DÍA DEL ENFERMO
Desde hace cuarenta años mi colaboración periodística se
publica los domingos. La envío el
viernes a mediodía, así que ese día
despierto con el pendiente en la
conciencia. Si ya tengo el tema, voy
ensamblando las aristas; si no lo tengo
todavía, amanezco revisando las vivencias de la semana. Esta vez comencé mi viernes en las instalaciones
del IMSS recogiendo papelería
para la valoración médica
semestral a la que mi cangrejo y yo nos sometemos.
Justo un día antes escuchaba en entrevista al Maestro Tuffic
Miguel Ortega, Director General del IMSS. Habló acerca del 75 aniversario de la
institución, y del modo como para el 2016 se logró su recuperación financiera,
tras de una severa crisis. Se refirió a programas para la detección de factores de
riesgo, que permiten prevenir la aparición de enfermedades como el cáncer, la diabetes
mellitus y la hipertensión arterial. El
Maestro se refirió también a las
estrategias para mejorar el trato al derechohabiente, combatiendo esas
prácticas añejas de actuar como si se le hiciera un favor a quien solicita
atención. A propósito de esto último, las cosas en mi clínica fueron bastante cordiales,
aunque aún falta organización. Todos quienes esperábamos papelería lo hacíamos de pie en un área que no
se da abasto, además de que es un corredor de intenso tránsito entre la Consulta
y la Dirección. Conseguí instalarme
frente a un ventanal para ver pasar la vida, algo que me produce un cúmulo de visiones que mucho disfruto.
Desde el segundo piso de la clínica se despliega frente a los
ojos la plaza cívica con su estatua icónica en bronce vaciado, diseño del
regiomontano Federico Cantú. Poco más
delante se halla el asta bandera, esta vez sin bandera. Alrededor de dichos monumentos se
apreciaba en aquellos momentos un intenso trajín de pacientes, familiares
y vendedores, y hasta un par de
callejeritos, ambos lucían muy familiarizados con el movimiento humano, ella
–embarazada—se dejaba caer en los puntos
donde la sombra de media mañana se iba
extendiendo. Traté de meterme dentro de la cabeza de cada uno de los personajes
que transitaban por ahí: ¿Les dolerá? ¿Sentirán cansancio? ¿Estarán fastidiados
de tanto tratamiento? Al menos un par de pacientes en silla de ruedas,
provenientes del área de diálisis, así
parecían sentirse.
Siguió mi reflexión: ¿Qué es la enfermedad? Habría muchas
maneras de definir esa condición. Es la
pérdida de la salud; la interrupción de la funcionalidad; la falla de la normalidad
corporal… Más allá de los tecnicismos, la enfermedad es una experiencia de vida
que nos proporciona la oportunidad de medirnos frente al cosmos. En medio de la crisis que representa la
pérdida de la salud, la enfermedad nos da ocasión de asimilar nuestro tamaño real, ante todo lo que nos rodea. Es momento de practicar la humildad y la
paciencia; tiempo para voltear hacia nuestros seres queridos en busca de apoyo. Siento que sería bastante recomendable que de
cuando en cuando enfermáramos de esa manera, para después de dicho trance volver a la vida a valorar de otra
manera lo que somos y tenemos, y que tantas veces damos por sentado.
¡Cuánto se puede aprender desde una experiencia de
enfermedad! A partir del dolor conseguir
valorar y cuidar nuestra integridad física. Desde la incertidumbre tener la ocasión de
vivir al máximo las oportunidades que la vida nos da. Partiendo de las necesidades que la
enfermedad impone, aprender a reconocer con humildad nuestros límites.
Existe un día para celebrar a la persona del enfermo, corresponde al 11 de febrero, que en el
santoral católico conmemora la aparición
de la Virgen de Lourdes a la pequeña Bernardette de Soubirous. Ese día se desarrolla la Jornada Mundial de los Enfermos
en el Santuario de Lourdes, población
enclavada en un extremo de la cadena de los Altos Pirineos, al sur-suroeste de
Francia, casi en la frontera con España.
Al contemplar la enorme extensión del Santuario, es difícil imaginar
esas grandes avenidas que convergen a la iglesia y a la gruta, atestadas
de enfermos provenientes de todas partes del mundo, asistidos por 10,000
voluntarios, algo que sucede cada mes de
febrero desde hace mucho tiempo.
Hoy escribo pensando en los enfermos, en sus familiares. Pienso en el personal de las instituciones
públicas que hace posible que quienes
así lo requerimos, recibamos atención.
Cada puesto tiene su razón de existir, su función específica y su valor
intrínseco. A través del buen desempeño
de cada uno de los trabajadores, los derechohabientes estamos en condiciones de
recibir la atención necesaria en el momento oportuno.
No digo que pidamos al cielo que nos mande enfermedad. Pero eso sí, que cuando la mande, sepamos aprovecharla para crecer en ella.