PAPÁ ENTRE LÍNEAS
En estas últimas semanas vi en Netflix la serie biográfica
sobre Isabel Allende. Me pareció que está
basada en la narrativa de dos de sus obras clave: “La casa de los
espíritus” y “Paula”. Atestigüé de
manera más directa detalles de su vida que ya había venido esbozando en sus
primeras obras que, a diferencia de las que escribió en su segunda etapa
literaria, estaban habitadas por la propia autora. De las obras publicadas durante el siglo
pasado, quizá a excepción de “El Plan Infinito”, todas plantean un
cuestionamiento vital que ella misma trata de resolver. Después de la publicación de “Retrato en
sepia” en el año 2000, la autora se va despegando de su tesis personal para explorar otras facetas
del alma humana. Queda muy claro en toda
su obra cómo está marcada por la figura ausente del padre, y cómo su duda de si
buscarlo o no, es el motor que mueve su narrativa.
La ausencia del padre ya sea física o emocional, ha marcado
el rumbo de muchas de las grandes obras literarias. A través de diversos autores hallamos reflejada esta realidad, quizá propia
o quizás ajena, y se nos plantean alternativas para sacar adelante ese problema.
“Serafín”, un tierno cuento de Ignacio Solares nos pone en los zapatos de un
pequeño proveniente del medio rural que se lanza a la gran ciudad en búsqueda
de su padre. Asimilamos cómo ese pequeño
es capaz de perdonar la indiferencia paterna con tal de satisfacer su hondo deseo
de estar a su lado. Me recuerda un poco
el inicio de Pedro Páramo con las palabras de Juan Preciado: “Vine a Comala
porque me dijeron que acá vive mi padre, un tal Pedro Páramo”.
Tenemos, por otro lado, la obra de Kafka:
“Carta al padre”, o la hermosa epístola de Alfonso Reyes: “Oración del 9 de
febrero”, un exordio en el que habla a su padre con un amor y una ternura, que
sólo él podría haber utilizado. En fechas
más recientes están las obras de Héctor Aguilar Camín, Gonzalo Celorio y Rafael
Pérez Gay, entre otros, lanzando una mirada retrospectiva a la figura del
padre, para señalar algunas de sus fallas, pero finalmente reconciliándose en
forma total con la figura del progenitor.
Capítulo aparte es la poesía, de la que quiero resaltar en particular el
inicio de la que dedica Jaime Sabines a la muerte de su padre:
“Padre mío, señor mío, hermano mío,
/amigo de mi alma, tierno y fuerte, /saca tu cuerpo viejo, viejo mío, /saca tu
cuerpo de la muerte.”
Regresando a la prosa: Yo diría que la diferencia entre un
libro de autoayuda y una obra literaria formal, es que el primero nos entrega
recetas de cocina, y la segunda nos seduce hacia el propio descubrimiento,
mediante imágenes, sensaciones, emociones.
Nos llama a explorar a través de atmósferas, a meternos en la historia
narrada para encontrar la realidad que el autor nos presenta y contrastarla con
la propia, o bien enriquecer la realidad personal con la que se lee entre
líneas. El libro de autoayuda nos indica
por dónde irnos y la narrativa literaria
nos propone caminos. Finalmente, al leer una novela o un cuento,
nosotros como lectores somos coautores de la obra. Aún más, si leemos una novela hoy y volvemos
a leerla en uno o en cinco años, la lectura va a ser muy distinta, dependiendo
de nuestra realidad personal en ese momento.
En literatura, como en la realidad cotidiana, el arquetipo
de la madre, con limitadas excepciones, es el del amor incondicional capaz de
perdonar todo. Por su parte el amor
paterno suele ser de entrada más condicionado.
El padre es más distante en sus afectos, en ciertos casos llega a ser
hasta violento. Cuando lo conocemos como
un personaje literario, somos capaces de aprender una lección para nuestra
propia vida. Entre más humano y
contradictorio se nos presente, más lo sentimos cercano a nuestra propia
condición humana y empatamos la realidad propia con la que el autor busca
presentar.
Hoy, Día del Padre es una excelente oportunidad para
aproximarnos a la figura de éste con el corazón en la mano. Alejarnos de los clichés, de los lugares
comunes, y poner a hablar a nuestro yo más íntimo. Como el pequeño Serafín, aprender a perdonar
al padre con la mayor profundidad. O con
la intensidad con que sugiere García Márquez en el inicio de “Cien años de
soledad”, su obra más conocida: “Muchos años después, frente al pelotón de
fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde
remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”. Nótese cómo en la novela
es clave la figura del padre, que se hace presente en los momentos más
importantes de la vida de sus personajes.
Bien dice Mario Benedetti, mi poeta de cabecera: “Lean
mucho, lean todo […] Lean historias […] Lean libros nuevos, viejos, prestados. Leer
educa, salva, abre, acompaña. Leer libera”.