PUERTO SEGURO
México alcanza 60,000
muertes por COVID-19, aun así, la atención está puesta en otro lado. Para ahora cada mexicano ha visto partir a
personas de su entorno: familiares, amigos, personal de salud. Ministros de culto, maestros y funcionarios
públicos. La abuelita o el padre de algún
conocido. La enfermedad rasa de manera por demás dolorosa. Sin embargo, las luces mediáticas están puestas
en otro punto; difícil entender qué mueve la mano que las maneja. En política las cosas difícilmente son del
modo como se presentan.
Surgió el caso de Emilio Lozoya. Lo extraditan desde España, pero jamás pisa
la cárcel; se le obsequia un trato VIP, primero en un hospital particular y
luego en su domicilio; del mismo se filtran imágenes de un festejo entre
amigos. Unos días después llega a redes
sociales un segundo video relacionado con el mismo caso. Contiene elementos que podrían inculpar a Lozoya,
pero no será así. Fueron hechos del
dominio público en lugar de ser entregados a la autoridad correspondiente. Como quien dice, “quemaron cartucho” y se
curaron en salud. Se ve muy difícil que
Lozoya abandone la cómoda postura de testigo protegido. Desde su domicilio las audiencias virtuales han sido privadas; trascienden insinuaciones
de señalamientos a funcionarios de
administraciones anteriores. Recuerda
el montaje de Florence Cassez del 2005. En lo personal me parece bien planeado
y de mucha utilidad, tanto para la parte acusada, como para la parte
acusadora. Tiene un peso electoral
específico para el 2021.
En estos últimos días circula un video del hermano del
presidente de la república recibiendo dinero.
Frente a la evidencia manifiesta el ejecutivo que el mismo corresponde al
2015, y que no se trata de sobornos sino de un apoyo de particulares a su
campaña. Tal vez pretendan presentarlo como una especie de “lobbying”, aunque
en la Administración Pública de México no está reconocida esa figura con fines
electorales.
Frente a tales imágenes vinieron a mi memoria unas palabras
de mi señor padre, que me cuido mucho de atender cada vez que publico un
artículo. Era allá por 1975, cuando mis
primeras colaboraciones periodísticas --de 200 palabras-- me llevaban algo así
como una semana para escribir. La falta
de oficio y lo delicado de algunos temas, me hacían darle vueltas y vueltas en
la semana, para finalmente acudir a la oficina de redacción a entregar mi
cuartilla. Eran tiempos de máquinas de
escribir, papel carbón y corrector líquido.
En alguna ocasión, cuando hice un señalamiento público respecto a determinada
situación –no recuerdo cuál sería--, mi padre, que era siempre mi primer
lector, me señaló que, al publicar ese artículo, quedaba obligada a mantener una conducta por encima de lo que
estaba señalando, porque mi palabra me comprometía.
Más de un autor ha dicho que escribe desde su historia
personal, porque es lo que mejor conoce.
A tal ejercicio me suscribo desde esta pequeña tribuna: Mi padre
falleció hace más de veinte años. Ingeniero
civil y amante de las matemáticas, adquirió una Apple 2 Plus –por cierto, la primera que hubo
en Torreón--; para manejarla él y mi hermana
Mónica debieron aprender programación. No imagino cómo acogería mi viejo la tecnología actual,
todo lo que presentan las redes sociales, su inmediatez, su gama de
expresiones, y tantos intereses que se
ocultan detrás de una palabra, de un solo giro, de una imagen. Justo cuando veía el video del hermano del
presidente, reflexionaba a qué grado todo personaje –y más dentro de la función pública—está
obligado a revisar su historia personal tanto como sea posible, antes de hacer
señalamientos en contra de sus opositores.
Aunque, debo decirlo, no abundan los Franciscos de Asís dentro de los
aspirantes a cargos públicos y menos en estos tiempos.
A ratos parece que vivimos una historia dentro de otra, y
estas dos dentro de una tercera que las
contiene a ambas. Quizás el propósito de
los videos, de uno u otro lado sea hacer ruido, distraer la atención. Posiblemente sea darnos un poco de
entretenimiento para alejar el foco de asuntos muy graves, como son la falta de
medicamentos para niños con cáncer; la creciente inseguridad, y el cuestionado
manejo de la pandemia, que nos coloca dentro de los primeros lugares en el mundo, respecto a
contagios y muertes por COVID-19. Aun
así, los ciudadanos de a pie tenemos mucho que aprender de ello para nuestra
vida personal. De modo que, al estar frente a los hijos, podamos hacerlo con la cabeza en alto, mirarlos a los ojos y
decir: “Esto soy y esto tengo”, como la mejor herencia para su vida. Les ha tocado vivir dentro de un mundo
revuelto y de contrarios, pero aún así, el camino recto es el que con más
certeza lleva a puerto seguro.