NUESTRA TRIUNFADORA
Esta semana se conmemoró el Día de la
Lengua Materna, ocasión para exaltar nuestras raíces originales. Para estas inusuales ocasiones nos permitimos
sentir que al menos un eritrocito de los
aproximadamente 5 millones que circulan en nuestro torrente sanguíneo corresponde a la raza de bronce que nos dio origen. Los restantes 364 días para muchos
congéneres pareciera que la sangre de nuestros pueblos originarios representa una mácula que hay que
lavarse con ácido muriático, si fuera necesario. Así de ridículos llegamos a ser ante nuestro incuestionable mestizaje que en
realidad, de forma venturosa, vuelve al México donde nacimos en un territorio rico y variado, y a nuestros
pueblos originarios parte de aquello que nos coloca en el mundo.
Hoy se llevará a cabo la ceremonia de los Premios Oscar que todos
esperamos con particular expectación.
Quienes consideramos que Yalitza Aparicio representa el arte mexicano,
lo viviremos emocionados, invocando al espíritu de Metztli,
la diosa-luna, para que ella sea la acreedora
de la estatuilla dorada como mejor actriz protagónica. Algunos otros estarán siguiendo el evento ataviados con alguna de las indumentarias propias,
ya de la ignorancia histórica, ya de la envidia histriónica. Tal vez profiriendo vocablos groseros para desacreditar una carrera actoral que no por
corta o por sorpresiva, deja de ser
profesional. Uno de esos personajes fruncidos y amargosos, de apellido Goyri llamó a nuestra nominada “lavaplatos” (en
castellano antiguo), seguida por el vocablo “india” (origen del cual Yalitza está muy orgullosa). Aunque
quiso luego justificarse, imagino que esta noche tendrá color de
“culebra verde áspera norteña” y se abstendrá de comer palomitas, por
aquello del ahogo. Pero ya vimos que nuestra
Yalitza está vacunada contra esos
males.
¡Qué pena da –como mexicanos—que conozcan más sobre nuestra historia
muchos extranjeros, o que hayan visitado más museos nacionales que nosotros, de la inmensa oferta cultural que México tiene!
Lamentable que haya quien llega a suponer que entre más
clara la piel o más rubio el cabello, la persona tiene un mayor valor.
¡Ay, ay, ay! ¡Cómo pesa la ignorancia! Pero así es la mentalidad televisiva que va
borrando una a una las circunvoluciones cerebrales, hasta dejarnos un cerebro
pulido y brillante, resistente a la función original de pensar.
Me congratulo al descubrir que el
cine mexicano esté destacando como lo ha venido haciendo en los últimos
años. Orgullosa de una raza de bronce
que sabe utilizar los rasgos de origen en su labor creativa. Feliz del reconocimiento que se viene
ganando a nivel mundial gracias a las ciencias, las artes y la tecnología. Nuestro México emprendedor, que se las
ingenia para resolver un problema valiéndose de aquellos elementos que tiene a
su alcance. Una nación que –cuando se lo
propone—es capaz de alcanzar la meta más alta.
Maravilloso descubrir que en la variedad
radica nuestra riqueza como país, porque encasillarnos en determinados
arquetipos nos lleva a perdernos gran
parte de lo que hay para disfrutar.
Antes del advenimiento de la fotografía digital, los personajes eran representados
por fotografías impresas, y previo a ello, por simples esbozos o pinturas al
óleo. Fue así como imaginamos a
conquistadores, literatos, músicos o gobernantes. En el mejor de los casos alguna mascarilla
mortuoria definía con mayor precisión los rasgos del difunto; aun así había
distancia entre la captura de su rostro tras la muerte, y lo que hubieran sido
sus expresiones mientras vivió. Pero
finalmente la imagen no era lo más importante, sino su obra, aquello por lo que
hoy en día conocemos a un Goethe, un Da Vinci o un Beethoven. El oficio llevado a un nivel de excelencia
que ha vuelto a esos personajes inmortales.
En este tenor: ¿Qué importaba su color, su estatura o la fineza de sus
rasgos…?
La tecnología digital es eminentemente visual. Lo que importa es la imagen, la foto, la
apariencia. Es necesario desarrollar
otro tipo de valores de mayor trascendencia para “dar el brinco” y tomar en
cuenta aspectos que están más allá de las meras apariencias. Es una tarea de traspasar lo exterior para entrar en contacto
con la esencia del ser, y de este modo valorar a la persona por lo que es; por
lo que aporta a la historia universal; por lo que le lleva a trascender. El concepto de belleza es de lo más relativo
en tiempo y en geografía; por su parte los valores universales sí son eso,
elementos que mueven al ser humano independientemente de la época y de la latitud
en que le toca vivir.
Yalitza: Desde mi pequeño espacio va toda
la buena vibra. Desde ya eres una triunfadora.