sábado, 5 de marzo de 2011

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza


UNA FE QUE MUEVA
Hay ratos cuando volteamos en derredor y nos preguntamos qué  sucede con  el mundo, y muy en particular con nuestro país.   Cada día son mayores las tragedias que se ciernen en muy distintos puntos del territorio nacional; quisiéramos desentrañar sus orígenes,  descubrir el cabo suelto de esta madeja que  resulta   a tal punto enredada, que parece que nunca va a poder desenmarañarse.
   La violencia se  va convirtiendo en la moneda de cambio entre individuos, entre grupos humanos; a través de las palabras o de los actos.   Resulta  casi imposible imaginar que todo esto vaya a  revertir así como así, y que a la vuelta  del tiempo  hayamos recuperado el ambiente positivo que tanto soñamos para nuestros hijos.
   Con gran dolor vemos que los afanes de aplacar la violencia con violencia no hacen más que recrudecerla y  diversificarla, colocando a civiles inocentes en un riesgo cada vez mayor.   Nos afanamos en la búsqueda de soluciones, sin embargo parece que el tiempo nos gana la partida, y que el problema ha escapado por completo de nuestras manos.
   Entonces retomamos la pregunta: ¿Qué hacer para frenar esta ola de violencia?, y tal vez la pregunta se quede colgada en el aire, balanceándose en uno y otro sentido, pero finalmente sin respuesta…
   El ser humano está  hecho para enfrentar retos.  A partir de esta premisa volvemos a preguntarnos qué hacer frente a este cáncer social, y algún rayo de luz se filtra por entre las tinieblas para decirnos: “Mira dentro de ti”, y al hacerlo descubrimos un elemento casi olvidado llamado “fe”.
   La fe es precisamente la capacidad que tiene el hortelano de adivinar en aquella minúscula simiente los  mejores frutos, y  así convencido aplica  todo su amoroso cuidado.  La fe es esa  absoluta  certeza de la mujer embarazada, de que lleva entre sus entrañas al hombre o a la mujer que  habrá de transformar al mundo.
   Fe es la claridad en el pensamiento del maestro quien paciente toma la torpe mano del pequeño, para acompañarla en sus giros sobre el papel, con la certeza de que algún día esa misma mano estará sellando cambios importantes para la patria.
   De igual manera es fe la que sostiene   la incansable tarea del investigador en su laboratorio, movido por la firme convicción de que cada minuto, cada hora, la humanidad está, desde ese oscuro rincón, más  próxima a resolver grandes problemas de salud.
   Fe es el entusiasmo que impele a la madre de un niño discapacitado que a la vuelta del tiempo comienza a mostrar menor rigidez en sus articulaciones, y es capaz de dar un paso por él mismo, un paso que lo vuelve desde ahora triunfador.
   Eso es precisamente lo que nos urge rescatar en estos momentos.  Es el valor que nos permitirá sobreponernos a las circunstancias y comenzar a edificar una sociedad libre de contaminación mental.  Pero entonces viene la pregunta: ¿Cómo conseguimos que esa fe se desarrolle en cada uno de los ciudadanos?  
   El lugar donde se  cocinan los valores humanos  es dentro de nuestro propio hogar,  a través del amor de los padres, de un amor incluyente, perdonador, de un amor que sabe darse, pero sobre todo que sabe exteriorizarse.   Los afectos encriptados no alcanzan a convertirse en caricias, y vaya que si caricias es lo que nuestros niños necesitan hoy en día.
   Urge un amor menos condicionado; un amor que impulse al    hijo a ponerle muchas ganas a cada aspecto de su vida, un amor que lo lleve a convencerse de que dentro de  él está lo necesario para conquistar  cualquier cosa que se proponga.
   Pero sobre todo, por encima de lo demás, necesitamos un amor congruente.  En el mundo sobreabundan las nefastas incongruencias, y  el niño no recibe el mensaje si yo como adulto  no  soy congruente entre lo que digo y lo que hago   El ejemplo es la  más poderosa herramienta de enseñanza, y más vale que lo creamos, y que actuemos en consecuencia.
   El mayor edificio comenzó por el primer ladrillo colocado; tuvo un inicio modesto, pero estuvo acompañado en ese principio de la gran fe de sus constructores.   La vida humana, la mayor creación sobre el planeta, comenzó siendo una  célula del tamaño de la cabeza de un alfiler.  Sólo la fe permitió albergar la certeza de que de aquella minúscula unidad fuera a surgir un Beethoven, un Einstein, una Teresa de Calcuta.  De igual modo, la familia es la unidad estructural de la sociedad, y lo que en ella ocurra deviene en cambios para la humanidad entera.  
   Necesitamos una fe  que mueva a nuestro México a cambiar de rumbo.   Comencemos todos de manera urgente, a sembrarla desde el hogar, en el corazón de nuestros hijos.

COSAS NUESTRAS de Jorge Villegas: Marzo 3, 2011


Creyentes
Hay quienes necesitan colgarse la cruz para acreditar su cristianismo.
Otros no salen a la calle sin la biblia como desodorante, pegada a la axila.
Signos exteriores de una afiliación religiosa, más que una profesión de fe.
La comunidad necesita de la espiritualidad de sus miembros.
De su desinterés materialista, de su aspiración a un mundo mejor.
Creyentes que demuestren lo que creen, no donde militan.
Que impulsen y pongan ejemplo de la ética que enseñan los evangelios.
Más que mochos, necesitamos practicantes.
jvillega@rocketmail.com

A PROPÓSITO DE LA FAMILIA canta José Cantoral

 Una bella canción muy a propósito del Día de la Familia, hoy 6 de marzo.

POR EL DÍA INTERNACIONAL DE LA MUJER: ERMA BOMBECK



Si yo tuviera mi vida para vivirla de nuevo
Me habría ido a la cama cuando estaba enferma en vez de pretender que la tierra se paraba si yo no estaba en ella al día siguiente.

Hubiera encendido la vela en forma de rosa antes de que se derritiera guardada en el armario.

Habría invitado a mis amigos a cenar sin importar que la alfombra estuviese manchada o  el sofá descolorido.

Habría comido  palomitas de maíz en  la impecable sala, y me habría preocupado menos de la suciedad si alguien  deseara prender la chimenea.

Me habría dado el tiempo para escuchar a mi abuelo divagando sobre su juventud.

Habría compartido más de las responsabilidades que llevaba mi marido.

Nunca habría insistido en llevar cerradas las ventanas del carro en un día de verano porque me acababa de peinar y no quería que mi pelo se desarreglara.

Me habría sentado en el  césped con mis hijos sin importar las manchas de hierba en la ropa.

Habría llorado y reído menos viendo televisión y más mientras vivía la vida.

Nunca habría comprado algo debido a que era práctico, no se ensuciaba o estaba garantizado para durar toda la vida.

En lugar de evitar los nueve meses de embarazo, habría atesorado cada momento y comprendido que la maravilla que crecía dentro de mí, era mi única oportunidad en la vida de asistir a Dios en un milagro.

Cuando mis hijos me besaran impetuosamente, nunca habría dicho "más tarde, ahora ve y lávate para la cena",

En mi vida habría  habido más “te amo” , y más “¿me perdonas?” ...

Pero principalmente, si me fuera dado un pedazo más de vida, yo habría  aprovechado cada minuto mirándolo y realmente viéndolo;  viviéndolo a profundidad, para  nunca desperdiciarlo. 

IMAGINANTES con José Gordon: Joan Manuel Serrat

EN EL DÍA DE LA MUJER, palabras de Mario Vargas Llosa


Todas las flores del desierto están cerca de la luz.
Todas las mujeres bellas son las que yo he visto, las que andan por la calle con abrigos largos y minifaldas, las que huelen a limpio y sonríen cuando las miran. Sin medidas perfectas, sin tacones de vértigo. Las mujeres más bellas esperan el autobús de mi barrio o se compran bolsos en tiendas de saldo. Se pintan los ojos como les gusta y los labios de carmín de chino.

Las flores del desierto son las mujeres que tienen sonrisas en los ojos, que te acarician las manos cuando estás triste, que pierden las llaves al fondo del abrigo, las que cenan pizza en grupos de amigos y lloran sólo con unos pocos, las que se lavan el pelo y lo secan al viento.

Las bellezas reales son las que toman cerveza y no miden cuántas patatas han comido, las que se sientan en bancos del parque con bolsas de pipas, las que acarician con ternura a los perros que se acercan a olerlas. Las preciosas damas de chándal de domingo. Las que huelen a mora y a caramelos de regaliz.

Las mujeres hermosas no salen en revistas, las hojean en el médico, y esperan al novio, ilusionadas, con vestidos de fresas. Y se ríen libres de los chistes de la tele, y se tragan el fútbol a cambio de un beso.

Las mujeres normales derrochan belleza, no glamour, desgastan las sonrisas mirando a los ojos, y cruzan las piernas y arquean la espalda. Salen en las fotos rodeadas de gente sin retoques, riéndose a carcajadas, abrazando a los suyos con la felicidad embotellada de los grandes grupos.

Las mujeres normales son las auténticas bellezas, sin gomas ni lápices. Las flores del desierto son las que están a tu lado. Las que te aman y las que amamos. Sólo hay que saber mirar más allá del tipazo, de los ojazos, de las piernas torneadas, de los pechos de vértigo. Efímeros adornos, vestigios del tiempo, enemigos de la forma y enemigos del alma. Vértigo de divas y llanto de princesas.

La verdadera belleza está en las arrugas de la felicidad...

AMOR SIN LÍMITES DESDE LA INDIA