HISTORIAR: ALBERGAR ESPERANZAS
Cuando creemos dominar un tópico surgen nuevos conocimientos
que ponen en evidencia cuán equivocados estábamos. Con relación a la tecnología de la información
y comunicación es doblemente válido decirlo, puesto que crece a pasos
agigantados y los estudiosos del tema avanzan en sus descubrimientos con cada
nuevo día.
Esta semana he estado leyendo al filósofo y ensayista coreano
Byung-Chul Han. “La crisis de la
narración” es una de sus tantas obras que abreva de filósofos tradicionales
como Heidegger y Foucault para plantear cuestionamientos de gran vigencia, como
los relativos al uso de la tecnología y el vacío interior.
Chul Han habla de narrar historias. De la forma como, desde
inicios de la civilización, los hombres y mujeres han estado formados de
historias. Lo vemos reflejado en
leyendas y consejas, en cuentos infantiles y en la convivencia con individuos
afines a nosotros, de cuya interacción se genera lo que llamamos cultura. De tales historias que hablan sobre la
conducta humana, sus alcances y limitaciones, así como las consecuencias de
actuar de una u otra manera, es como se establecen los marcos conductuales dentro
de los cuales nos regimos la mayoría de los seres humanos.
El filósofo refiere el concepto de modernidad tardía
directamente asociado con la tecnología digital. Cómo el surgimiento de dispositivos
electrónicos ha ido marcando nuestra conformación emocional, transitando de las
primeras computadoras que requerían una laboriosa programación, hasta los
actuales dispositivos, a los que se accede con un simple clic. Coincide con autores como J. Haidt al señalar
que, en este tema, el mayor cambio que se ha dado en el ser humano lo produjo
la introducción del teléfono inteligente, llevándonos de ser homo sapiens a
phono sapiens, puesto que toda nuestra existencia va siendo estructurada en
función de los contenidos de acceso inmediato.
La gran tragedia es, para el pensador coreano, que nos hemos
ido quedando sin historias por contar.
Cada aplicación que utilizamos nos provee de una información casi
instantánea, que en breve es sustituida por una nueva información, descartando
la posibilidad de crear historias que nos construyan como seres humanos. Tanto el material que publicamos en Facebook,
como las selfis provienen, no tanto de una actitud narcisista, sino de una
angustia existencial; responden a la necesidad apremiante por llenar ese vacío
profundo que se cierne en torno a nuestra vida.
La llama la “atrofia temporal” que desestabiliza y fragmenta la vida,
algo que en su momento ya señalaba Marcel Proust, hace cien años, en la última
parte de su novela “En busca del tiempo perdido”.
Chul Han engloba todas estas conductas frente a la pantalla
como “realidades momentáneas” que dejan al usuario digital, finalmente, sin
auténtica historicidad. Su vida no
consigue ser narrada, ni para sí mismo ni para los demás, como una historia que
posea unidad, congruencia y trascendencia.
Se queda como fragmentos deshilachados de momentos vividos, nada más.
Un punto en el que insiste el filósofo es en el efecto
adictivo de las aplicaciones tecnológicas.
Vale la pena recordar que el uso de la tecnología genera disparos de
dopamina como podía hacerlo el alcohol o las sustancias psicotrópicas. Su uso habitual genera un fenómeno de
tolerancia, de manera que cada vez se requerirá de un mayor consumo para
obtener el efecto deseado, lo que constituye la trampa de las adicciones. Algo que quizás inició de manera candorosa
llega a convertirse en un infierno para el usuario y sus allegados.
La diferencia entre una narración autobiográfica y la
información que publicamos en redes, es que la primera consiste en un ejercicio
consciente de memoria, en tanto lo segundo obedece más a impulsos poco
reflexivos, que en breve desaparecen sin dejar huella en nuestra propia
estima. Narrar el yo no es un ejercicio
que tenga que ver con la cantidad de información que proporcionamos a otros,
sino que es una evaluación de la calidad que viene teniendo nuestra
existencia. El recuerdo no es una simple
enumeración de acontecimientos personales; representa una forma propia de
narrarnos, para así sentir que hemos hecho una diferencia en nuestra vida y en
la de quienes nos rodean. Hacer que el
transcurso del tiempo tenga un sentido que nos impulse a echarle ganas a todo
lo que hacemos.
Una vida plena implica el trabajo activo para romper con ese
aterrador vacío vital que nos lleva, en un momento de crisis, a cuestionarnos
qué hemos construido con todo nuestro tiempo.
De qué modo el mundo es mejor gracias a que nosotros hemos existido.
Termino con unas palabras del propio Byung-Chul Han: “La narración es lo único
que abre el futuro, al permitirnos albergar esperanzas”.