LA ESPERANZA,
SIEMPRE LA ESPERANZA
En el santoral católico se está celebrando a San Francisco
de Asís, llamado por el poeta nicaragüense
Rubén Darío: “el mínimo y dulce”. Santo que nos dejó un legado de sencillez y humildad
incomparable; entre otras muchas cosas esa oración tan difundida alrededor del
mundo, que inicia diciendo: “Señor: hazme un instrumento de tu paz…” También justo en estos días la iglesia
católica, celebrará la beatificación del italiano Carlo Acutis, un adolescente
de 15 años que murió en el 2006, al cual se considera que, de llegar a santo, será el
primer “santo youtubero”. Sus restos
mortales reposan e la población de Asís atendiendo
a su deseo antes de morir, y el próximo
día 12 se llevará a cabo su proceso de beatificación.
Estuve revisando parte del material que hay en la red para
conocer la figura de este adolescente alegre, generoso y carismático, cuya
frase mejor conocida es: “La eucaristía es la autopista para llegar al
cielo”. Él presintió que moriría. Poco después de ello, comenzó con datos
clínicos de lo que finalmente fue una leucemia aguda muy agresiva, que en poco
tiempo lo llevó a la muerte.
No es frecuente que yo maneje temas religiosos tan específicos
en mi columna. Esta vez sí me sentí en
la urgencia de hacerlo; para señalar cuánta necesidad tenemos en estos momentos
de acceder a contenidos esperanzadores, dentro de tanta variedad que hay
disponible en medios. Vivimos un tiempo
que a ratos resulta como un túnel largo y oscuro que no pareciera tener fin.
Hace un par de días me enteré del fallecimiento de un colega
médico quien vivía en la ciudad de Monclova.
Su muerte es tan terrible como ha
sido cada una de las muertes ocurridas por COVID durante la pandemia. Esta vez me duele más en lo personal; percibo
los hechos de otra manera, pues se trata de un amigo, un gran ser humano
siempre alegre, siempre positivo.
Esposo, padre, abuelo, profesional activo, quien muere el mismo día en
que le notifican “ya te recuperaste, mañana te daremos de alta”. Quiero imaginar su sonrisa, amable como
siempre fue, y un brillo especial en sus ojos de color claro, animado por la
emoción anticipada de volver a casa con los suyos. Esta enfermedad a la que aún no acabamos de comprender
trastorna todo en un enroque fatal de último minuto. Lo hace para siempre.
Los seis meses que llevamos de contingencia han provocado
cambios de diversa índole en todos nosotros.
Nuestras emociones han avanzado con altibajos, en una especie de montaña
rusa. El estado de tensión generalizada,
con seguridad, habrá provocado que tomemos decisiones que en otras
circunstancias no habríamos tomado. La
vida social se ha ido constriñendo, o bien, se vuelve una actividad de alto
riesgo, para quien no acaba de asumir cuan vulnerables somos ante la
enfermedad. En mi caso particular he
notado que me cuesta trabajo acercarme a obras literarias o cinematográficas que
impliquen mucha violencia o gran desesperanza.
Necesito procurar contenidos alentadores que me digan que vamos a salir adelante
de esto, y que pronto lo habremos asimilado como parte de nuestra historia y nada más.
Es terrible tener un ser querido enfermo y no poder
permanecer a su lado. Saber que está
solo y angustiado y que es tan poco lo que puede hacerse para remediar esa
condición. A quienes podemos hacerlo,
nuestra vulnerabilidad nos convierte en ratones encerrados en una madriguera. Para
otros muchos la necesidad los vuelve una
suerte de figuras de tiro al blanco, que diariamente se juegan la vida por
ganarse el pan.
Dentro de este ambiente proclive al desánimo, surge la
necesidad de procurar actividades que nutran el espíritu. Conversaciones con nuestros seres queridos,
ya sea los convivientes o los lejanos, a través de recursos tecnológicos. Procurar aquellos contenidos que nos llevan a
apreciar de mejor manera lo que somos y tenemos, o bien que invitan a explotar
nuestros recursos para revalorar, crear o compartir. Imponer nuestra presencia frente al panorama,
a ratos tan poco alentador, para decir “aquí voy y sigo adelante”. Que no sean las circunstancias las que se
impongan sobre nuestros propósitos de avanzar.
Conocer la vida de Carlo Acutis fue un remanso de paz. Independientemente de las creencias de cada
uno, descubrir que ha habido seres humanos con ese grado de espiritualidad, que
afrontan cualquier circunstancia con toda la fe; que entregan su dolor de
manera generosa, y que viven hasta el último día en el gozo de la esperanza
plena, es para animar al más reticente.
Procuremos, generemos, compartamos y alegrémonos de hallar a
lo largo de la jornada estos testimonios
vivificantes, que nos llevan a transitar en lo sucesivo con el ánimo mejor dispuesto, mientras pasa la
tormenta.