CÉSARES TENEMOS
Tras poco más de dos semanas del conflicto entre Rusia y Ucrania,
la situación luce empantanada. Los
invasores han comenzado a atacar blancos civiles como hospitales y corredores
humanitarios, buscando aislar la resistencia del país invadido. Crece el riesgo de una catástrofe nuclear de
escala mundial, ya que Rusia ha tomado posesión de la Planta de Chernóbil. La solicitud del presidente de Ucrania Volodímir Zelensky de que su país sea
admitido dentro de la OTAN, no ha progresado a
velocidad suficiente, y Norteamérica acepta facilitar aviones a Ucrania,
pero mediante una estrategia que no involucre a la UE, para no agrandar el
conflicto entre naciones, lo que Zelensky no ve con buenos ojos.
En México hallo preocupante la actitud del presidente López
Obrador, quien parece considerar que todo lo que sucede en el país, y ahora también
fuera de él, está montado para perjudicarlo.
Tal es el caso del oficio que emitió en respuesta al Parlamento Europeo
en días pasados. 705 miembros que
integran el Parlamento Europeo hicieron un señalamiento al Gobierno de México, con
relación a la tasa de homicidios a periodistas, misma que ha alcanzado niveles históricos. La
respuesta, de la que el propio López Obrador reconoce ser autor, está redactada
desde el enojo, en términos poco profesionales. Obedece más a una reacción
visceral frente a lo que él consideró como un ataque directo a su persona. De entrada, insinuó que los miembros del
Parlamento Europeo son corruptos, mentirosos e hipócritas. En seguida les llamó
borregos; rechazó que el Estado Mexicano violente los derechos de los
ciudadanos. Señaló al nuestro como un
país pacifista donde priva el diálogo, en tanto calificó al comunicado europeo de “panfleto”. En el último párrafo llama a los representantes europeos a
evolucionar, y termina parafraseando la máxima más conocida de Benito Juárez:
“El respeto al derecho ajeno es la paz”, en clara contraposición con el contenido de su mensaje incendiario.
Como ciudadana del mundo me inquieta la forma de proceder de
estos dos césares, que actúan como si en sus manos llevaran las riendas del
mundo. Putin tomando decisiones
unipersonales, que hasta a los propios rusos han sorprendido, y que vienen
generando salida de ciudadanos de su
país de origen. López desde su
egocentrismo, convencido de que todo el universo gira en torno a su persona. Atribuyéndose
funciones de otros miembros de su gabinete, como sería el caso del canciller
Marcelo Ebrard, al que muy probablemente en un par de días convoque para
“desfacer el entuerto” que su escrito provocó.
Son actitudes unipersonales que dañan el proceder de instituciones y funcionarios, convencidos
ellos de que su investidura les concede este derecho.
En uno y otro caso actúan como si sus decisiones no pusieran
en dificultades a sus respectivos gobernados.
Me remonta a los tiempos antiguos, al término de la República Romana, cuando
surgen los césares, figuras del gobierno en los cuales se centraba el poder. Cierto, a través de la historia y la
geografía, esos términos jurídicos han cambiado. Las naciones avanzan hacia un gobierno
participativo, cuyos destinos no dependan de un solo hombre, sin embargo, a
ratos, como los que estamos viviendo ahora, pareciera que comenzamos a marchar
hacia atrás.
En estos tres últimos años, y de diversas formas, funcionarios
institucionales han sido ignorados o sus palabras distorsionadas por López
Obrador. Esa forma de actuar se adivina
como producto de una lectura poco atenta, o bien, de improvisación. Para muestra tenemos la mañanera del pasado
lunes 7, cuando el propio presidente atribuyó como relativa a su persona, una
nota periodística de Amador Narcia cuyo encabezado señalaba: “El imbécil de
Palacio”, cuando el periodista se refería al jefe de protección civil de la
Presidencia, Marco Antonio Mosqueda.
Si pudiéramos aplicar una visión de 360 grados al estado
actual de nuestra historia, de manera de ver en forma conjunta todo lo que
sucede en nuestras sociedades, hallaríamos elementos en común que prevalecen:
Hay falta de conocimiento de personajes, eventos y consecuencias que conforman
nuestra historia. Padecemos una evidente
pérdida de valores; nos inclinamos por el hedonismo inmediato y desatendemos
los propósitos vitales de largo plazo, a los cuales hay que poner toda la
pasión y la mayor voluntad. Nos movemos
por la ley del mínimo esfuerzo, en un ámbito del “ahí nomás” o del “mientras a
ver qué pasa”, desperdiciando nuestro tiempo y fomentando la mediocridad. Dejamos de creer que somos capaces de grandes
cambios, y que el punto de partida para lograrlos inicia en la punta de
nuestros pies.
Se impone un cambio, de la base a la cúspide, antes de que
se nos agote el tiempo para hacerlo.