ERICK Y KARABO
Cada cual busca prevenir el Alzheimer de la mejor manera, a
mis casi 62 años yo lo hago aprendiendo francés. Tengo un maestro muy joven con verdadera
vocación por lo que hace, que convierte nuestra clase en tiempo de
enriquecimiento, diversión y aprendizaje.
Él acaba de regresar de una estadía de 2 años como misionero en el
extranjero, y tuvimos la buena fortuna de constituir su primer grupo de
alumnos; en lo particular es muy gratificante ver cómo prepara sus clases y se aplica con
toda la paciencia del mundo para que
cada alumno logre su objetivo.
Asumiendo lo ocurrido en Monterrey hace once días como una
gran asignatura personal por atender, esta semana me he ocupado de conocer las
teorías de Gilles Lipovetsky, un filósofo postmoderno, autor de una teoría que
viene a explicar en gran medida los fenómenos sociales que involucran a nuestros
niños y adolescentes. Su primera obra
publicada en 1983 se intitula: “La era
del vacío”, en ella aborda el impacto
que tienen los medios de difusión masiva en la transformación de los valores de
una sociedad. Aun cuando su libro fue
publicado antes de la proliferación de las redes sociales, contiene principios
que se aplican perfectamente a los tiempos actuales. En sus últimas publicaciones Lipovetsky tiene el acierto de incluir lo relativo a los “self
media” (perdón por el anglicismo), que explican el narcisismo del individuo frente a
la pantalla de uso personal, propio de la que llama “época hipermoderna”. Además acuña un término muy descriptivo: “Felicidad
light”.
Con relación a esto último me topo con la iniciativa de un
joven sudafricano de 18 años (tres menos que mi maestro Erick) de nombre Karabo
Mnisi; él propone hacer montajes de la propia muerte, fotografiarlos y subirlos
a las redes sociales. Más que horroroso lo hallo patético, además de que bajo
la óptica de la teoría de Lipovetsky se explica
por ese vacío existencial que los chavos no hallan cómo llenar, frente a la necesidad apremiante de reinventarse ellos mismos. Lipovetsky propone que la educación le apueste
en serio a la formación artística de los niños desde los primeros grados, como
una forma mediante la cual el estudiante
pueda sentir que vale frente a la
sociedad por aquello que es capaz de expresar.
Que el arte le permita asimilar el concepto de que se le reconoce por lo que sabe hacer, lo que le vuelve distinto del resto de los mortales,
rompiendo de ese modo el narcisismo colectivo de nuestros tiempos, dentro del
cual somos tan parecidos unos y otros, que terminamos sintiendo que la vida es
un absurdo, al grado de considerar que da lo mismo tenerla que perderla. Con
relación a las redes sociales señala una verdad tan profunda como lamentable,
emprendemos una comunicación carente de objetivo preciso o público determinado,
movida por la urgencia de expresarnos para cerciorarnos de que seguimos vivos. Esa
honda sensación de vacío nos encapsula en nuestro espacio vital, y nos conduce
tanto al hedonismo como a la insensibilidad frente a los demás. Todo lo que sucede en la vida real se
confunde con lo que se ve en la
pantalla, lo que lleva a un desapego
emocional en potencia grave.
En la adolescencia el
ser humano lleva a cabo un proceso de definición
secundaria para luego salir a enfrentar
al mundo de forma única y auténtica.
Cuando el desarrollo emocional falla el chico no encuentra los elementos
que le permitan llevar a cabo esa autoafirmación, de modo que lo intentará tal
vez comprando para sentir que existe, o atacando para sentirse poderoso
mientras navega en aguas turbulentas que amenazan con hundirlo. Su creatividad echa mano de los elementos al
alcance para decir “yo soy” a cualquier precio. Ahí tenemos los dos polos, el de mi maestro Erick que a sus 21 años ya está
construyendo un futuro propio, y el de Karabo de 18 jugando a morir, con el
riesgo de que en una de esas se le
cumpla.
Un principio de comunicación señala que a las dos semanas una
noticia pierde vigencia. En tres días
más se cumple ese plazo para lo acontecido en un colegio de Monterrey y que en
su momento nos cimbró; en este caso no se vale cerrar el libro, sellar la
historia y olvidarlo, estamos todos
obligados a hacer lo necesario para que
algo así nunca vuelva a ocurrir.
No está de más
insistir: Los niños y jóvenes están en período de formación, no tienen capacidad para tomar todas las
decisiones, no todo lo que hagan está bien hecho, para eso estamos los adultos, para señalar valores y ver porque se cumplan. La mejor manera de garantizarlo es a través
del ejemplo: Enseñar amor a la vida amando la vida, enseñar fortaleza siendo
fuertes; convertirnos en paradigmas de total
congruencia en cada pequeño acto que emprendamos para un cambio verdadero.