello que habíamos dejado empolvarse, pero que puede convertirse en herramienta de suma utilidad, con tan solo un poco de voluntad. En las peores catástrofes es quizá, cuando conservar la vida hace reconocer el valor de ésta, así se haya perdido todo. Aquél que tenga un alma fortalecida por la fe, alimentada por el amor, podrá ser capaz de recuperarse a sí mismo y de proyectar su energía incluso más allá de sí mismo, convertirse en inspiración para aquellos que se desmoronan ante el más mínimo embate de la vida. 

Siempre hay de que y de quien valernos para poder salir del más profundo abismo. A veces ese algo, ese alguien lo encontramos en nosotros mismos. En nuestro esfuerzo, en nuestro deseo de reconstruirnos, en abastecer nuestro almacén emocional quebrantado, nutrimento espiritual que nos permite volver a sentir, a alcanzar la plenitud. Que nos acerca a la orilla de tierra firme y más allá de eso, nos invita a ser generosos y compartirlo, deleitarnos así con el exquisito sabor del agradecimiento a esta vida, al amor, a esta oportunidad de regresar a nosotros mismos, aun extraviados en el peor de los laberintos del sufrimiento.









VIDEO DIVERTIDO: Aventuras de una ardilla obstinada

 
No hay subtítulos disponibles. Aun así se entiende muy bien.