ESPEJO Y LIENZO
Cuando revisamos nuestra propia vida descubrimos que el único elemento que no somos
capaces de domar es el tiempo. Este
avanza, sigue su curso, aun en contra de nuestra propia voluntad.
Fin de año, ocasión de medir qué hemos hecho con la vida,
cómo nos presentamos de cara al período
que inicia. Habitualmente es un momento
que se acompaña de buenos deseos, propósitos, actualización de proyectos. Muchas veces, en particular durante
estos años de crisis sanitaria, nos
sorprende junio con la valija de buenas intenciones sin acaso estrenar. El tiempo pasa a una velocidad inusitada, con
poca oportunidad para emprender todo lo que nos hemos propuesto.
Cada cierre de año es momento personal de sincera
reflexión. La pregunta obligada ha de
ser: ¿cómo hemos crecido? ¿en qué somos mejores que el “yo” del año que
termina? Vivimos en sociedad y somos
muy dados a medir nuestra propia persona frente a otras. En ocasiones lo hacemos tramposamente, con
sesgo, movidos por un afán inconsciente de negación. Afirmamos en nuestro interior que somos
mejores que fulano o mengano, cuando la vara que debiera medirnos es la del
crecimiento personal: ¿Qué hábitos nocivos
he superado? ¿Qué metas he cumplido? ¿Va mi vida en la dirección óptima?...
El que cierra ha sido un año de grandes cambios en nuestra
sociedad; retos que nunca habíamos enfrentado y que ahora nos llaman a salir de
nuestra propia coraza y a ser solidarios.
El mundo ve surgir problemas sociales inusitados como son la migración,
las epidemias, la pobreza alimentaria.
Condiciones que nos llaman a solidarizarnos del modo en que cada uno de nosotros esté en
posibilidades de hacer. Nos corresponde
tener una participación frente al necesitado; quizás sea a través de
organizaciones enfocadas a resolver esos grandes problemas. El punto es no quedarnos estáticos, mirando
la situación que tenemos enfrente, o pensando que es tan poco lo que podemos
hacer por otros, que da lo mismo abstenernos.
En estos casos toda ayuda cuenta.
La solidaridad es una gran máquina que funciona a través de pequeños
mecanismos. En la medida en que cada uno
de nosotros active el mecanismo propio, la máquina funcionará. Ninguna ayuda sale sobrando.
Por otra parte, las redes sociales son el elemento que se adhiere como una segunda piel a todos
nosotros. A través suyo nos enteramos al
momento de lo que está sucediendo en el otro extremo del planeta. Ello se presta a opinar, a señalar, tal vez a
condenar, pero en realidad cualquiera de estas posturas no aporta ningún
beneficio a la situación que se nos muestra.
De ahí pasamos a polarizarnos, a atacar, incluso a agredir en su persona
a quien no coincide con nosotros en opiniones.
Esa angustia vital que todos sufrimos, muchas de las veces es canalizada
por estos conductos digitales, alejándonos del propósito de utilizarlos para
crear, para acercar, para alcanzar una concordancia, de formas como jamás
habríamos soñado antes.
Buen momento el presente para sentarnos frente al espejo con
toda nuestra desnudez emocional, despojados de falsas posturas y
justificaciones, a preguntarnos si estamos avanzando por el mejor camino para
cumplir nuestro objetivo como seres humanos pensantes, como espíritus que
habitan un cuerpo material por determinado tiempo, y que mañana habrán de
seguir su camino, al concluir la formación en este plano, como parte de un
grupo social que nos ha tocado integrar. Entre otros elementos la pandemia por el
COVID nos ha recordado nuestra propia fragilidad en la esfera física; algunos
hemos vivido más de cerca una situación límite a lo largo del 2022, de suerte
de asimilar que, si continuamos aquí, no es por mera casualidad. Que hay un cometido que habremos de cumplir
antes de nuestra partida final. El
tiempo, con su rigor absoluto, viene a recordarnos que avanza igual para todos
los seres vivos, y que, en la medida en que cada uno de nosotros cobre
conciencia de ello, habremos de aprovecharlo para hacer huella de nuestro paso,
y al final de cuentas quedarnos con la satisfacción de que nuestra presencia en
este pequeño entorno personal deja un pedacito de mundo mejor de lo que hubiera
sido sin nuestra existencia.
Viene a mi mente la obra de Dalí intitulada “La persistencia
de la memoria”. En ella el tiempo se escurre en sus relojes blandos como si de un líquido se tratara, tal vez
significando que nuestras propias memorias modifican el tiempo para alejarlo de
su rigor absoluto. Es un llamado de atención que hace el artista catalán para recordarnos que en la vida real el
tiempo es absoluto, de una sola pieza, y avanza.
Frente a nosotros un espejo; a su lado un lienzo en blanco,
y en las manos paleta y pincel. ¿Qué
elegimos hoy cumplir para el resto de nuestra vida?...