domingo, 4 de agosto de 2024

CONTRALUZ por María del Carmen Maqueo Garza

 LEYENDAS DE PRAGA

Tengo unos días de haber regresado de un maravilloso paseo familiar por parte del Viejo Continente.  Las vivencias apenas terminan de acomodarse en la galería de recuerdos y comienzo a ordenar lo experimentado cada momento en aquellas hermosas tierras señoriales.

Conocer Praga me dejó una serie única de sentimientos encontrados. Ciudad conocida como la de las cien torres o cien agujas, por sus abundantes edificaciones terminadas en punta, se halla bien integrada al sistema capitalista actual, que conserva y honra testimonios históricos, tanto medievales como de la primera mitad del siglo pasado.  En sus edificios, unos de piedra y otros de sobria arquitectura estalinista conviven la majestuosidad de una historia esplendorosa, las heridas de un sistema represivo, y las comodidades del mundo actual.  Lo hacen en total armonía, de modo que el ciudadano checo de hoy logra preservar las dolorosas memorias de padres y abuelos que le formaron, junto a los avances tecnológicos que le facilitan su desplazamiento ciudadano.   Muchos edificios dentro del primer cuadro de la ciudad conservan fachadas adornadas con imágenes de bulto propias del sistema socialista, son figuras representativas del proletariado de época sobre un fondo sobrio de color uniforme y contornos angulosos que dan cuenta de la uniformidad con que los ciudadanos de mediados del siglo pasado eran provistos de un sistema de vivienda similar para todos.

Lo anterior contrasta con la majestuosidad de grandes edificios pertenecientes, según la época, a las cortes o a los grandes potentados que desplegaban sus riquezas sin recato alguno frente al proletariado.  La conocida como “ciudad pequeña” que incluye el castillo Visehrad y sus alrededores, en lo más alto de la ciudad, contrasta con la “ciudad vieja” llena de historias fantásticas que recorren callejuelas, hasta venir a terminar a la altura del río Moldava, que separa ambas ciudades.  Destaca el complejo del castillo en lo más alto de la ciudad, cuya altura y majestuosidad se impone por sobre el resto, y se aprecia desde todos los puntos de la ciudad, muy en particular cuando se emprende un paseo por el río en un bote turístico que permite ir pasando por debajo de los puentes de piedra, en particular el conocido como “Carlos IV” en honor al rey más querido, a cuya memoria se erigieron infinidad de obras urbanas. 

Para seguir conociendo más de esta ciudad a la vez tan bella como misteriosa, provista de grandes contrastes que la vuelven única, adquirí un libro de la escritora Alena Jezková.  Contiene una recopilación de leyendas urbanas praguenses, que dan cuenta aún con mayor detalle del ánimo que mueve a sus habitantes a mantener esa forma de ser: de entrada, estoica, pero que, al comenzar a interactuar con ellos permite el surgimiento de un característico sentido del humor.

No faltaba más: el libro comienza hablando del famoso reloj astronómico que, incansable, da la hora, en tanto una calaverita sobre su margen derecho activa una campana, y en una ventana central, por encima de la magnífica carátula de seiscientos años de antigüedad, van pasando las figuras de diversos santos de la iglesia católica.  El evento repetido cada hora se convierte en todo un acontecimiento para turistas, que esperan, aparatos celulares en mano, el inicio de las campanadas, según marcan con singular precisión dos relojes ubicados a los lados de la carátula. Este mecanismo fue construido por Nicolás de Kadañ en 1410 y perfeccionado por Hanus de Rúze a finales del siglo XV.  La historia cuenta que el maestro Rúze, luego de su gran éxito en Praga, comenzó a recibir propuestas de otras ciudades europeas para construir un reloj similar o superior al recién perfeccionado.  Los rumores provocaron que los concejales actuaran contra él, de forma de impedirle que construyera otro reloj.  El maestro quedó ciego; asumió su incapacidad, pero de alguna manera consiguió vengar la agresión recibida en su contra.  Logró llegar a la torre del reloj y romper el mecanismo del aparato, que resultó dañado y en ese mismo instante el maestro cayó muerto.  Tuvieron que pasar muchos años hasta que dicho mecanismo fue reparado para maravilla de los miles de visitantes que acuden a lo largo del día a disfrutar sus campanadas y de la algarabía que cunde cual pólvora cada vez cuando el reloj está a punto de marcar la hora. 

Seguiré compartiendo más historias, de esas que juguetean por las calles empedradas, como traveseando. O quizá les relataré el goce que sentí al hallar en el exhibidor de una librería el libro póstumo de Gabo en checo: “Uvidime se v srpnu” por 299 coronas, mientras me invadían los sonidos alegres de la ciudad que supo renacer de un sistema opresivo para tomar nuevos y maravillosos aires. 


CARTÓN de LUY

 



El oboe de Gabriel de Ennio Morricone

POESÍA de María del Carmen Maqueo Garza

 Una madre contempla a su hijo: Ahí está la vida.

Dos enamorados a punto de besarse: Ahí está la vida.

Los amigos compartiendo historias, 

los ancianos memorias,

los niños juegos,

las mujeres remedios: Ahí está la vida...

En cada nuevo cielo; en cada río;

en el brote minúsculo que anuncia

la victoria del ser sobre el no ser,

para así perpetuarse...

Ahí está siempre la vida.

La vida siempre está frente a nosotros,

baste abrir los sentidos y encontrarla.

Cómo la Lectura Puede Transformar Tu Salud Mental

CONFETI DE LETRAS

¿Cuántas veces me habré arrepentido de lo que dije? Incontables, a veces del contenido, otras de las formas, del momento o de a quien se las dije. El impulso a hablar muchas veces tiene mayor velocidad que la posibilidad de razonar si era preciso, adecuado, necesario, haberlo hecho.

La palabra es a veces tan imprecisa, que en muchas ocasiones no transmite siquiera la intención de lo dicho. Depende tanto de la interpretación que el interlocutor le dé, que puede terminar siendo totalmente contraria a lo que se deseo expresar.
Si fuésemos capaces del dominio absoluto de cuándo, cómo, dónde y por qué decir algo, de lograr la conexión inmediata y precisa para no cometer imprudencias, para no lastimar o desencadenar enojos o peor aún ira, pero a pesar de intentar ejercitarlo durante toda la vida, se llega el indeseable momento de tener que arrepentirse de expresar un sentimiento o idea, a pesar de que en ello no haya habido un ápice de mala intención.

Difícil, muy difícil tragarse las palabras que como lanzas punzantes llegan a quien se dirigen, ver la reacción y hasta entonces poder advertir que en el corto trayecto de nuestra boca al oído del otro, se transformó, un comentario que no tenía mayor intención de hacer daño. No fuimos capaces de ver que en dicha transformación intervino la interpretación del otro y en ella interactuaban tantas circunstancias ajenas a nuestra conciencia, sentimientos que desconocíamos, antecedentes que ignorábamos, quizá ni siquiera podemos ver otro punto de vista más que el propio y nos quedamos atónitos de como pudo una idea trastocarse de tal manera, sintiéndonos ajenos a la concepción que se nos manifiesta tuvo para el otro, la palabra desvirtuada se convierte entonces en tu enemiga, y resultas víctima de ella, por absurdo que parezca, te ves entonces causante de un daño que jamás tuviste la intención de hacer y como bumerang, regresa a ti hiriéndote doblemente. Es tanto el desconcierto de lo que así sucede, que uno no sabe quién fue más responsable del exabrupto, y quien merece ser perdonado o pedir perdón.

Afortunadamente, a pesar de que me he arrepentido de lo dicho en incontables ocasiones, las repercusiones solo en muy pocas he tenido que lamentarlas al grado de que hayan dejado huella indeleble.

Cargando con arrepentimientos, tratando de no acumular muchos más, aprendiendo a no precipitarme a externar opiniones no solicitadas, tomar tiempo en conectar el cerebro a la lengua, porque lo que si puedo abogar en mi defensa, es tenerla conectada al corazón, que no pretendo nunca algo malintencionado, procurando que mis palabras y las circunstancias en que las declaro sean las adecuadas, para que sean transmisoras del auténtico sentimiento que en ellas desee imprimir.

Juventino Rosas aquí está/ Sheila Blanco. Bioclassics