TRAS LA MÁSCARA
Como
cada cuatro años, los Juegos Olímpicos están resultando un evento que se sigue
desde muchos puntos del orbe en sus diversas disciplinas. Mis primeros recuerdos de esta justa deportiva corresponden a México‘68,
cuando pude seguir por televisión los
juegos; recuerdo a Queta Basilio, primera mujer que encendió el pebetero en la
historia de los Juegos Olímpicos.
Las del
2016 en Río han tenido sus grandes
controversias desde que comenzaron a organizarse, y para México siguen ahora con
el deficiente apoyo que se dio a los competidores de la delegación mexicana,
frente a la cuestionable actitud del titular de la CONADE paseando a su novia
por tierras brasileñas.
En particular
lo que más me sorprende, aunque a estas alturas del partido ya no debía ocurrirme,
es el tratamiento que los llamados “haters” han dado en redes sociales a los competidores mexicanos, sin dejar “gallina
con cabeza”, volcándose en todo tipo de expresiones
calumniosas que van desde cuestionamientos por su desempeño, hasta asuntos del
todo descabellados, como lo que publicó un tuitero amenazando de muerte a uno
de los competidores por no haber ganado medalla de oro en tiro con arco. En general son una serie de vejaciones que,
lejos de afectar la imagen de los deportistas, ponen en evidencia la insania
mental de quienes las publican.
Como
muchas otras veces, viene a mi mente la palabra “reconocimiento” como piso de
fondo de esta alberca de aguas cenagosas conformada por los agravios expresados
por estos personajes de la sombra quienes, por supuesto, nunca dan su nombre, y
se valen de ese anonimato para volcar a placer toda la basura que traen dentro.
El reconocimiento es una de las necesidades emocionales básicas del ser humano,
que tantas veces, al no ser debidamente satisfecha, da pie a conductas
antisociales como ésta, de la crítica desproporcionada y sin fundamento a
figuras públicas en redes sociales, cada vez más común como dañina.
Hace
muchos años leí las obras de Eric Berne, fundador del Análisis Transaccional
cuya consigna más famosa era aquella de: “Yo estoy bien, tú estás bien”. Dentro de lo que el autor maneja habla de
caricias positivas y caricias negativas, dando cuenta de que todo ser humano
necesita siempre de reconocimiento y aprecio.
Idealmente este reconocimiento es a base de caricias positivas: “Te
quiero” y “te acepto” son dos de ellas que proveen al individuo, y muy en
particular al niño, de autoestima. Más
delante menciona el autor que, en caso de no existir un ambiente propicio para
caricias positivas, el niño sigue buscando ese necesario reconocimiento que le
permita sentir que existe sobre el planeta, y procurará las caricias negativas,
esto es, se comportará de modo que sus mayores lo tomen en cuenta, aunque sea
para soltarle una palabrota o un golpe.
Las
caricias se definen como unidades de reconocimiento que proporcionan
estimulación, tanto física como
emocional a un individuo, y son del todo necesarias, ya que representan la
manera de hacerle sentir que pertenece a un grupo que lo toma en cuenta, de
modo tal que si no consigue caricias
positivas, habrá que buscar caricias negativas, para sentir que lo atienden y
que existe. En ese caso el niño hace
todo lo posible porque lo regañen, digan cosas terribles de él o lo desprecien,
en cualquiera de esos casos él asumirá, en consecuencia, que está vivo. Algo así
se presenta en esos jóvenes “haters” (porque en general son jóvenes)
quienes desde su equipo de comunicación, generalmente un teléfono celular,
están haciendo toda clase de comentarios peyorativos respecto a la persona o al
desempeño de las figuras públicas, en este caso los deportistas, destilando una
terrible dosis de amargura y de odio.
Hay que entender, es lo que ellos saben dar, porque es lo que han
recibido, y además el anonimato les permite hacerlo a sus anchas, sin tener que
enfrentar las consecuencias de sus
comentarios. Con cada frase utilizada
para denostar a otros recrean su propia imagen, por un momento se sienten
importantes y poderosos, lo que perpetúa el círculo vicioso que los conmina a
seguir haciéndolo.
Mediante
la palabra “reconocimiento” vamos a entender muchas de nuestras actitudes propias en redes
sociales, en particular en Facebook donde publicamos esperando recibir un montón de “likes”. Nadie en este planeta publica sin esperar aprobación, por más que lo niegue. Del mismo modo se explica ese hábito de
algunos de subir diariamente una “selfie”, o de aquel que publica la fotografía
de todos sus alimentos. Es un grito, en
este caso muy simpático aunque a ratos fastidioso, de decir: “Aquí estoy,
reconózcanme.” Y vaya, si tenemos oportunidad de contribuir a que ese amigo se
sienta bien con un simple “like”, ¿por qué no hacerlo?
Nuestra
entrada a la Aldea Global nos lleva en ratos a perdernos en el mundo virtual, y a
considerar que con que yo conteste una de esas frases ofensivas de los “haters”
ya hice mi parte en la solución del problema.
Habrá más bien que mirar estos fenómenos sociales en la red como síntomas de daño emocional, para ir detrás de
la máscara a atender sus causas.