EL
BUEN BUEN FIN
Como viene sucediendo
desde hace varios años, en estos días se lleva a cabo la serie de promociones
comerciales englobadas bajo el término “El buen fin”, que se adelanta
cronológicamente a su equivalente norteamericano denominado “Black Friday”.
La historia
norteamericana del Black Friday está asociada al Día de Acción de Gracias,
celebrado desde 1863 cuando el entonces
presidente Abraham Lincoln proclamó el jueves 26 de noviembre de ese año como
una fecha nacional para dar gracias.
Décadas después, al finalizar la etapa de la Gran Depresión en la Unión
Americana, Roosevelt ajustó la fecha para facilitar las compras por parte de
los ciudadanos que apenas comenzaban a recuperar su economía familiar, fijando
el tercer jueves de noviembre y no el cuarto, como Día de Acción de Gracias. Finalmente, un par de años después, la fecha
regresó a su original cuarto jueves del penúltimo mes del año, dando con ello
por iniciada la temporada navideña. Otro
factor que se atribuye para bautizar la fecha como “viernes negro”, tiene que
ver con las finanzas. Los comercios
intentan mantenerse en números negros y evitan los números rojos, que
señalarían pérdidas.
Fue a partir del 2011 que
México organizó su equivalente denominado “El buen fin”, evento que cada año
adquiere mayor relevancia. Se fija el
viernes previo a la conmemoración de la Revolución Mexicana y cumple funciones
similares de descuento en mercancía y promociones.
Como sucede en algunas
otras ocasiones, las ofertas de finales de noviembre ponen a prueba nuestra
templanza comercial. Los clientes sabios han planificado a lo largo del año los
productos que planean adquirir en esos días, de manera que su economía
doméstica se mantenga estable el resto del año.
Hay, por otra parte, quienes se lanzan hasta en forma irracional,
movidos por la atracción hacia la mercancía en oferta, llegando a endeudarse
para el resto del año. Para acabar de
complicar las cosas, ese gancho comercial de “meses sin intereses” los atrapa
como peces hambrientos. Tal vez pasadas
dos o tres semanas la emoción de la compra se ha extinguido y el entusiasmado
cliente se da un frentazo con la dura realidad, y eso que aún no cae la primera
parcialidad de cobro de la tarjeta de débito o crédito.
Dado que vivimos en un
mundo cien por ciento mercantilizado, esta es una buena oportunidad para
analizar nuestros propios hábitos de consumo. ¿Qué elementos nos activan esas
ansias por comprar, aun lo que no necesitamos y nunca usaremos? ¿Es una forma
de demostrar nuestro poder, aunque sea por un ratito, sin importar que más
delante estemos sufriendo para pagarlo...?
Es muy interesante
estudiar a la clientela mexicana de todos órdenes de acuerdo con su forma de
responder a las ofertas. Está aquel al
que le brillan los ojos frente a los aparadores y simplemente, plástico en
mano, se lanza a comprar sin pensarlo. A
tal grado le seducen las mercancías que es capaz de adquirir cosas que ni
siquiera son para su persona. Lo hace
con la mentalidad de que, es tan fantástica la oferta, que hay que comprar y ya
luego se buscará a quién regalar. Otro
cliente de este grupo es el eterno dietético que compra prendas de vestir dos
tallas menores a su talla actual, asegurándose a sí mismo que, teniendo frente
a sí ese bello traje, bajará porque bajará de peso… Tal vez lo consiga, lo que
sucede en el menor número de casos. La
mayoría de ellos baja a un ritmo tan lento, que para cuando finalmente entran
en la prenda, ya está pasada de moda. O
el que, no habiendo logrado su objetivo de pérdida de peso se fastidia de ver la
indumentaria esperando ser estrenada, y la lanza hasta el fondo de su closet de
un solo golpe, con una mezcla de frustración y enojo. Algo similar sucede con adornos, utensilios
de cocina o enseres para pesca. Como si
se estableciera un circuito pupila-cartera que nos impele a gastar de una
manera en cierto modo compulsiva.
En este escenario tenemos
dos posibilidades: La del mal buen fin, ese que nos hipnotiza y nos lleva a la
hecatombe. Y por otro lado tenemos el buen buen fin, ese que se aprovecha de
manera planificada y racional, para comprar
aquello que conscientemente determinamos que hace falta, y gastamos con
moderación, de modo de no representar una carga en nuestro presupuesto familiar.
¿En qué fila se apunta,
mi querido lector?