domingo, 6 de marzo de 2016

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

EL EMPEÑO DE JUAN

“Con la edad se te acentúa aquello que ya eras” sentenció una amiga en reciente plática de café, en la que buscábamos resolver el mundo como si fuera un crucigrama. En lo que a mí respecta debo reconocer que es más que cierto, pues el arribo a la tercera edad ha sido venturoso; si ya me gustaba ir en contra de la corriente ahora lo hago con más ganas, e incluso trato de llevarme a unos cuantos conmigo en este viaje original y divertido, para hacer exactamente lo contrario a lo que la mayoría hace. Es un privilegio propio de la edad, ese irse quitando sujeciones mentales y comenzar a andar con más libertad.

En ese tenor, si para el resto del planeta los semáforos son un serio inconveniente que frena la veloz carrera sobre el asfalto, para mí la luz roja representa una espléndida oportunidad para rozar por un momento la vida en sus distintas manifestaciones, muy variadas de crucero en crucero, y aunque en uno y otro haya voceadores de periódico, el tocar por un instante la vida de uno o de otro es muy distinto, son dos historias destinadas a avanzar paralelas, sin nunca cruzarse.

Esta mañana tuve ocasión de observar a un voceador que nunca había visto, y aunque son rumbos que no mucho transito, la figura de los voceadores siempre me ha llamado la atención y suelo identificarlos cuando ya los vi una primera vez. Este no, estoy segura que es la primera vez que lo veo, y como los personajes de toda historia deben tener un nombre, llamémosle  Juan;  igual podría ser Jacinto o Pedro, pero me gusta Juan.

Juan debe tener unos cincuenta años; suelo tener tino para calcular edades, aunque la gente de mucho trabajo como él  envejece antes, y tal vez tenga cuarenta, pero luce de cincuenta o más. Eso sí, si los empeños pudieran medirse, yo le daría a Juan un 100. La primera impresión que registro de él es verlo sentado a un extremo del camellón, sosteniendo una sección del periódico. Como es temprano, y el sol no se ha mostrado muy intenso, quiero suponer que lleva puesta su huaripa nueva más por costumbre que por protegerse del “güero”, como decimos por acá. Juan levanta los brazos para sostener el periódico que lee a la altura de los ojos, y fija la mirada en una sola línea por un buen rato. A mí que me da por inventar historias, me queda la impresión de que va leyendo letra por letra, hasta armar una palabra, y luego pasa a la siguiente. En ciertos momentos fija mucho la vista en un solo punto, y se acerca más el papel a los ojos, lo primero sería pensar que no logra enfocar bien y busca el punto más cómodo, aunque no, lo hace sólo en momentos, más bien creo que se topa con palabras dificultosas que implican toda su concentración.

Cambia el semáforo a verde, y dejo atrás a Juan con todos sus empeños, y su historia que debe ser de pobreza, de hambre y de limitaciones. Tal vez cuando era niño la escuela le quedaba muy lejos, y no podía andar hasta ella, muy probablemente no tenía zapatos, lo que complicaba un poco más las cosas. O tal vez su papá, jornalero, no podía afrontar el costo de los útiles escolares, y por una razón o la otra, o todas juntas, Juan se quedó sin ir a la escuela, y vino aprendiendo casi por casualidad, cuando ya era adulto. Y ahora --está visto, yo lo vi—Juan quiere conectarse con el mundo, y enterarse de qué sucede en la región. Observar las imágenes del diario cuando no se sabe leer, brinda información a medias, y Juan quiere conocer bien las cosas. Ahora ya tiene zapatos, y un empleo, y una huaripa para protegerse del sol, y él no lo sabe, pero tiene todo el derecho a saber  leer y escribir, y hacer cuentas, y aprender lo que él quiera aprender. No lo sabe, nadie se lo ha dicho, y las instituciones a ratos se ven muy cortas en sus afanes de dar a conocer a los ciudadanos qué derechos tienen.

Hay un abismo entre los programas oficiales de gobierno y estas necesidades que se tocan así en forma directa en una esquina cualquiera, mientras esperamos a que cambie la luz del semáforo. Para zanjar ese abismo se necesitan funcionarios con auténtico espíritu de servicio, que salgan a ver con los ojos de Juan, o de Jacinto, o de Pedro, lo que en realidad sucede en las colonias marginales, en los cruceros, en las familias que se vuelven disfuncionales por necesidad, luego de que se instala el hambre y la desesperación en esos hogares donde hay promesas para el desayuno y caldo de desesperanza para la cena….

Los empeños de Juan dan cátedra a cualquiera que se atreva a ser empático en lo que planifica, a romper los cinchos de la indiferencia, y a actuar por este México grande y empeñoso desde el corazón.

VIÑETAS por María del Carmen Maqueo Garza

Esta vez Don Jorge me reprobaría por "rollera". ¡Pero conste que me esfuerzo en ser concisa!
EL GRAN TRISÍLABO
Las filas en los bancos, un mal cada vez menos necesario porque a la fecha ya hay diversos modos de acceder a la banca sin tener que hacerlas.
   A temprana hora esta mañana  había si acaso cinco clientes  en la fila común, y al llegar a uno de ellos el turno de aproximarse a la ventanilla, la empleada le pide que se quite la cachucha que lleva puesta. Su reacción no se hizo esperar, se quitó la cachucha de muy mal gana, primero respondiendo a la empleada con enojo, cuestionando la indicación, para en seguida apelar a la simpatía de nosotros,  los de la fila, con algo así como “¿qué acaso nadie más por aquí trae cachucha?”,  para su mala suerte nadie más traía cubierta la cabeza. La empleada, seguramente acostumbrada a  estas exasperaciones clientelares, se limitó a indicar que eran disposiciones de la institución, señalando el gráfico que así lo señala.  El hombre llevó a cabo su transacción y se retiró espetando dos o tres frases de enojo, y todavía a la salida intentó azotar la puerta de cristal, cuyo mecanismo amortiguador frustró sus iracundos propósitos.
   Yo ocupaba mi tiempo de espera en jugar con las letras que forman el nombre del banco tratando de encontrar palabras de al menos  tres sílabas, vi interrumpido mi juego mental, cuando llevaba un par de trisílabos y catorce disílabos.  Lo ocurrido me llevó a reflexionar cuánto sufrimos  cuando personalizamos las cosas, como si el mundo estuviera siguiéndonos con lupa para  atacarnos de manera directa, pero sobre todo, cuánto enojo podríamos ahorrarnos si viéramos las cosas como son, suceden porque sí, no porque el planeta detenga su marcha para venir precisamente a fastidiarnos.
   Si medimos lo que somos  en el contexto de  las inacabables arenas de la historia, entenderemos que el Cosmos no tiene tiempo para esas minucias, cuando está tan ocupado en  cosas más importantes. Y como el caso de los trisílabos y disílabos en la Gramática de la vida, actuamos como el gran trisílabo, cuando somos tan sólo  modestos disílabos que hacemos fila en el banco porque no gozamos de   mayores privilegios. Además la vida no se anda ocupando de desgraciarle la vida a un disílabo habiendo tantos, como tampoco lo hace para fastidiarle la mañana a un individuo que entra con cachucha al banco, cuando claramente está prohibido hacerlo. ¡Y todavía se enoja porque le piden cumplir con las reglas!...

Wintergatan: Máquina para música con canicas: ¡Increíble!

CONFIANZA por María del Carmen Maqueo Garza


La vida se encarga de ir poniendo en su lugar las cosas, los afanes, cada sueño y toda esperanza, de manera que una mañana despertamos con la lucidez suficiente para entender que los designios del Universo --que algunos como yo llamamos Dios--, son perfectos. Lo hacemos decididos a echar mano del puñado de años que nos quedan para alcanzar ese proyecto de persona que nos debemos a nosotros mismos…

Son tareas que sólo el tiempo lleva a descubrir cuando sea el momento preciso para hacerlo; no antes ni después, sino sólo hasta que llega la hora justa.

Hay que entenderlo y no desesperar, que ninguna estación cambia su lugar por otra, y el otoño no podría mudar a mayo su sabia madurez.

Todo sigue su curso, todo se cumple, serena tus angustias y confía, sólo confía.




Dale la vuelta a la tortilla: Video de motivación

CONFETI DE LETRAS por Eréndira Ramírez



Aún puedo oír la voz de mi madre cuando nos ordenaba hacer algo y recibía como respuesta un "ahorita" y permanecíamos inmutables, sin tener realmente un por qué no acudir a realizar la tarea solicitada.

Esa palabra fue motivo de muchos disgustos, de tensiones entre mi madre y nosotros los hijos, porque además el "ahorita" a veces no se llegaba nunca, o requería de dos o tres llamadas que iniciaban como solicitud y terminaban en regaño.

Después me tocó vivir el "ahorita" en el papel de madre y como tantas otras cosas, hasta entonces pude comprender la desesperación que le causaba a mi progenitora, demasiado tarde para remediarlo, la vida me cobró con la misma moneda, la historia se repetía, ahora era yo la que odiaba esa palabra y mi actitud no era para nada más tolerante que la de ella.

Procrastinar, verbo que se viene escuchando más en la actualidad y que viene a ser en nuestra vida la causa de una gran parte de nuestros desaciertos al actuar: Retrasar, aplazar el cumplimiento de una obligación, substituyendo esto por actividades  irrelevantes o más agradables, o simplemente por continuar en el ocio total.

Como padres siempre estamos luchando contra esto al educar; como adultos pareciera que nos quedó la mala costumbre de no obedecer, y seguimos utilizando el "ahorita" como un compás de espera que a veces es tan prolongado que para cuando decidimos atender aquello que dejamos pendiente y era relevante para nosotros o para el que nos lo solicitaba, ya es demasiado tarde, Señalaba Di Caprio en su discurso, que por cierto para mí fue de lo más relevante en la entrega del Óscar, que era tiempo de dejar de procrastinar, de tomar medidas que detengan el deterioro del planeta y no continuar dedicándose a la sobreexplotación de los recursos naturales, del hombre mismo, sin la menor misericordia para el planeta y para el propio ser humano en aras de crear empresas con las que lucran tan sólo unos cuantos.

El "ahorita"puede ser que nos lleve a un desastre donde ya cualquier acción resultará estéril.

Mi madre nunca utilizó ese verbo, pero estoy segura que su afán fue inculcarme el no procrastinar,

El Puente: Video animado